¿Que haces?

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Mew

Me encontraba tendido en el piso, con una expresión de asombro en mi rostro mientras el pequeño se mantenía firme con sus piernas a mis costados. 

Con sus diminutas y débiles manos, intentaba golpear mi pecho en un gesto que, a pesar de sus esfuerzos, apenas lograba hacerme cosquillas.

A medida que sus intentos de defensa se hacían más frenéticos, no pude evitar que una carcajada escapara de mis labios. 

Su frágil cuerpo semidesnudo estaba inclinado sobre mí, y su rostro se tornaba de un rojo intenso, claramente frustrado por su incapacidad de hacerme algún daño.

—Me haces cosquillas —dije entre risas, mirándolo con una mezcla de diversión y ternura.

Su cara se volvió aún más carmesí, reflejando la impotencia que sentía ante la situación. 

La posición en la que nos encontrábamos, por muy prometedora que pareciera, empezaba a causar un dolor sordo en mi espalda. 

Sentí la necesidad de moverme y con un esfuerzo consciente, hice fuerza en mi espalda baja para levantar la mitad de mi cuerpo. 

Con un movimiento cuidadoso, coloqué mis manos en los muslos del pequeño y, con una leve flexión de mis rodillas, nos levanté del suelo.

—¡Bájame, bájame! —exclamó, su voz cargada de una indignación que solo aumentaba su ternura. 

Continuó lanzando golpes al azar, sus pequeños puños moviéndose en un intento desesperado de mostrar su descontento.

Intenté mantener mi rostro fuera de su alcance. 

No es que sus golpes me causaran algún dolor significativo, pero si uno de ellos llegara a impactar en mis ojos o nariz, podría ser más molesto de lo que estaba dispuesto a tolerar.

—Tranquilo —le dije con voz suave, buscando calmarlo —te bajaré, te bajaré.

—¡Hazlo ahora, humano! —elevó su voz, su tono lleno de una mezcla de exigencia y enfado.

Humano. 

¿Así es como me llama? 

Es una manera bastante particular de dirigirse a alguien que apenas conoce. 

Pero bueno, no me importaba mucho. 

Con cuidado, comencé a bajarlo hasta que sus pies tocaron el suelo. 

Al enderezarme por completo, no pude evitar esbozar una sonrisa un tanto tonta. 

Yo mido 1,85 metros, y este chico apenas llegaba a la altura de mi pecho, lo que me hizo calcular que no mediría más de 1,65 metros.

—Más te valía, humano —dijo señalándome con un dedo acusador —de lo contrario, te habría destruido.

—Sí, claro —respondí con una sonrisa divertida. 

Para ser un adolescente, era increíblemente iracundo. 

Sus intentos de mostrarse intimidante eran casi entrañables en su futilidad, y su actitud altanera solo hacía que me resultara más difícil tomarlo en serio.

El contraste entre su bravura y su aspecto frágil era casi cómico, y aunque su enfado parecía auténtico, no podía evitar verlo con una mezcla de simpatía y diversión. 

Su figura menuda, su rostro enrojecido por la frustración y su voz que trataba de sonar amenazante, todo ello componía una imagen que, lejos de intimidar, me resultaba entrañable.

Angel CaidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora