Simón.

0 0 0
                                    

Simón cumplía años, el tiempo seguía pasando y a pesar de que mi aniversario había sido hace ya un mes no podía sacarme de la cabeza ese maldito beso, no podía dejar de pensar en mi impulsividad ante muchas circunstancias, no podía dejar de pensar en su arrogancia a pesar de que Daniel se estaba comportando como un caballero y no era que nunca lo hubiera dejado de ser, sino que esta forma de reconquistarme era mucho más exquisita que cuando nos conocimos.
  Pero a pesar de todo este hombre me estaba volviendo loca y necesitaba acallar todo esto de la forma que fuera y si era necesario, debería dejar el trabajo que compartíamos a pesar de lo bien que ganaba en el mismo, no quería arruinar las cosas con Daniel mucho menos desde que las cosas en verdad estaban cambiando.
  Llegamos al salón donde se celebraba el cumpleaños, mis padres me saludaron como si no me hubieran visto desde hace años o como si hubiera vuelto apenas de unas largas vacaciones de verano. Simón, corriendo se acercó hasta donde estaba y no se privó de saltarme encima como a menudo hacía, hasta sus lentes acabaron cayéndose por tal acción.
-Eva – Gritó Simón.
-Estoy al lado tuyo como para que me grites – Respondí.
-No te imaginas el sueño que tuve – Anunció Simón.
  Lo volví a dejar en el suelo porque su peso ya era demasiado y me agaché para poder mirarlo a los ojos a su nivel.
-¡Un perro y un fantasma eran amigos! - Contó emocionado Simón.
-Que ocurrencias – Comenté.
  Apretando la melena despeinada que tenía en la cabeza.
-¿Hace falta ayudar en algo mamá? - Pregunté.
-Hay que terminar de preparar unos sandwich, son algo de cuarenta, pero ya en un segundo voy a hacerlo – Dijo Juliana.
-Está bien mamá, puedo encargarme yo – Aseguré.
-Yo también puedo ayudarla – Propuso Daniel.
-Está bien, solo voy yo, no es tan dificil – Afirmé.
-¡Vamos a jugar Daniel! - Pidió Simón.
-Tienes otras responsabilidades mi amor – Contesté riendo – En un segundo vuelvo.
  Me dirigí a la cocina del lugar, no había nadie así que me puse a armar lo que mi madre me había pedido, no pasó mucho tiempo hasta que escuché la puerta cerrarse, pegué hasta un pequeño salto ya que estaba tan concentrada que eso me llegó a desconcertar. Me volteé para intentar entender que era lo que estaba pasando y me encontré con la cara de Ulises acercándose hacia mí.
-¿Qué haces aquí? - Pregunté.
  Intentando disimular el tartamudeo nervioso que amenazaba con delatarme.
-Pensé que necesitarías ayuda – Dijo Ulises.
-Abre esa puerta – Exigí.
-¿Y si no quiero? - Insinuó Ulises.
  Mis cejas se levantaron a modo de indignación, ¿Esto estaba pasando de verdad? Crucé mis brazos y separé un poco mis piernas a modo de aumentar mi superficie de apoyo.
-¿Acaso tienes quince años? - Planteé – No seas ridículo.
-¿Ridículo por qué? - Consultó Ulises.
  Se acercó en ese momento hacia mí, quedó a unos diez centímetros de mi rostro, el mismo amenazaba con sonrojarse cuando sus ojos café miraron los míos por lo que no pasaron ni dos segundos hasta que decidí alejarme, no le iba a dar el poder de que se entere que podría llegar a alterarme de alguna manera. Comencé a caminar hacia la puerta lentamente.
-Toda mi familia está aquí, inclusive mi novio, no tengo porqué dejar que piensen en cosas que no existen – Aseguré.
  Abrí la puerta sin ningún tipo de dificultad, una parte mía pensaba que él le había puesto alguna traba o algo con el fin de que no lograra abrirla pero esa idea acabó desvaneciéndose.
-¿Vas a negar que te gusto? - Preguntó.
  Casi a los gritos, el cuerpo se me puso duro por completo, aunque para mi ventaja, la música estaba lo suficientemente fuerte como para que nadie más escuchara.
  Me acerqué nuevamente a él, entrecerrando mis ojos como si eso para él significase una cruel amenaza, paso tras paso, escuchando como mis tacones resonaban en cada avance que hacía, dentro de todo el bullicio no entraba hasta donde estábamos en este momento.
-Eres la persona que más odio en el mundo – Sentencié.
  Y no entiendo porque me estas dando vueltas en la cabeza. No entiendo, quisiera poder arrancar esa parte de mi cerebro que me estaba haciendo dudar de esta manera, mi corazón no olvidaba todas las ofenzas que acabé recibiendo de su parte durante largos meses y al menos esa parte me hacía mantenerme firme. No podía ni quería perdonarlo.
-¿Tanto daño te hice Evaluna? - Preguntó Ulises.
  Encogiéndose un poco de hombros, usando una mirada de cachorro arrepentido y abandonado en la vía pública, lo que él no sabía era que ese chantaje yo no me lo iba a tragar tan fácil.
-¿Y a tí que te parece? - Replanteé.
-Tengo una explicación para todo eso – Aseveró Ulises.
-No me interesa – Dije.
  De manera fría, y tras volver a cruzar mis brazos volví a dirigirme a la mesa para continuar haciendo lo que me habían pedido.
-Eras algo inefable y acabé tratándote como basura – Admitió Ulises e hizo una pausa – Y creo que eso tampoco podría perdonármelo.
  Él se fue al no escuchar ninguna respuesta de mi parte, tampoco pretendía responderle. De alguna forma lo de nosotros en esa época de nuestras vidas era una lucha constante por quien era más hiriente con el otro y eso no me queda más que admitirlo, si bien lo de su parte era siempre peor ya que por lo general involucraban lesiones físicas acompañadas de más personas, mi mecanismo de respuesta con el que contestaba eran palabras sumamente hirientes, de las cuales si bien no me arrepiento se que hoy en día no las volvería a usar para lastimar a alguien más.
  La fiesta fue muy alegre, los niños corrieron y jugaron mucho en esos espacios gigantes para que ellos, a modo de una sutil aventura, pudieran irse en cada recoveco, y lo que más me llegaba a agradar de todo esto era que hace tiempo no veía así de feliz a Simón.

¡Al carajo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora