I

196 21 54
                                    




Su orgullo se vio cruelmente pisoteado al ver aquellas mallas. Con el ceño fruncido y una mueca asqueada, sostuvo la prenda con dos dedos. —Esto es una mierda, no pienso ponerme esa basura— murmuró para sí mismo. Alzó la cabeza para mirar a su alrededor una vez se encontró en la sala: chicas vestidas con estrechas mallas. Ridículos tutús, pero mallas ajustadas al igual que sus torsos. Supo y sintió que debía sentirse afortunado.

Caminó lentamente, pegado a la pared de espejos, hasta sentarse en una de las sillas libres. Escuchó palmas a su lado; una mujer esbelta y alta se presentó, analizando el panorama. —¿Y tú? Ni siquiera estás vestido— Murdoc rodó los ojos.

—No estoy aquí porque quiera—

—¿Crees que me importa? Ve a cambiarte inmediatamente— gruñó antes de levantarse. La mujer esperó con los brazos cruzados a que Murdoc regresara, ahora completamente de negro. —Ahora— ella habló pero Murdoc no escuchó. Se sentó de nuevo en la silla y se percató de que había algo que desentonaba. Era un chico. Había otro. Demasiado alto, de cabello azul y piel pálida. Lo había visto en algún momento pero no pudo evitar sorprenderse. —¿No piensas levantarte? ¿Vas a quedarte ahí?—

—Oiga. Dé su clase, yo me quedo aquí sin molestar. No voy a moverme. Es un trato justo—

—Al centro— ordenó, señalándole el espacio con el brazo estirado. Caminó arrastrando los pies hacia el lugar. —Primeramente, arreglad vuestra postura, parecéis dromedarios— los jóvenes se irguieron, salvo Murdoc, —el ballet— habló, —es para los fuertes, las personas decididas. Se requiere resistencia, concentración, disciplina ¿entendido?— tras ver un par de asentimientos, volvió a juntar las manos, ahora mirándolos uno a uno. Murdoc se sintió incómodamente analizado. La mujer caminó hacia él, quedando detrás. Podía verla en el reflejo del espejo. Las manos de ella se colocaron en sus hombros y los tensó de manera casi brusca hacia atrás. Murdoc soltó un quejido antes de girarse con violencia.

—¿Qué se cree que está haciendo?—

—La postura— exigió, —todos a la barra— cuando se dio la vuelta para comprobar dónde se encontraba la barra, se topó con el peliazul, mirándolo con obviedad. Murdoc pensó que parecía intrigado. Y lo pilló desprevenido mirándolo en varias ocasiones a lo largo de la hora de clase. Molesto, esperó a que el peliazul se encontrase de espaldas a él en los vestuarios. Estaban a solas. Quizá lo había malinterpretado, o puede que el otro lo hubiese malinterpretado a él. El hecho de acudir a ballet podía ser sospechoso, y Murdoc estaba seguro de su heterosexualidad.

—Oye— lo llamó. El más alto lo miró, —... ¿qué creías que mirabas en la clase?— el otro puso una mueca.

—E-Nada. Nada—dijo. —Sólo-es-el primer año que hay otro chico y-— quiso decir, obviamente nervioso. Murdoc lo miró con el ceño fruncido, casi asqueado.

—No soy marica—

El peliazul alzó las cejas con sorpresa ante la afirmación, —v-vale—

—Y no estoy aquí por voluntad propia— realmente no veía porqué el moreno se empeñaba en justificarse; le agradaba la idea de no ser el único hombre en la clase. El moreno se dio la vuelta y agarró su bolsa bruscamente, dispuesto a irse. Sabía que su apellido era Niccals, lo había visto en varias ocasiones siendo arrastrado al despacho del director, fumando en los aseos e incluso saltando la verja para escaparse del recinto. Le extrañó, porque imaginó que alguien como él se saltaría las extraescolares sin problema alguno. Se saltaba las clases después de todo.

Su madre lo estaba esperando en la salida, golpeteando el volante con las manos, marcando el ritmo de cual fuera la canción que sonaba en la radio. Al verlo, ella sonrió. —¿Qué tal?— el joven asintió en respuesta, colocando la bolsa sobre sus rodillas, —¿alguna novedad?—

Freaks | studocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora