IV

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Stuart bajó las escaleras con sorpresa: Murdoc no había llamado, aunque apenas eran las cuatro. Se encontró al joven más bajo frente a él, visiblemente cansado. —¿Has venido caminando?— preguntó, incrédulo. Si del instituto a Oldbury había al menos una hora, de Oldbury hasta su casa se sumaban unos veinte minutos.

—¿Vienes? Está esperándote— sin poder ocultar el repentino rubor, Stuart dirigió la mirada al salón, vacío. Quizás esperaba encontrar a su madre allí, pero seguía en el hospital.

—Voy a avisar a mi padre, espera— Murdoc estuvo a punto de replicar, pero recordó: no todos los padres son Sebastian, algunos sí querían saber adónde iban sus hijos y dónde buscarlos si algo les pasaba. En escasos instantes Stuart regresó, poniéndose los zapatos con cómica torpeza. —¿Por qué no llamaste? No tendrías que haber caminado tanto— quiso saber una vez estuvieron fuera. Murdoc observó en silencio las manos del otro cerrando la puerta principal, pensando una excusa.

—Se me cayó el papel por la calle— dijo. Stuart tan solo asintió. El teléfono seguía sin línea. De hecho, tuvo que llamar a Paula desde una cabina.

—Um... ¿Qué debería saber de ella? Lo básico para poder hablar de algo— quiso saber.

—Se llama Paula. Fuma, le gusta la música. Sus padres están divorciados. Va a un colegio privado y vive en este barrio con su madre— dijo, —no sé mucho más— Stuart asintió, intentando hacer una lista mental. —Yo... sólo podré estar un rato. Os presentaré y me iré— anunció, casi temeroso. Stuart lo miró. No parecía una excusa, se veía más bien nervioso.

—Claro— intentó que su voz sonase lo más calma posible. Vio la chica apoyada en la fachada de una de las casas, despegándose el cigarro de los labios carmesí al percatarse de cómo los otros dos se aproximaban.

—Hola—saludó ella. Murdoc tan solo hizo un gesto con la cabeza. —Qué alto eres, ¿cuánto mides?— preguntó incluso antes de saber su nombre. Stuart entreabrió la boca, ahora incómodo. ¿Era algo bueno?

—M-Metro ochenta y cuatro— dijo. Ella alzó las cejas y Murdoc agachó el rostro al percatarse de cómo comparaba su altura con la de Stuart.

—Bueno— dijo él, —Stuart, Paula. Paula, Stuart— el peliazul sonrió nerviosamente.

—¿Te vas?— preguntó Paula.

—Sí. Me están esperando— murmuró. En silencio, desvió la mirada hacia Stuart. Como siempre, sus ojos le resultaron indescifrables, —adiós—





Se presionó contra la puerta al cerrarla, intentando hacer el menor ruido posible. —¿Dónde has estado?— aliviado de escuchar a Hannibal, apoyó su peso contra la madera.

—No te importa— respondió en un tono lo suficientemente alto para que Hannibal lo escuchase desde el dormitorio. Subió las escaleras y entró en el cuarto sin dedicarle una sola mirada al otro.

—Oye— lo llamó, —sal—

—¿Qué?—

—Sal— Murdoc chistó mientras ponía los ojos en blanco y regresó al marco de la puerta. La cerró y llamó hasta escuchar un "así sí". Era una norma. No, una ley: debía llamar a la puerta antes de entrar. —Qué estabas, ¿con tu novia?—

—No— dijo. Escuchó una risa burlona por parte del mayor, recostado en la cama. Mientras se sentaba sobre su colchón, pudo apreciar de reojo cómo el otro rebuscaba bajo sus sábanas hasta sacar unas revistas ajadas.

—Vete de aquí— murmuró, abriendo una de ellas. Al ver que el menor no se movía, lo miró, —que te largues. Ve al baño o donde sea— escupió, acomodándose bajo la manta.

Freaks | studocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora