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Kengla y Mild volaron sin descanso, sus alas batiendo con fuerza y determinación a través de cielos despejados y nubes esponjosas.

La emoción y la esperanza los impulsaba, sabiendo que su hogar los esperaba al otro lado del horizonte.

A medida que se acercaban, el familiar contorno de su reino comenzaba a vislumbrarse, emergiendo poco a poco como un oasis de belleza y serenidad en medio de la vastedad del cielo.

Finalmente, la grandiosa silueta de su hogar se hizo visible en la distancia, y la emoción los invadió al ver las imponentes y asombrosas vistas que tanto habían extrañado.

Desde su posición elevada, el reino se desplegaba ante ellos en todo su esplendor, extendiéndose por miles y miles de metros.

Cada rincón de este paraíso parecía haber sido esculpido con esmero y cariño, reflejando la rica historia y cultura de su gente.

Las enormes estatuas de sus antiguos y sabios gobernantes se alzaban majestuosamente, como centinelas silenciosos que vigilaban y protegían el reino.

Estas figuras colosales, talladas en mármol, no solo eran un homenaje a los líderes del pasado, sino también un recordatorio constante de la grandeza y la responsabilidad que conllevaba gobernar.

Sus expresiones serenas y sus posturas imponentes transmitían un aire de dignidad y poder, infundiendo respeto y reverencia a todo aquel que las contemplaba.

Los palacios y templos, con sus torres elevadas y muros adornados con intrincados relieves, se destacaban por su belleza y complejidad arquitectónica.

El aire estaba impregnado de una sensación de paz y armonía, una calma que parecía casi tangible.

La luz del sol se reflejaba en los tejados dorados y en las aguas cristalinas de los ríos y lagos, creando un resplandor dorado que envolvía todo en una atmósfera de ensueño.

Sin embargo, mientras Kengla y Mild se acercaban aún más al corazón del reino, la idílica escena se vio abruptamente interrumpida.

Unos gritos ensordecedores, cargados de angustia y desesperación, surgieron del interior del castillo, rompiendo la calma que reinaba.

El sonido era desgarrador, una llamada de auxilio que helaba la sangre y hacía que el corazón latiera más rápido.

La atmósfera, antes serena, se llenó de una tensión palpable, como si una oscura nube de incertidumbre y peligro se cerniera sobre ellos.

Kengla y Mild se miraron con preocupación, sus corazones llenos de aprensión mientras aumentaban la velocidad, impulsados por la urgencia de descubrir qué estaba sucediendo.

Al acercarse más al castillo, el panorama se volvió cada vez más alarmante.

El caos reinaba en el interior del castillo.

Los gritos se hacían cada vez más fuertes y aterradores, mezclándose con el ruido de pasos apresurados y el chocar de armas.

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Angel CaidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora