II

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Murdoc Alphonse Niccals. Murdoc Al...

Se vio obligado a alzar la mirada al percibir la puerta abriéndose, dejando paso a Murdoc. Había logrado leer su nombre en la lista de la clase, y se había propuesto no olvidarlo jamás; su memoria era pésima. —Hola— saludó. El otro ni siquiera lo miró. Cabizbajo, deslizó la espalda por la pared para quedar sentado en el suelo. Parecía desanimado. Quizá debía dejarlo, pero si alguien llegaba a entrar y los encontraba sin hacer nada los expulsarían de la actividad, y no podía permitírselo.

—¿Vas a quedarte ahí?— Stuart alzó las cejas con sorpresa, levantándose cual resorte.

—N-No-— la actitud del otro cambió de repente, mostrándose motivado y dispuesto a calentar. Las dos horas fueron ligeras, Stuart sintió que la personalidad de Murdoc comenzaba a ablandarse, quizás a moldearse a la suya. Paralelamente, aprendía rápido, se le daba increíblemente bien. Incluso hizo dudar a Stuart sobre su nula experiencia. —Estás-... se te da bien— se atrevió a comentar una vez se encontraron en el vestuario. Murdoc se giró y Stuart no supo cómo interpretar su mirada. No respondió. —Um... ¿no vienen a recogerte?—

—¿En qué mundo vives? ¿Cómo podrían venir a recogerme?— Stuart apretó los labios. Cierto, su padre tenía la fortuna de trabajar en una oficina, por lo que su madre podía quedarse en casa. Lo más probable era que el padre de Murdoc fuera obrero o minero; ni siquiera lo pensó.

—¿Y tu madre?— Murdoc no habló inmediatamente. Incluso desde atrás podía apreciar cómo apretaba la mandíbula y fruncía el ceño. Quizá se arrepentía de preguntar. —N-No-—

—No es de tu incumbencia— respondió antes de salir de la habitación, caminando velozmente. Sabía que no era su problema, que no eran amigos y que Murdoc pensaba que era escoria. Sin embargo -puede que fuera debido a su débil personalidad- Stuart sentía algo como compasión por él. Con la misma rapidez agarró su bolsa y corrió para encontrar al moreno dirigiéndose a la salida. Al escuchar pasos tras él, Murdoc se dio la vuelta. —¿Qué quieres ahora?— exigió al ver al peliazul.

—N-H¿Haces algo ahora?— el más bajo lo miró cual insecto, con el ceño y los labios fruncidos. En los escasos segundos que mantuvieron el contacto Murdoc relajó su postura, analizando el semblante del peliazul.

—¿Por qué?—

—... ¿Por qué qué?—

—¿Por qué me hablas?— Stuart no pudo evitar dejar salir una pequeña sonrisa.

—¿Por qué no?—

—No respondas una pregunta con otra pregunta— murmuró antes de darse la vuelta y continuar con su camino. Stuart lo siguió. No porque quisiera continuar conversando, sino porque sabía que su madre estaría esperándolo. Se subió al coche rápidamente, dejando su bolsa sobre sus rodillas como siempre hacía.

—¿Es ese tu compañero?— preguntó, observando a Murdoc caminando cabizbajo. Stuart asintió. Rachel arrancó y condujo lentamente hasta alcanzar al otro joven, haciendo sonar el claxon.

—¡Mamá!— reclamó Stuart. Murdoc se sobresaltó, girándose hacia el coche.

—¡Hola!— saludó ella mientras frenaba el coche, —¿Eres el compañero de Stuart?— el otro asintió, confundido. —¿Quieres que te llevemos? ¿Dónde vives?—

—... No es necesario— dijo, dando un paso atrás.

—¿No? ¿Vives cerca?—

—En Oldbury—

—¿Oldbury? Tardas una hora en llegar— Murdoc se encogió de hombros, sin saber qué responder, —sube, te llevo. No hay problema—

—Mamá, no quiere...— susurró el peliazul, agarrando el brazo de su madre. Ella lo ignoró, sonriéndole al más bajo. Sin añadir nada, Murdoc caminó y abrió lentamente la puerta de atrás, sentándose cuidadosamente justo tras Stuart.

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