Capítulo I

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Cada mañana, era la alarma del celular la que me despertaba para ir a trabajar. Esta vez no, fueron los gritos.

Desperté por el sonido de los gritos dentro de mi casa, me levanté lo más rápido que pude y corrí hacía el lugar de donde provenía el sonido, el cuarto de mi hermana.

Al entrar, noté que ella seguía en cama, pero estaba gritando. Supe inmediatamente que era debido a otra pesadilla. Me acerqué a ella y la empecé a mover para que despertara.

—Sofi, despierta —dije mientras la sacudía—. Es solo un sueño, tranquila, tienes que despertar.

Sofi dejó de gritar y abrió los ojos, no había notado que estaba llorando también.

—Tranquila, estabas soñando —dije para consolarla.

Se inclinó hacia mí y me abrazó, le devolví el abrazo mientras acariciaba su cabeza en un intento de consuelo.

—No quiero ir, Cass —susurró en mi oído.

—Y no lo harás, no pueden obligarte si no quieres —dije a modo de apoyo. Y era cierto, la única manera de ser elegido durante la Colecta era llenando el formulario y ninguna de las dos tenía planes para hacerlo.

Escuché pasos que venían en nuestra dirección, me separé de mi hermana para ver a mi madre en el marco de la puerta con un semblante serio.

—¿Otra pesadilla? —preguntó seria, aunque su mirada me decía que ya sabía la respuesta.

—Sí —contestó mi hermana antes de que yo pudiera decir algo.

—¡Ay, pobre Sofi! —chilló rodeando la cama y acercándose a ella por el otro lado del que yo estaba, se sentó y le acarició el rostro—. ¿Te da miedo que te vayas de aquí?

—No, es... —empezó a decir mi hermana, pero mi madre la interrumpió.

—¿Es que acaso no quieres salir de este lugar e ir a uno mejor? —preguntó molesta. Decidí intervenir antes de que le dijera algo peor.

—Mamá, esto no tiene que ver con dónde estamos o no —dije viéndola a los ojos.

—Por supuesto, Cassandra —dijo levantándose volviendo a lucir seria—, tiene que ver con lo que su querido abuelo les dijo, ¿no? —mencionó con un tono de burla.

—Ambas prometimos no ir —dije determinada—, y eso no va a cambiar.

—Todo por un estúpido cuento que les contaron —bufó mi madre molesta.

—¡No es un cuento! —gritó mi hermana—. ¡Mi abuelo siempre sabía todo!

—Tu abuelo deliraba en sus últimos días —dijo restándole importancia.

—Mi abuelo, a diferencia tuya, se dedicó a cuidarnos cuando mi padre murió —dije plantandome en frente de ella—, o es que has olvidado que tuviste varias recaídas después de eso.

Mi madre no dijo nada, solo se me quedó mirando.

—Ve a tomar tu medicina y después sigue durmiendo, ¿quieres? —dije arrepentida por haber sido tan dura empujándola suavemente hacia la puerta—. Llamaré a tu trabajo y diré que no irás.

Saqué a mi madre de la habitación, bajamos las escaleras y la acompañé hasta la cocina. Tomé un vaso de plástico y lo llené de agua, lo deje en la barra dónde ví que ella se sentó. Abrí uno de los gabinetes y saqué su medicina, abrí el frasco y dejé caer en mi mano dos pastillas para dárselas a mi madre. Ella las tomó sin protestar y salió de la cocina. Escuché como subía las escaleras en dirección a su cuarto.

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