Cap. V.- La Tempestad de los Grises

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Una bandada de Bilbadilbos sobrevoló la zona. Bailaban desperdigados de un lado a otro con dirección estenordeste. La Compañía de Wallnahen había despertado junto con los primeros rayos del Sol. Salieron del bosque del Lago Gris y labraron camino a través de una amplia y larga llanura. Los rayos del Sol naciente iban de un punto a otro, borrando toda la oscuridad que hubiese quedado de la noche o de las sombras. Los árboles que a la distancia se veían parecían inclinados y ondulando con la calma brisa chocando con sus ramas y hojas.

Haris se recuperaba de manera satisfactoria. Maldefoe entonaba alegremente una canción que a los oídos de los demás poco llegó. De todas formas, estaban tan absortos, metidos en sus propios pensamientos, que de vez en cuando cabeceaban como durmiéndose, y cerraban los ojos para confirmar que ya no podían mantenerse despiertos.

Pronto llegaron a un pequeño arroyo de agua clara y se detuvieron para hacer que los caballos bebiesen del agua del mismo arroyo.

—Viene del norte, me parece que de las Cumbres Cerradas —dijo Ulcerth. Sabiéndose ya la identidad de cada quien no tenía por qué ocultar el saber que mantenía callado, y él era uno de los que más sabía de las Tierras Lejanas—. Las cumbres de la Cordillera Nórdica son las más frías de todas. No te extrañe que se te ericen los pelos al tocar el agua del arroyo.

—No te equivocas, Elfo amigo —dijo Maldefoe—. El Imlindil. Puede parecer un insignificante arroyo, pero en sus mozos tiempos fue un río de gran caudal que partía por la mitad éstas tierras hasta llegar al gran Maranar, el río que circunda el mundo, con quien nos encontraremos antes de llegar a Enenon.

—¿A quién pertenecen éstas tierras, señor Maldefoe? —preguntó Akemi.

—Es una tierra baldía —respondió el mago—, no pertenece a nadie, ni frutos ni sombra alguna se vislumbra por muchas millas. Los Orcos de vez en cuando bajan desde las montañas hasta aquí pero solo van de paso, los Ogros salen de los bosques y cuando se encuentran las tres razas malévolas se desatan batallas territoriales por zonas que a ninguno de ellos pertenece. Quizá sean las rutas, por el control de las mismas, pero es solo una de varias posibilidades.

—Entonces, ¿podremos encontrarnos aquí con esas razas malévolas de las que usted habla? —inquirió Almight.

—Espero que no tengamos que encontrarnos con ellos en todo lo que resta de camino.

—Ninguno espera eso —dijo Cabas, quien afilaba su espada de ancha acanaladura y estrecha punta—. Pero estaré preparado si acaso alguno se atreve a hacer acto de presencia.

El mago sonrió.

—Bien —dijo—. Partamos ahora.

Partieron y antes de que llegase el medio día ya habían recorrido un buen tramo. No veían nada más que una línea con ondulaciones oscuras en el horizonte. Pasaron así cuatro días con sus noches en aquella extensa llanura, y el tiempo pasó sin mayores inconvenientes. Haris ya estaba completamente curado de sus heridas. De repente, a la mañana del quinto día, en un pequeño peñón, divisaron unas carpas negras con bordados cobrizos al frente. Se detuvieron a una distancia prudencial y Ulcerth bajó de la segunda carroza y fue a ver más de cerca.

La vista de los Elfos es aguda y alcanza a ver mucho más de lo que cualquier otra raza pudiera, solo es superada por la de los Silfos, innatos cazadores de todos los terrenos. De las carpas nadie salía, pero una estela gris de una fogata aún se mantenía ondulando con el viento, en medio de las tres carpas que llegó a contar Ulcerth.

En efecto, eran solo tres carpas negras que muy recientemente habían estado ocupadas. La fogata apenas había sido apagada hace poco. Un acercamiento de Ulcerth hacia el peñón dio como resultado un hecho tanto inexplicable como atroz, y no muy contundente. El Elfo volvió hacia la Compañía e informó de lo visto, cosa que Maldefoe no creyó posible y decidió verlo por él mismo, pero la pendiente de la formación le impedía ascenderla y en su lugar subió Cabas.

Lucis Regis GigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora