Capítulo II

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2. "You never know what you needs til you get it"

El Temptation no era un sitio fácil de encontrar. No se publicitaba en ninguna parte y no había ningún cartel en la entrada que anunciara su existencia. Era un sitio al que sólo se accedía por invitación. O por error, como fue el caso de Natasha. La mujer se había apeado de su auto en medio de una lluvia torrencial y se encontró con que la jodida oficina en la que tenía que entregar los papeles empapados que llevaba entre los brazos ya había cerrado sus puertas. Con una maldición entre dientes, la chica se recargó contra la puerta de madera, dejando caer su peso hasta que quedó sentada en el frío linóleo, con tal mala suerte, que, al doblar el pie derecho, el tacón de su zapato se rompió. Aquello fue demasiado. Sus Jimmy Choo, rotos.

Cerró los ojos, bien apretados, mientras se enterraba las uñas en las palmas de la mano, jurándose que no lloraría. No, no iba a llorar. Dos días antes había sepultado a su madre, sin una lágrima. La mujer no había sido precisamente un ramillete de ternura, pero, había sido su madre... y aún así, no sentía ningún dolor por su pérdida. Respiró hondo y se propuso seguir adelante. Se puso de pie, se quitó los zapatos y comenzó a bajar las escaleras, decidida a seguir adelante, costase lo que costase. Su actual puesto de trabajo era el fruto de muchas noches de estudio, de un esfuerzo casi titánico, de turnos dobles en su trabajo de medio tiempo y no iba a perderlo por un poco de lluvia o un par de zapatos arruinados.

Cuando llegó al primer piso, el aroma del café recién hecho inundó sus fosas nasales y su estómago reclamó la atención que ella no le había prestado en todo el día. Siguió el aroma hasta encontrar la entrada acristalada de un pequeño café, medio escondido en el entrepiso. En cuanto entró, un amable camarero de cabello rubio oscuro y ojos risueños le dio la bienvenida, sin importarle su apariencia de perro mojado, ni sus pies descalzos. La llevó a una mesa frente a la barra y le ofreció un menú impreso en papel de arroz con bordes dorados que destilaba elegancia y buen gusto. Todo el lugar lo hacía, de hecho. Pero, lo que más llamó su atención fue la presencia imponente de los camareros y la ausencia de otros hombres en el bar.

Sus ojos se pasearon por entre los empleados, detallando la firmeza de los músculos bajo las camisas de buen algodón, las sonrisas perfectas, el servicio impecable. Pidió un café vienés y un trozo de pastel de frambuesas, disfrutando tanto del sabor de la comida como de la vista. A partir de ese día, se convirtió en una clienta asidua. Su vida personal era un asco y hacía meses que un hombre no le ponía una mano encima, pero, siempre podía regodear la vista con los camareros del Temptation. Había para todos los gustos, después de todo. Desde aquel gigante nórdico con risa escandalosa que siempre le guiñaba el ojo, hasta el sarcástico e ingenioso castaño de ojos oscuros que la había ayudado a arreglar su zapato aquel lejano día.

Ese viernes paladeaba un trozo de tiramisú cuando lo vio llegar. Se veía ligeramente tímido, fuera de lugar, gritaba "soy nuevo", por todos lados. Pero, encajaba con el perfil de los demás trabajadores y parecía amable, además, como un plus adicional, tenía una espalda que amenazaba con romper la camisa de algodón egipcio y un trasero en el que se moría por encajar los dientes. Cuando el hombre, que no parecía mayor que ella, llegó con su pedido, sus ojos conectaron y algo pareció estremecerse entre sus piernas. Lo vio mover los labios, gruesos y suaves, pero, no entendió lo que le dijo.

─ ¿Disculpa? ─ dijo, pestañeando rápidamente, intentando volver a la realidad.

─ Digo si necesita algo más─ repitió el hombre con una sonrisa amable. Ella negó, sonrojada y el nuevo mesero se alejó de ella, luego de dedicarle un pequeño gesto que a Natasha no le pasó desapercibido.

Pestañeó un par de veces, boqueando como un pez, hasta que el dueño del local, un hombre mayor y de risa fácil, se sentó frente a ella.

─ Es una buena adición, ¿no crees? ─ le preguntó, apuntando con la barbilla al nuevo chico. Natasha asintió, sonriendo también. Nick era un hombre accesible, cálido, que hacía que sus clientas se sintieran como en casa con sólo una sonrisa o un detalle─ Es primera vez que te veo mirar así a uno de mis muchachos...

─ No habías traído a uno como él─ dijo ella, sin pudores innecesarios. Nicky sabía lo que vendía; no sólo café y buena comida, sino también, su cafetería era un lugar donde las mujeres pudieran sentirse seguras y donde podían recrear la vista tranquilamente. Vendía la oportunidad de fantasear, en un ambiente donde nadie las juzgaría ni las pondría en riesgo.

─ ¿Y te gusta? ─ preguntó, mirándola con una sonrisa socarrona.

─ La pregunta ofende, querido Nick─ respondió, haciéndolo reír. Sus ojos brillaron mientras se inclinaba hacia ella, mirándola con interés renovado.

─ Entonces, lo que estoy a punto de ofrecerte, te va a encantar─ antes de que se diera cuenta de lo que realmente implicaba el asunto, Natasha se vio en un pequeño departamento, muy bien amueblado, parada junto a una cama cubierta por una esponjosa colcha blanca.

Tenía el pulso acelerado y las manos le sudaban, pero, no se echó atrás. Desde un tiempo a esa parte que el trabajo la tenía al borde de un colapso nervioso y el recuerdo de su madre intoxicada con antidepresivos la alejaba de los medicamentos y los terapeutas como si fueran la plaga. Cuando el hombre entró al cuarto, vestido sólo con los estilizados pantalones negros que usaba para trabajar, se dijo que aquello no era un mal modo de producir endorfinas. Un muy buen modo de producirlas, si se guiaba por la vista de ese torso tallado por los dioses.

Steve, ése era su nombre, se le acercó sin miedo y la cogió de la mano, posándola sobre su pectoral izquierdo, manteniendo su mano pequeña encerrada en la suya mientras la dirigía por los montes y los valles de su pecho y su abdomen, alterando su respiración. Él había inclinado su rostro hacia ella y le acarició la mejilla levemente mientras apoyaba su frente en la de ella, respirando sobre su boca, sin llegar a tocarla. Natasha se sentía lánguida y, por un momento, se olvidó de donde estaba y con quién estaba. Sus manos eran gentiles, sus gestos medidos y sus dedos ligeros cuando se trató de desvestirla. Todo se trataba de ella en ese momento. Cuando finalmente la recostó sobre la colcha, cubierta apenas por la ropa interior, no hubo un recoveco de su cuerpo que él no besara. La tirantez en su cuello desapareció a fuerza de besos y los nudos en su espalda se esfumaron entre caricias firmes, pero tiernas.

El hombre era un profesional, de eso no había duda. Natasha nunca antes se había sentido así entre los brazos de un hombre. Mucho menos de un desconocido. Se sentía segura, adorada, deseada como nunca antes. La tenía donde la quería, entregada, desinhibida... desnuda, ansiosa y sudorosa, y, aun así, él no se desprendió de su ropa. El maldito pantalón seguía ahí y ella sentía que iba a explotar de un momento a otro. Natasha llegó a un punto en el que quería algo más que caricias, en el que se moría por alcanzar el clímax que él había estado negándole tan caprichosamente. La llevaba al límite y luego retrocedía, justo cuando parecía que ya estaba a punto. Sus manos bajaron por su abdomen y se encontraron con la dureza que escondía la tela. Lo acarició por encima de la ropa y él soltó algo parecido a un gruñido, escondiendo el rostro en su cuello para dejar allí uno de esos besos que a ella le volvían los huesos de agua.

─ ¿Segura que quieres llegar hasta el final hoy? Podemos llegar a eso otro día...hoy se trata de ti, ¿no es así? ─ preguntó junto a su oído, acariciando delicadamente su mejilla.

─ Si no te tengo dentro en cinco segundos, me voy a volver loca─ respondió con la respiración pesada y él soltó una risita antes de quitarse el pantalón y la ropa interior, dejando que ella lo acariciara sin pudor. El hombre tenía una erección grande y brillante que parecía tan a punto de estallar como estaba ella.

Antes de que ella pudiera decir algo más, él se acomodó un preservativo que sacó de la mesita de noche y la volteó en la cama, acomodándola de estómago sobre la colcha mientras se abría espacio entre sus piernas. Natasha se aferró a la tela mientras lo sentía entrar, despacio. Él se estaba tomando su tiempo y la sostenía muy fuerte de las caderas mientras se acomodaba dentro de su cuerpo con un largo gemido que a ella le sonó como música. Cuando finalmente estuvo por completo en su interior, cogió la mano que sostenía la tela y entrelazó sus dedos con los de ella antes de iniciar el primer vaivén.

En ese momento, Natasha supo que no dejaría de ser una asidua clienta del Temptation. 

Sweet NothingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora