¿Meteoro?

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Mis manos apretaban el volante con fuerza, los nudillos blancos del esfuerzo mientras mi mente se debatía entre el pasado y el presente.

La avenida principal de Bangkok se extendía frente a mí como una serpiente sinuosa, reflejando la vibrante vida nocturna de la ciudad.

Las luces brillantes destellaban, pintando sombras y reflejos sobre los parabrisas de los autos que avanzaban lentamente, atrapados en el tráfico interminable.

Mis ojos, sin embargo, estaban fijos en la carretera, observando cómo los vehículos se movían a paso de tortuga, mientras los peatones fluían a lo largo de las aceras.

Bangkok era un tapiz de historias entrelazadas, cada persona con su propio destino, cada esquina con sus secretos.

Los edificios altos se alzaban como testigos mudos del paso del tiempo, sus fachadas reflejando la mezcla de tradición y modernidad que caracterizaba a esta metrópolis.

En medio de todo esto, me sentía como un observador silencioso, parte de la corriente pero, al mismo tiempo, ajeno a ella.

Cada momento parecía cargado de significado, cada sombra y reflejo un recordatorio de las decisiones que me habían traído hasta aquí, a este preciso momento, atrapado en la encrucijada de la vida y las calles de Bangkok.

Cada momento parecía cargado de significado, cada sombra y reflejo un recordatorio de las decisiones que me habían traído hasta aquí, a este preciso momento, atrapado en la encrucijada de la vida y las calles de Bangkok

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Cada vez que me detenía por algún semáforo, aprovechaba esos pocos segundos para estirar los músculos tensos y dar un mordisco a la hamburguesa que se encontraba en el asiento del copiloto.

Los semáforos, aunque irritantes, se convirtieron en pequeños oasis de descanso donde podía recuperar un poco de energía para continuar mi viaje.

Esperé pacientemente a que el semáforo cambiara de color. Cada segundo parecía estirarse, con el zumbido constante de los motores y el murmullo distante de las conversaciones en la acera.

Cuando finalmente cambió a verde, tomé un último sorbo de mi bebida, sintiendo el refresco frío deslizarse por mi garganta, y puse el auto en marcha.

Sabía que el camino a casa sería largo y tortuoso, pero la promesa de dejar atrás la confusión urbana me motivaba a seguir adelante.

El tráfico era exasperante, y me tomó media hora más de lo habitual atravesar las calles congestionadas de Bangkok.

Es por cosas como esta que me gusta salir de la ciudad. En las afueras, no existía el bullicio ni estos terribles embotellamientos.

Podía respirar aire más limpio, escuchar el canto de los pájaros en lugar del rugido constante de los vehículos, y disfrutar de la soledad y la paz que solo la naturaleza podía ofrecer.

Después de estar conduciendo durante mucho tiempo, logré finalmente salir de la ciudad.

Las luces brillantes de Bangkok se desvanecieron gradualmente, reemplazadas por la penumbra serena de la carretera rural.

Angel CaidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora