Capítulo 4: Apagados.

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Katsuki siempre vivió contento al ser miembro de la realeza. Ser entrenado por caballeros altamente calificados, volverse feroz e intimidante para cualquiera.

Siempre vió en sus padres el orgullo en ellos hacia el, amó cada segundo que su madre, una gran alfa guerrera, le enseñaba sobre la caza y también ella misma le enseñaba a pelear.

Después de todo eran descendientes de los dragones del sur, tenían a los mismo dragones como sus fieles compañeros, ellos eran muy leales y eficaces.

A los dieciséis era un jinete experimentado de esas grandes bestias. Volaba por todo su reino en su dragón, y aunque Katsuki no era un príncipe perfecto, sus problemas de ira, que era de todo un alfa, le hacía meterse en más de un problema.

Su madre siempre le regañaba y su padre, un Omega dulce como la miel y cálido, le miraba con reproches y siempre le daba consejos.

También su grupo de amigos eran idiotas, pero buenos chicos, Kirishima era su guardia real y su mano derecha desde que tuvo memoria, Denki era el Omega que babeaba, casi literalmente, por su amigo de cabellos rojos y éste nunca se daba cuenta.

Mina era una alfa que se hizo amiga suyo cuando salió una vez al pueblo cerca del castillo, ella se convirtió en una comandante de una parte del ejercicio cuando pasaron los años.

Así la de pelo rosado podía pasar más tiempo en el castillo. Katsuki era feliz con eso, mandaba y gobernaba con la justicia que le habían enseñado sus padres, pero aún así, sentía que le hacía falta algo.

Al buscar con qué llenar ese vacío, se la pasó de bar en bar, probando lo que se le atravesaba, descubrió el placer en los omegas. Bueno, algunos de ellos, a veces solo los usaba cuando estaba estresado, y era normal en cualquier alfa hacer eso.

Siempre procuró no marcar a ninguno, tenía suficientes estudios para saber qué pasaba si lo hacía. A veces los omegas olían muy dulce, muy amargo, solamente no eran de su agrado.

Nunca encontró alguno que de verdad le llamase la atención, y los otros omegas nobles que siempre iban a las reuniones que hacía su familia solo eran caza-fortunas, que buscaban algún método barato para engatusarlo y hacer que les diera poder.

Bueno, nunca cayó en ninguna de sus trampas baratas. A sus veinticuatro años, Katsuki estaba necesitado, sus padres no podían salir del trono hasta que no se casara.

Había una tradición en la cual, cuando el joven heredero se casaba y se volvía rey, los padres de éste se iban a otra parte para vivir tranquilos lejos del todo el ajetreo del castillo y dejaban por su cuenta al joven rey.

Katsuki tenía experiencia gobernando, fue criado y educado para eso. Pero no podía hacerlo si no tenía una pareja decente, que él quisiera, y su madre estaba sobre sus hombros todo  el tiempo para que eligiera a un Omega pronto.

Debía dar herederos al trono pronto, pero era una tarea imposible. A los nobles los consideraba falsos, a los omegas plebeyos del pueblo solo eran lobos muertos de hambre.

Además, ningún aroma lo atrajo lo suficiente para conformarse con lo que fuera. Así que ahí estaba el problema, no había nada que llamara su atención.

Para el colmo el reino del norte les habían declarado la guerra, era algo bueno y malo, Katsuki podía distraerse con lo del matrimonio por un rato, pero lo malo era su población y ejército.

Quizás estaba de suerte, no, más bien, los del norte habían tocado mucho su suerte, aparentemente los del ejército contrario eranas débiles de lo que supuso.

No pasó mucho para acabar con más del sesenta por ciento de sus guerreros, y después el rey de allá mandó una carta blanca. Un tratado de paz.

No es mi mundo. (Katsudeku./Omegaverse.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora