Capítulo III

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Capítulo III

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Capítulo III

La privación sensorial fue una de las cosas que más le costó aprender a sobrellevar, que más disciplina exigió de parte de Steve. La expectación, el suspenso, el no saber qué esperar era algo que no iba con ella. Tener el control de lo que pasaba a su alrededor era su manera de mantener la calma, de sentirse segura y entregar ese control en manos de otro era difícil. Sin embargo, ahora, de rodillas en el suelo, completamente desnuda, las manos atadas a su espalda, y una venda en los ojos se sentía completamente en paz. La mano grande y cálida de Steve sostuvo suavemente su barbilla y le acarició los labios suavemente.

─ Eres tan jodidamente hermosa cuando estás así...─ murmuró el hombre y ella casi ronroneó, sintiendo una oleada de satisfacción correr bajo su piel─ Tan obediente... eres una niña muy buena, Natasha. Mucho, muy buena. Estoy orgulloso de ti.

Con sólo esas palabras, algo tembló en su interior y un suspiro afectado salió de sus labios. Tenía ganas de arrancar la cinta que mantenía sus manos atadas, de lanzarse sobre él y devorarlo a besos, pero, en cambio, se mantuvo muy quieta en su lugar. Sus pasos sonaban amortiguados sobre la alfombra, pero, sintió como caminaba a su alrededor, sintió su mirada pesada sobre ella, el sonido de su respiración, su aroma llenando el aire. Aquella era la ventaja de la privación sensorial: cada sentido se acentuaba, cada sensación se multiplicaba por mil. Casi podía ver su expresión concentrada y admirativa, estudiándola detalladamente. Ese hombre conocía cada centímetro cuadrado de su cuerpo y aún así parecía observarla como si la descubriera cada vez, como si ella fuera distinta en cada encuentro.

Una de sus manos, que se sintió tremendamente caliente, se posó sobre su espalda baja y fue ascendiendo lentamente, empujándola suavemente contra la alfombra. Ella sabía lo que significaba eso. Se inclinó hacia adelante, apoyando su mejilla y su pecho contra el tejido suave de la alfombra mientras alzaba las caderas y abría su compás, ofreciéndose sin tapujos. Lo escuchó soltar una especie de gruñido que le erizó la piel mientras sentía sus manos subir por sus muslos, hasta acunar sus glúteos, abriéndolos. Se imaginó su expresión, la forma en que debía estar mirándola y se mordió los labios, sin poder evitarlo. Las manos del hombre le sostuvieron las caderas y la elevaron un poco más.

─ Sube más las caderas. Así. Justo así...─ dijo su voz, más ronca de lo normal, cuando ella obedeció de inmediato─ Dios, qué bien te ves así...

Natasha meneó apenas las caderas, incapaz de contenerse por más tiempo. Estaba sudando profusamente, con el corazón enloquecido dentro del pecho, ansiosa. Sabía lo que venía y la espera la tenía en ascuas, con la piel en llamas y la humedad corriendo por sus muslos. Un fuerte azote la devolvió a la realidad. No era ella la que estaba a cargo. Ella entregaba las riendas, su voluntad, para el placer de ambos. Se mordió los labios con más fuerza, contuvo el quejido que pugnó por escapar de sus labios y se forzó a sí misma a mantenerse tranquila, respirando lo más hondo que podía para calmar su ansiedad.

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