Capítulo 47

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Alyssa entró en el ministerio acompañada de su madre, su hermano y de Cadie. Tom estaba hablando con su jefe, que les había dado permiso para que pudieran ver a Armand antes del juicio, para el que todavía faltaba más de una hora. Algunos miembros del Wizengamot ya habían llegado, y miraban a la familia del acusado con una mezcla entre compasión y curiosidad.

Armand estaba en una pequeña habitación sin ventanas y custodiado por los mejores aurores que tenía el ministerio. Parecía como si hubiera envejecido diez años o incluso más, y no dejó ver ninguna emoción al encontrarse con sus hijos y su esposa.

—Padre —le dijo Alyssa a modo de saludo.

—Nunca pensé volver a verte —le respondió él, como si no le agradara en absoluto verla de nuevo.

Ella perdió toda pequeña parte de compasión que podía sentir por que él se encontrara en esa situación. Lo miró, airada.

—Ni siquiera porque ya tienes un pie en Azkaban dejas de ser así —le dijo, en el mismo tono cargado de rencor.

—Tú no has sido la hija que yo había querido que fueras.

Lysandra se adelantó para tomar a Alyssa del brazo.

—Sé la mujer que tú quieras ser, no la que otros quieren que seas —le dijo en un susurro, al oído.

—Si vamos a hablar de eso —dijo Alyssa, dirigiéndose a Armand—, tú nunca has sido un buen padre. Lo que te molesta de mí es que nunca dejé que me arruinaras la vida. Querías una hija que hiciera todo lo que tú quisieras, pero yo no lo permití. Creo que tendrás tiempo para pensar en eso cuando estés en Azkaban, ¿no es así?

Él ni siquiera se molestó en mirarla, porque sabía que ella tenía razón. Estaba seguro de que esa era la última vez que la vería, pero eso no lo conmovió, era de esas personas que nunca cambiaban, ni sabiendo que estaban equivocadas, ni aunque se encontraran en los peores momentos.

—Todo lo que hice fue por intentar salvar el honor de la familia —replicó—, pero como desde que lo conociste lo único que te ha importado es ese mestizo.

Alyssa lo miró como si lo que dijo fuera lo más cinico que había oído en su vida.

—Pues mira que el que acabó con el honor de la familia fuiste tú —dijo ella, sin molestarse siquiera en medir sus palabras—. A la gente le importará mucho menos que yo me case con un mestizo a que tú seas un maldito criminal que es capaz de todo. Pero en fin, saluda a los dementores de mi parte.

Le dirigió una última mirada altiva a su padre y salió de la pequeña habitación sin prestar mucha atención a las miradas sorprendidas que le dirigían los aurores que estaban en la puerta.

Tom había escuchado la conversación desde afuera y tenía una enorme y brillante sonrisa en el rostro. Aunque nunca lo había dicho, admiraba el carácter fuerte que siempre había tenido Alyssa, era una de las cosas que más le gustaban de ella.

—Tú nunca te guardas nada, ¿no? —le dijo, mientras la tomaba de la mano.

—Creo que nuestro último encuentro fue un desastre, pero no lo lamento —respondió ella—, nunca nos llevamos realmente bien.

—No le dijiste nada que no se mereciera.

Ella se acercó para darle un beso en la mejilla, luego se encogió de hombros.

—Estoy ansiosa por ver lo que sucederá en el juicio.

Todo el Wizengamot estaba presente en aquella oscura y fría sala de piedra. Alyssa tomó asiento al fondo junto con su familia y con Tom. Nunca había visto a un dementor, pero había un par de ellos en un rincón, esperando para llevarse a Armand. El ministro de magia hizo un patronus, que tomó la forma de un zorro y se paseó por la sala.

—Vamos a proceder con el interrogatorio —dijo el ministro, y todos los presentes guardaron silencio mientras miraban atentamente a Armand Rosier—. Señor Rosier, se le acusa de asesinar al señor Séptimus Selwyn, usando la maldición asesina, hace aproximadamente diez años.

—No solo lo asesiné —respondió Armand, con toda tranquilidad—, antes de eso lo torturé con un par de crucios para que me dijera a dónde se había llevado a mi hija.

Una murmuración de sorpresa recorrió la sala, pues los presentes comentaban que no habían visto semejante cinismo en ningún acusado desde que se había fundado el Wizengamot.

—¿Entonces está admitiendo que es culpable? —preguntó el ministro.

—Totalmente, señor ministro —corroboró Armand.

—¿Qué hizo con el cadáver del señor Selwyn?

—Le prendí fuego.

De nuevo, los presentes lanzaron exclamaciones de sorpresa, nadie creía que estuviera hablando con tanta naturalidad de sus crímenes y que no pareciera estar en absoluto asustado a pesar de que era más que seguro lo que le esperaba.

—¿Y en cuanto al uso de la maldición imperius en su esposa e hija? —preguntó de nuevo el ministro.

—Alyssa solo duró un par de horas bajo la maldición —respondió Armand—, se resistió y no pude obligarla a hacer nada. Mi esposa estuvo casi seis meses bajo la maldición, hasta que ya no necesité tenerla controlada.

—Debe estar al tanto que el solo uso de una de las maldiciones imperdonables significa cadena perpetua en Azkaban. Usted, por su parte, ha usado las tres, de manera que pasará el resto de sus días en prisión y es una sentencia irrevocable.

A pesar de que cualquier persona se hubiera asustado con la simple idea de poner un pie en Azkaban, Armand no dijo absolutamente nada, y su rostro no reveló ninguna emoción. Fue el primero en salir de la sala, y Alyssa se quedó para siempre con el recuerdo de ese día, de la última vez que lo había visto.

𝙾𝚜𝚌𝚞𝚛𝚊 𝚊𝚍𝚒𝚌𝚌𝚒𝚘́𝚗 || 𝚃𝚘𝚖 𝚁𝚒𝚍𝚍𝚕𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora