Capítulo 1

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París, verano de 1946

Alyssa miraba por la ventana de la pequeña habitación en la que vivía, y contemplaba desde allí las aguas oscuras del río, que atravesaba la antigua ciudad. A pesar de que habían pasado algunos meses desde que había dejado la casa de su familia, seguía sintiéndose un poco fuera de lugar.

—Este es mi hogar ahora —se dijo, aunque en esas tardes solitarias, la atacaba la melancolía. No quería pensar en las razones que la habían llevado a abandonarlo todo, no quería pensar en todo lo que le había pasado antes de llegar a París.

Dio media vuelta y se quedó mirando la sencilla habitación. Había una cama doble, una mesa de noche, un armario, un sofá y una chimenea. El piso estaba cubierto por alfombras y las paredes con papel tapiz con hojas dibujadas que parecían repetirse interminablemente.

Escuchó pasos en las escaleras, pero no les prestó mucha atención. Siempre había odiado los domingos, eran los días en los que se aburría con mayor facilidad. Pensó en salir a caminar por la ciudad, tal vez sentarse en un parque y escribir una carta a su madre, o a su hermano, o a su mejor amiga, o a todos ellos. Pero el ruido de la puerta al abrirse bruscamente, la sacó de sus pensamientos.

Los dos hombres que entraron eran conocidos. Había estudiado con ellos en Hogwarts, y sin que dijeran nada, ya sabía quién los había enviado.

«No puede ser —pensó—, me encontró».

Intentó no alarmarse, pero los nervios que sintió al pensar en que en cualquier momento aparecería él, le revolvían el estómago. Con disimulo buscó en el bolsillo, en busca de la varita, pero no la tenía, estaba sobre la mesa de noche. Tenía que dar unos pocos pasos para tomarla, así que se movió, pero uno de los indeseados visitantes, le lanzó un hechizo que la hizo caer de rodillas y le impidió moverse.

—¿Qué hiciste? —preguntó el otro, y le dio un fuerte golpe en el brazo al que le había lanzado el hechizo—. Él dijo que no le hiciéramos absolutamente nada.

—Pero podía escapar —replicó el aludido—, es peor que la dejemos ir.

Se quedaron en silencio cuando escucharon pasos en la escalera. Al verlo llegar, se marcharon, de manera que Tom Riddle entró solo en la pequeña habitación, y cerró la puerta tras él.

Al verlo, Alyssa recordó cómo se veía el día que lo había conocido, tantos años atrás. No quedaba nada de aquel niño, se había convertido en un hombre.

«Está todavía más hermosa que la última vez que la vi —pensó él».

Su atractivo rostro no revelaba nada. Sacó la varita del bolsillo y deshizo el hechizo que le habían lanzado a Alyssa. Se acercó a ella y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella dudó un poco, pero la tomó. Llevaban mucho tiempo sin tocarse, pero lo que sentían seguía siendo lo mismo, y lo descubrieron en cuanto sus manos entraron en contacto. Ella se puso en pie y lo miró, sin saber muy bien qué decirle.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.

Él solo quería besarla, o abrazarla, o tocarla de alguna manera, estar más cerca de ella, pero no se atrevía. Finalmente, ella había prácticamente huido de él, no estaba seguro de que intentar acercarse más fuera lo mejor. Se quedó quieto y la miró a los ojos para responder.

—Tenía que venir a buscarte, tenía que verte.

—Pensaba que todo había terminado de verdad.

—Esto jamás va a terminar definitivamente, Alyssa.

Ella lo miró como si estuviera muy molesta con él.

—Siempre has actuado como si yo fuera de tu propiedad —le dijo, de mala manera.

Él la miró con impaciencia.

—Eso no es verdad —se apresuróa decir, sin pensar—. Tú estás es mí, tan dentro que para sacarte tendría que romperme.

—Por favor, Tom, estoy construyendo una vida aquí, no puedes venir de un momento a otro a arruinar este nuevo comienzo con cosas del pasado.

—¿Acaso lo que tuvimos te parece algo del pasado? —se quedó en silencio, a la espera de que ella dijera algo, pero como no respondió, continuó— para mí, esto no ha terminado todavía. Te he buscado durante todo este tiempo y vine hasta aquí porque no puedo renunciar a ti así como así. Tú me conoces mejor que nadie, y sabes que no soy alguien que se rinde con facilidad.

Ella suspiró.

—No estoy tan segura de que yo sea quien mejor te conoce.

Él hizo un gesto de impaciencia.

—Pues es verdad, lo eres.

Ella sintió la necesidad de terminar con esa conversación de una vez. No quería que la historia se repitiera una vez más, no quería volver a ser débil ante él, o le arruinaría la vida que estaba intentando tener. A veces sentía que sin él todo era paz, pero con él todo era caos. No lo admitía, pero extrañaba ese caos, lo extrañaba, aunque estuviera luchando por sacarlo de su mente y de su corazón.

—¿Cuánto tiempo te piensas quedar? Porque a mí me parece que no hay mucho de qué hablar —le dijo.

Él pareció indignado, pero se las arregló para no perder los estribos.

—No me iré de aquí hasta arreglar esta situación.

Ella se quitó un mechón de cabello que le caía sobre la cara y resopló.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó, sin molestarse en moderar su tono— ¿Me vas a obligar a regresar contigo?

—No, mejor que eso —respondió él, aparentando confianza en sí mismo, aunque dudaba de que su plan funcionara y pudiera arreglar su rota relación—. Voy a hacer que recuerdes cómo te enamoraste de mí.

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𝙾𝚜𝚌𝚞𝚛𝚊 𝚊𝚍𝚒𝚌𝚌𝚒𝚘́𝚗 || 𝚃𝚘𝚖 𝚁𝚒𝚍𝚍𝚕𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora