Capítulo XVIII

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Varios minutos después de que Sofi se fuera, yo caminé de regreso evitando cruzarme con más personas en el camino. Al llegar al cuarto, no se encontraba Molly ahí, lo cual fue extraño porque debería de haber vuelto mucho antes que yo.

Me dejé caer en la cama sin pensar mucho. Ni siquiera me molesté en bajar a cenar, no sentía ninguna hambre. Además, no sería la primera vez que me saltaba alguna comida, aunque por primera vez era por elección y no por necesidad.

Me acurruqué entre las cobijas quedándome profundamente dormida.

Soñé con mi abuelo. Podía sentir su perfume y la lana del que estaba hecho su suéter favorito. Él solo me sonrió y me convenció de que todo iba a estar bien. Sin embargo, yo no sentía que las cosas fueran a estar bien.

—Cass —murmuró una voz infantil cerca mío—. Cass ya levántate, vas a llegar tarde.

Escuchar eso viniendo de mi hermana solo me hizo pensar que todo había sido un sueño y estaba de regreso en mi hogar saliendo tarde para ir al trabajo.

Pero al abrir los ojos ví a mi hermana con el uniforme que nos habían dado y supe que no era un sueño.

—¿Qué hora es? —pregunté sentándome tallando mis ojos.

—Ya están sirviendo el desayuno. Judy dijo que en alrededor de veinte minutos saldremos.

Asentí pensando en el tiempo. Si me apuraba, podía lograr arreglarme y desayunar sin problemas.

Ví hacia la otra cama donde Molly dormía, pero era obvio que ella ya había salido de ahí. No podía entender como ella había salido sin hacer el mínimo ruido. Una parte de mí se preocupó puesto que el día pasado tampoco la había visto llegar.

Sofi salió y yo me dediqué a tomar un baño de cinco minutos y arreglarme con el uniforme que nos dieron, el cual nos habían lavado y dejado doblado en nuestro ropero.

Baje al comedor a tiempo para comer algo ligero, no quería atragantarme de comida y terminar vomitando en el entrenamiento. Busqué ligeramente a Molly con la mirada, pero seguía sin encontrarla.

Junto a Judy y Sofi, salí al entrenamiento donde todos ya se estaban reuniendo. Nuevamente, fuimos separados entre provincias.

Mientras el penúltimo equipo avanzaba para trotar hacia la pista, distinguí una cabellera rubia con negro que solo podía pertenecer a mi compañera de cuarto. Caminé hacia ella con la intención de agradecerle por lo de ayer y preguntarle si se encontraba bien. Probablemente sintió que la miraba, pues volteó a buscarme, al distinguir que se trataba de mí, arrugó el ceño y caminó alejándose de mí.

¿Qué le había ocurrido?

Intento caminar hacia ella, pero unos brazos rodeándome me detienen.

—Hola preciosa. ¿A dónde vas? —dice Clay apoyando su cabeza en mi hombro.

Mi primer instinto es separarme de él y mirar a nuestro alrededor esperando que nadie nos hubiera visto. Clay sujeta mis manos y me jala a él obligándome a verlo.

—Relájate, te dije que a nadie le importaba lo que hiciéramos —comenta con una sonrisa burlona sin dejar de verme a los ojos.

No sé exactamente que responderle. Se supone que no deberíamos tratarnos así en público. ¿Por qué seguía insistiendo en ponernos a prueba?

—Parece que tu amiga aún se siente aterrada por estar aquí —comenta una voz suave a su lado.

Al girar mi rostro, me encuentro con una chica ligeramente más alta que yo, su cabello es rubio oscuro, sus ojos verdes oscuros y su rostro perfilado. Nos mira a ambos como si fuéramos un espectáculo.

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