La laguna dorada.

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Otro viernes más en el calendario, volví como siempre a casa a eso de las dieciocho, por alguna razón en este día de la semana el trabajo se ponía un poco más pesado. Llegué a casa, me dirigí a la ducha sin dudarlo ni por un segundo, dejé que el agua caliente recorriera mi cuerpo lentamente, que se trasladara por mis curvas. Salí mucho más relajada, mi piel olía a vainilla producto del jabón que usaba, me puse esa bata verde pastel para dirigirme hasta la habitación.
  Sobre la cama había una caja cuadrada de unos cincuenta centímetros por sesenta, era blanca en toda su extensión y tenía una cinta negra que se cerraba en un moño.
-¿Y esto? - Pregunté riendo.
  Tomé la tarjeta que estaba sobre la misma para leerla: “Para la mujer más especial de mi vida, te espero a las nueve y media en la laguna dorada”. No pude evitar que se me derritiera el corazón en ese instante, me había parecido un gesto muy lindo de su parte invitarme al mismo lugar donde nuestro aniversario resultó fallido. Levanté la tapa de esa caja para encontrarme con un precioso vestido negro que destellaba con algo parecido al gliter. Tenía unas finas tiras para sujetarlo por mis hombros, un escote redondeado y un poco suelto que no dejaba ver nada de mi pecho, era pegado a mi cuerpo, tanto que permitía que mi lindo cuerpo se destacara: Tenía el cuerpo como el de una modelo, hacía baile desde que tenía uso de razón, lugar donde conocí a Virginia, y también solía ir al gimnasio con cierta regularidad hasta hace unos meses.
  Luego de probármelo y modelarlo en el gran espejo que tenía en la habitación me lo quité para no mancharlo mientras me maquillaba, Daniel sabía perfectamente que vestidos elegir para que me quedara bien, muchas veces le solía pedir que me acompañara a comprar ropa por ese motivo, además tenía un gusto y estilo inigualable.
  Una sombra de ojos color negro, unos brillos sobre la misma tapando la mitad inicial, mis labios los pinté de un rosa tenue, rizé mis pestañas y esta vez dejé que mi pelo se acomodara de su manera natural porque eso también le gustaba mucho a mi novio de mí.
  Cuando se hicieron las nueve de la noche me tomé un taxi que me llevó hasta el lugar “Acordado”, ¡Estaba tan nerviosa! Era como si me estuviera volviendo una niña de nuevo, como si fuera nuevamente la primera vez que lo iba a ver en mi vida cuando en realidad, dormía con él cada noche.
  Allí estaba esperándome al fondo de ese pasillo que nos llevaba al muelle de la laguna dorada, lugar donde había un restaurante en donde él me había pedido que fuera su novia. Tenía una rosa roja en sus manos, esperando encontrar las mías, corrí hacia él a besarlo aunque eso no quedase tan estético: Y es que me moría de ganas por besarlo, simplemente por besarlo como si antes nunca lo hubiera hecho
-¿Pero quién es esta mujer tan perfecta que vino hacia mí? - Insinuó Daniel.
-La mujer de tu vida – Murmuré.
-Evaluna, nunca te cambiaría por nadie – Aseguró Daniel.
  Mi boca amagó a hacer un puchero, sus palabras me hicieron sentir un poco mal por el hecho de estar pensando en Ulises, Daniel no se merecía esto, mucho menos con las actitudes que tenía conmigo, mucho menos con todo el amor sincero y auténtico que me demostraba, todo esto parecía magia.
  Nos sentamos en la orilla del lago, casi en la esquina del muelle, las estrellas amagaban con empezar a manifestar su presencia en su máximo esplendor como si fueran un millón de velas que nos daban la iluminación precisa para que la velada fuera perfecta.
  Estaba con el amor de mi vida, más enamorada que nunca, lo tenía mirándome como si yo fuera la octava maravilla del mundo y él, el espectador más interesado en la misma. Me sentía sumamente privilegiada y no iba a cansarme de decirlo, todo parecía tan bien pero no lo fue del todo: La velada, los pensamientos y todo tenía que comenzar a arruinarse por la presencia de Ulises.
  Daniel estaba sentado de una forma en la que solamente pudiera mirarme a mí, en cambio yo, tenía la perspectiva del lugar completo y del resto de las mesas. Me estaba odiando a mi misma, más que nunca, porque no lograba entender porque ver entrar a Ulises con alguien más de la mano me estaba generando tantos celos, ¡Absurdos celos! Ya que la única persona por la que debería sentirlos era por Daniel aunque nunca me hubiera dado motivos para ello.
  Quise ignorarlo, supliqué no prestarle toda la atención que le estaba dando pero lamentablemente no lo estaba logrando. Estaba intentando entender que era lo que me estaba pasando, como era que cuando amas a alguien pudiera interesarte alguien más, ¿Acaso a Daniel le pasaba lo mismo? ¿Acaso era un tema de la edad? ¿Era problema del tiempo de relación? ¿Era un inconveniente mío? Fuera cual fuese la respuesta, sabía de quien podía conseguirla.
  La velada fue linda, le pedí cambiar a Daniel el lugar con la mala excusa de que las luces me estaban haciendo mal a la vista, para que de esa manera pudiera evitar tener que verlo.
-¿En qué estás pensando? - Consultó Daniel.
  Sacudí mi cabeza intentando de esa manera reaccionar a lo que estaba pasando.
-¿Qué? - Contesté.
-¿Dónde tienes la cabeza? Te noto rara – Insistió Daniel.
-No cariño, cosas del trabajo – Respondí.
  Me quedé en silencio y lo miré a los ojos: Eso era lo que más me dolía en este momento, nunca le había mentido, siempre nos confiamos todo, nuestro lema era incluso que las cosas que se compartían lograban pesar menos, y lamentaba no poder compartirle todo esto, al menos por ahora. Una parte de mí sabía que debía sincerarme con él y contarle todo eso que me estaba dando vueltas en la cabeza y el corazón, aun sabiendo lo mucho que podría destrozarle el corazón, me apena asegurar que la parte cobarde era la que estaba ganando en esta batalla.

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