En el filo de la muerte

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Un horrido vendaval azotaba las tierras nórdicas de Hagall. La nieve embestía pinos y abedules con una violencia titánica. Se podía escuchar el crujir de gruesos troncos. El manto blanco que cubría la tierra crecía con cada parpadeo, pero se alejaba de una cueva de la se escapaba una luz anaranjada. El frío aire peleaba con el cálido respirar de una fogata. Una joven mestiza de elfo y hombre, de cabellos rubios, machacaba una combinación hierbas en un mortero. Hacía su tarea con ritmo y angustia en cada movimiento. Sus pensamientos no se alejaban de su "Throlka," su hermana de armas, su amiga. Una mujer, pelirroja, con madurez y juventud en su rostro; inconsciente. Yacía recostada sobre un lecho pieles. Su rostro apacible era decorado por una violenta cicatriz. Su cuerpo desnudo era protegido por una manta maltratada.

La cazadora pisaba la delgada frontera entre la vida y la muerte. Su cuerpo debilitado por su batalla contra el maldito, deseaba rendirse; pero su espíritu se aferraba a la vida. Susurraba un nombre: Hellena. La mestiza escuchó como escapaba un suspiro de entre los labios de la cazadora. La mestiza dejó el mortero de lado y acercó su oído al pecho la cazadora. Los pulmones heridos jalaban aire con lentitud. Y el corazón palpitaba cada vez más lento.

-Jaina-habló la mestiza-, juré protegerte como mi Throlka hasta el día de mi muerte.

La mestiza tomó el mortero. Las hierbas ahora eran un fino polvo verdoso. Descubrió a la cazadora, dejando expuestas heridas que parecían arder como fraguas. La poción que le había dado de beber antes de quedar inconsciente le había salvado la vida después del combate, pero algo había salido mal, y la estaba matando. Dejó caer el polvo sobre las heridas. Estas se cocieron poco a poco, terminando el trabajo. La mestiza sonrió al ver el fruto de su primitiva alquimia. Aunque no duró mucho.

-¡Sal de ahí, Noktra!-Alguien gritaba afuera, su voz retumbaba en la cueva.

La mestiza se estremeció al escuchar "Noktra," la etiqueta que se le da a los traidores entre las tribus errantes. Sabía que solo significaba problemas. Se despojó de su capa y abrigo, dejando su torso desnudo, revelando sublimes trabajos de tinta recorriendo su piel como raíces de árbol. Tomó su hacha. La empuñó con la fuerza de sus ancestros y salió al encuentro con su destino.

El viento se había apaciguado de una forma antinatural, soplaba en circulo, desviando la tormenta. De entre los árboles se distinguía una figura sombría. Dio un paso al frente para revelarse. Un elfo; sin mestizaje en su rostro perfecto. Vestía pieles que apenas cubrían su piel, dejando ver unos tatuajes que parecían grietas en la carne. Era joven, apenas unas décadas de edad. Mantenía una mano cerca de su pecho, conjurando las fuerzas de la naturaleza. No llevaba ningún arma.

-¡Noktra!-gritó el elfo-¡¿Por qué proteges a una Vicek?! ¡Eres una desgracia!

La mestiza no habló. No dejó escapar un suspiro. Se plantó con la cueva a su espalda. En su mente comenzaba a recitar un poema, un cántico antiguo.

Por la sangre de mi padre,
por la sangre de mi madre,
hoy mi hierro se manchara,
sangre he de derramar.
Que los mil soles de cielo me protejan.

De entre la tormenta que les rodeaba saltaron dos lobos albinos; se abalanzaron sobre la mestiza, uno por su derecha y otro por la izquierda. La mestiza llevó todo su peso a la derecha y arremetió contra el primer lobo, clavando el hacha en el cráneo. No hubo chillido alguno. Rápida sacó el hacha y giró sobre sus pies para darle un corte en el cuello al segundo lobo. La bestia blanca cayó en seco sobre la nieve, agonizando. El elfo vio la escena con ira en el rostro. Con ambas manos comenzó a conjurar las fuerzas del viento. Pequeños torbellinos salieron de la tormenta como tentáculos helados, intentaban empalar a guerrera mestiza, pero no lograban atraparla. La mestiza se movía entre la nieve como una tigresa de las colinas nevadas de Yüll. Se acercaba amenazante al elfo. Cuando estuvo a pocos pasos de él, simplemente le hizo un corte en el pecho, destrozando en su tatuaje, y lo pateó a la tormenta, rompiendo el conjuro.

La tormenta se desató una vez más. La piel de la mestiza sintió el frío al instante, pero la ignoró. Tomó a ambos lobos de las patas y los arrastró hasta la cueva. La cazadora seguía inconsciente. La mestiza le acarició el pelo y susurró "Jaina".

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⏰ Última actualización: Jun 22 ⏰

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Ríos de sangre: Historias OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora