Verdad

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Mew sostenía ambas muñecas de Gulf con tan solo una mano, inmovilizando al menor de inmediato.

La fuerza de Mew era evidente, y su postura autoritaria acentuaba el contraste con la vulnerabilidad de Gulf.

—¿Quién eres tú? —preguntó Mew con una voz firme y llena de autoridad.

El cuerpo de Gulf se estremeció, sus ojos empezaron a brillar con un miedo palpable, insinuando que estaba a punto de llorar.

Sus labios temblaron al tratar de formar palabras, su respiración se volvió irregular, y un sollozo ahogado salió de su boca.

—No me hagas daño —habló Gulf, su voz impregnada de un miedo profundo.

Mew sintió algo quebrarse dentro de su corazón al ver el pánico en los ojos de Gulf.

El miedo genuino que mostraba el pequeño lo hizo darse cuenta de que, sin querer, estaba causando más daño del que pretendía.

Con un suspiro profundo, aflojó su agarre, permitiendo que Gulf recuperara un poco de movilidad y dignidad.

—¿Qué tratabas de hacer? —interrogó Mew, su tono suavizándose ligeramente, pero manteniendo la seriedad.

Gulf, todavía tembloroso, intentó responder.

Su voz era apenas un susurro cuando habló, el miedo aún era evidente en cada palabra.

—Yo... —dijo, con un nudo en la garganta— quiero volver a casa —y con esas palabras, no pudo contener más sus emociones y rompió en llanto.

Mew levantó la mirada y observó la profunda tristeza reflejada en los ojos turquesa de Gulf.

Las lágrimas que caían de esos ojos parecían zafiros brillantes, un contraste trágico con la oscuridad de la situación.

La vista de Gulf, tan desamparado y frágil, conmovió a Mew más de lo que quería admitir.

Sentía una punzada de culpa y un deseo vehemente de proteger al joven, algo que iba en contra de la dureza que había intentado mantener.

Sin saber exactamente cómo consolar al chico, Mew tomó una respiración profunda y trató de hablar con más suavidad.

—Está bien... No te voy a hacer daño —dijo Mew, con su voz más calmada -pero necesito saber por qué estás aquí. ¿De dónde vienes? ¿Quién te ha hecho esto?

Gulf, entre sollozos, intentó hablar de nuevo.

Las palabras salían atropelladas y entrecortadas por el llanto, pero la desesperación en su voz era inconfundible.

—Yo... no sé... Me desperté aquí... Solo quiero irme a casa... —dijo Gulf, su voz quebrándose con cada palabra, mientras las lágrimas seguían rodando por sus mejillas.

Mew se arrodilló frente a él, liberando completamente sus muñecas.

El contraste de la situación era evidente: un hombre fuerte, tratando de ser suave y comprensivo con un joven frágil y aterrado.

Tomó un pañuelo y, con cuidado, limpió las lágrimas de Gulf, tratando de ofrecerle un poco de consuelo en medio de su desesperación.

Angel CaidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora