Cacería salvaje

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El gélido aliento de la implacable Skatda'i surcaba los cielos grisáceos de Hagall, reino de Forgarth Brazo de Bronce. Un manto blanco cubría las vacía calles y enterraba las puertas de chozas de la ciudadela nórdica. En una de las chozas, un niño se encontraba viendo las danzantes ascuas que brotaban del fuego. Su mente buscaba perderse entre los flameantes bailes de la fogata, pero el constante chirrido metálico que salía del hacha de su padre al chocar con la piedra de afilar le recordaba lo que había pasado. Un granjero y su hija habían desaparecido, la madre se encontraba en la granja con el pecho abierto. Todos sabían que había pasado, pero nadie quería salir en busca de lo que podría quedar del granjero y su hija. Solo un desconocido, un vagabundo cubierto con pieles de oso y una capucha que ocultaba su rostro, pactó con el Jarl para emprender una cacería. Doscientas monedas de oro a cambio de terminar con lo que aterrorizaba al reino. Todos desconfiaban de aquel misterioso sujeto, pues solo hablaba con señas. A pesar de lo sospechoso de la situación, el Jarl le permitió adentrarse en el bosque de Balak, ya que ahí se encontraban con frecuencia los restos de los desaparecido.  El niño solo podía imaginar la escena de la que los congelados árboles serían testigos.

Una helada corriente de aire perseguía el vagar del desconocido cazador. Se había alejado de la ciudadela nórdica y adentrado a Balak. Los ancianos árboles le hablaban usando cicatrices. Algo grande los había dañado. Entre más y más se alejaba de la civilización, más y más señales de algo horrendo encontraba. Sangre seca. Cadáveres de distintos animales a medio devorar. De las ramas colgaban viseras que se estiraban por cientos de árboles, marcando una frontera. El cazador no se detuvo. Cuando puso el primer pie dentro, un aullido retumbó por el bosque. Pero el cazador siguió adentrándose en el territorio de la muerte. En lo que parecía ser el corazón del bosque se encontraba una cama de piedra. Era plana, alargada y lisa. Manchas carmesí la pintaba. Carne podrida la decoraba. El cazador sacó de entre su ropaje una botella de cristal opaca y la lanzó contra la roca. Un fétido olor escapó e inundó el lugar. El cazador se ocultó tras unos árboles cercanos y esperó.

Unas fuertes pisadas hicieron eco. Eran veloces. Una figura grande y sombría se deslizaba con agilidad. Un tronco explotó cuando unas garras le rozaron. Y entonces, apareció. Una bestia de pelaje negro. Más grande que dos hombres juntos. Dos patas traseras poderosas. Dos brazos fuertes y desgarrados. Filosas y gruesas garras. Fauces desfiguradas. Era un ser innatural. Arrastraba un cadáver a la vez que olfateaba. Se acercó a la cama de piedra. Estaba enfocado en el fuerte olor impregnado en la piedra. Ni siquiera se dio cuenta de la cuchilla que voló directo a su espalda hasta que se clavó en su carne. La bestia gruñó de dolor. Se dio la vuelta. Otra cuchilla, esta vez a su corazón, pero la detuvo su grueso brazo. Vio de donde provenían los proyectiles. Tomó una roca de entre la nieve y la lanzó uno de los árboles. La figura del cazador saltó fuera de su cobertura. El tronco del árbol explotó. El cazador se levantó y vio a la bestia a los ojos. Estaban grises e inyectados de sangre. Reflejaban dolor e ira. La bestia retrocedió un paso al ver los ojos del cazador. Verdes, con chispazos celestes que danzaban en el iris. La bestia se puso en cuatro y rugió. El cazador sacó de entre las pieles una espada de hoja larga y cargó a la bestia. Ésta corrió para embestir al cazador. La espada chocó contra el cuero maldito. La hoja no lo había atravesado. La bestia soltó una carcajada. Levantó sus garras y le dio un golpe.

El cazador voló, aun sosteniendo su espada. Un árbol detuvo su vuelo. En su cabeza retumbaban las palabras "un cazador no suelta su espada." Por puro instinto levantó su arma. La bestia había saltado sobre él, pero el filo de la espada logró detenerlo. Algo de sangre pintó el metal. La bestia se enfureció aún más, estaba dispuesta a destrozar a su contrincante. Algo silbó de entre los árboles. Un hacha se clavó en la espalda de la criatura maldita. Se escuchó el crujir de un par de costillas. La bestia gritó. El cazador sacó una piedra rojiza de entre sus ropas, la frotó con fuerza contra la espada. La hoja se envolvió en fuego. La bestia aun gritaba de dolor cuando la espada flameante lo atravesó. La carne comenzaba a apestar. El cazador usó todas sus fuerzas y cortó el torso de tajo. La bestia cayó sobre la nieve. Una laguna de sangre caliente derretía la nieve. El cazador dejó caer su espada sin soltar el mango de esta. Una voz se escuchó de entre el bosque.

—¡¡¡Jaina!!! —gritaba una voz femenina— ¡¡¡Por Skatda'i, resiste!!!

Una persona, vestida con pieles de osos y encapuchada, al igual que el cazador, se acercó al herido.

—¡Jaina —gritó la fémina mientras se arrodillaba junto al cazador—, por lo que más ames, no cierres los ojos!

La mujer se despojó de la capucha que escondía un brillante cabello dorado. Era joven, a las puertas de la adultez. Su cara blanca era herencia nórdica, pero unas orejas algo afiladas eran vestigio de su ya distante sangre élfica.  De entre sus ropas sacó una botella de cristal opaco, dentro burbujeaba un brebaje anaranjado. Le descubrió el rostrò al cazador. El rostro de una mujer, ya entrada en la adultez, con una cicatriz que bajaba desde su párpado derecho hasta la barbilla. La joven acercó la botella a los labios de Jaina. El líquido fluyó por su garganta. La carne absorbía el brebaje. Las heridas se cocieron por dentro poco a poco. Era un agónico sanar.

—Hell... —suspiró Jaina— ...ena.

Los ojos de Jaina se perdían entre la nieve ensangrentada. La joven se quitó sus guantes. Las pusó sobre el pecho de la herida Jaina. Una tenue luz verdosa salió de sus palmas.

El gélido aliento de la implacable Skatda'i guiaba el andar de un cazador cubierto por las pieles de oso y una capucha. Arrastraba la cabeza de una bestia maldita. Solo se comunicaba en señas con el Jarl. Cobró su recompensa. Compró hierbas medicinales y se alejó. Los ojos de un niño aterrorizado siguieron al cazador, quien se perdió entre la nieve. El pequeño solo podía imaginarse una cacería salvaje.

Ríos de sangre: Historias OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora