El latir del principe se oía alrededor del solitario castillo; mientras que la espesa nieve de invierno azotaba la entrada que daría pie a los invitados para su coronación aquella noche.
Guardias en trajes tan rojos como el mismo carmín, con miradas perdidas entre la multitud de personas con joyas y vestidos lujosos acompañados de corsetería tortuosa para sus órganos.
El nerviosismo corría por sus venas, llegando a causar un terrorífico escalofríos en una espalda dorsal que comenzaba a erguirse a medida que más personas llegaban; la mente retorcida de su padre había decidido heredarle el trono a su hijo Louis teniendo diecinueve años de edad.
Tranquilamente sabía que aquello era dar por sentada la sentencia dictatorial de su pueblo, los cuáles bajo una espada del más puro gramaje de plata se hincarian ante el rey.
Louis había nacido entre sábanas tejidas con los más finos hilos, convirtiéndolo y logrando que fuese un molde egocéntrico y soberbio a la edad diecinueve años; sus hebras azabache cubrían la mirada oscura y autoritaria que poseía dándole un aspecto misterioso ante todo su séquito.
— .... ¡El príncipe Louis XIV se presentará ante esta preciada reunión!
Exclamó uno de los mayordomos del lugar, removiendo con elegancia la campana que se les había otorgado con anterioridad.
Todo aquello parecía un retorno hacía la coronación de su padre, miles de mujeres intentando ser desposadas por hombres ricos y muy viejos, otros tal vez envenenando sus mentes con ideas negativas ante el nuevo rey.
Le parecía absurdo, repetitivo y agotador; la sofocante agonía de llevar el peso de una dinastía tras su espalda lo estaba agotando, volviendo aquel alma en otro método de pago para los demás.
— ¿Pasa algo hijo?
Murmuró el hombre de corona cristalina y diamantada al observar el rostro estoico de Louis.
— no padre, solo estoy nervioso, pierde cuidado.
Caminó entre las alfombras de suave terciopelo rojo, observando como a su paso los cuerpos de las personas formaban reverencias, demostrando lealtad.
Comenzaba a gustarle quizá demasiado, ver como con tan solo un movimiento podía tenerlos a todos a sus pies; la velocidad con la cuál su boca se tornó en una sonrisa de sorna fue aterradora.— ... Louis XIV de Francia, bautizado ante el catolicismo a sus dos años de edad; hoy toma la corona como suya en un acto de confianza de Louis XIII su padre y Ana de Austria, su progenitora.
El trobador alzó la copa de rubíes carmesí hacía el candelabro colgado del techo; acercándolo luego con una pequeña navaja a ambos hombres en su frente.
— Para sellar el pacto de lealtad con su pueblo, deberá derramar una gota de sangre en nombre de Francia; país al cuál le servirá el resto de sus días.
El pelinegro acercó su dedo a la navaja, observando con placebo como su sangre manchaba la boca del artilugio.
— Prometo servir a mi pueblo y cumplir la promesa que le hice a mi padre; cuidar de Francia como si todos fuesen mi familia.
Sonrió una última vez sin mostrar sus dientes, pasando su lengua por la nueva herida de su dedo.
Llevándose las miradas curiosas de todos los empleados e invitados en el lugar.
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Dinasty
Fantasyun conjunto de problemas entre seda mojada pondrá fin al autocontrol de Louis.