18. Magia

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Al separarnos, un ligero hilo de saliva se quedó entre nosotras, Honne volvió a besarme para romperlo. Su labial se le corrió, igual que yo.

El labial también se me corrió.

¿A quién engaño? No uso labial.

—Honne. —suspiré viéndola a los ojos.

Su aliento fresco me rozó la mejilla, utilizó su agarre en mi cintura para levantarme aún más encima suyo. Temblé cuando una de sus manos se colocó muy arriba de mis piernas debajo de mi vestido.

—Qué bien suena mi nombre en tu boca.

Me empezó a palpitar con fuerza, y el corazón también.

Acarició mi muslo con su pulgar, hundiéndolo con fuerza, estaba tan consumida por ella que de no ser porque sostenía mi espalda me hubiera caído. Siendo sincera, su agarre iba pasando cada vez más a mi torso, eso no me molestó, yo me sujeté de su cuello.

—Mierda. —gruñí.

—¿Qué pasa? —se deslizó aún más, ahogué un gemido cuando apretó suavemente mi pecho—. Estás muy roja.

Me estresaba desearla tanto, apenas nos conocíamos, llevábamos media hora de novias. Hace unos meses éramos extrañas, pero dejaría que Honne me destruyera la vida.

Es más, ella podría destruirme la vida y yo le diría gracias.

—Agh, no vine acá para que me manosees. —reí.

—Bueno —me movió a un lado—. ¿De qué quieres hablar?

Escogí mal mis palabras.

Tampoco dejé que acabara, aunque menos segura de mí misma, me agarré de su hombro para al menos estar tan juntas que pudiera sentir sus latidos.

—Era sobre que el contrato dice que no podemos ser una pareja real, ni tener contacto o similares.

—Incumplimos el contrato, listo ¿Por eso estabas mal?

—Hablas como si la vida fuera así de fácil.

—Te aseguro de que habrá una manera.

¿Era eso una proposición de noviazgo?

Pensar en las consecuencias me tuvo tensa todo el día, por eso fue una sorpresa cuando de manera torpe ella intentó hacerme un masaje. Le sonreí negandome.

Nos quedamos viendo, con ganas de reír pero intentando contenerlo, en un silencio tan cómodo que se extendió por minutos.

—Nadie puede saber esto.

—Lo sé, espero que tu hija felina no vaya de chismosa.

—Nuestra hija. —corrigió— deberías ir a verla, te extraña.

Si ellos supieranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora