Cartas al Universo

Mis queridas lágrimas de medianoche:

Agarro un lápiz. Coloco la punta sobre el papel, pero... ¿Qué escribo? Qué raro... no puedo escribir. Una oleada de cosquilleos recorren mi cuerpo. Algo me pasa. Mi visión se vuelve borrosa. Mi mano comienza a moverse como si tuviera mentalidad propia. El lápiz se desliza con rapidez y delicadeza sobre la hoja blanca y la va llenando de palabras que alguna vez fueron pensamientos. Lágrimas caen de mis ojos, no puedo parar. Es como si todo lo que he estado aguantando estuviese luchando por salir. Y lo estaba consiguiendo. Mi cara deformada por la tristeza, el papel empapado en lágrimas y el dolor en mi mano de tanto escribir. Toda mi frustración transformada en palabras. Esa oleada de cosquilleos me vuelve a recorrer el cuerpo entero. Por muy extraño que parezca, me relaja. Como si mi pesado corazón se vaciase por completo y lo único que quedara fuera ese sentimiento de relajación. Cual ola que arrasa todo a su paso y lo único que deja atrás es una ligera huella en la arena. Las lágrimas siguen saliendo, me tranquilizan. Mi mano aprieta con fuerza el lápiz, con tanta fuerza que acaba rompiéndose. Una rotura perfecta por la mitad. Una tímida voz sale de mí, para luego convertirse en un gran llanto. Comienzo a llorar más fuerte. Cualquiera pensaría que estoy triste al verme, pero no. Ya no. Derramando tales lágrimas consigo sacar de mi interior a ese demonio que me atormentaba. Tras un rato dejo de llorar. Aun quedan en mi cara restos de lo que acaba de pasar. Tomo el papel húmedo y manchado y lo leo. Sinceramente, lo que leo me hace sonreír. No escribí nada bonito ni gracioso, todo lo que había no eran más que palabras dolorosas plasmadas en el papel. Sonrío porque me doy cuenta que esas palabras ya no las siento. Las vomité todas en el papel y sacudí por completo mi corazón para no sentir más eso. Las lágrimas limpiaron toda la tristeza de mis ojos y el llanto sacó fuera toda la ansiedad de mi corazón.