Cap. XII.- La Nueva Ruta de Fondeadero Wormarin

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El islote presentaba una apariencia tenebrosa. No había naturaleza alguna, todo, al igual que en el agua, estaba apesadumbrado por una extensa bruma, a diferencia que en el islote aclaraba, por alguna extraña razón. La arena del islote era dura. Era como piedra molida y desperdigada por toda la superficie del mismo, y su color era de un blanco grisáceo.

Caminaron unos cuantos pasos hasta llegar al Pymlocke.

—Esto es terrible —dijo Lenden.

—¿Qué habrá pasado? —se preguntó Emberthal.

—Es muy obvia la respuesta a aquella pregunta —dijo Maldefoe—. Todas las preguntas, en realidad, tienen obvia respuesta. Pero hay una que no: ¿dónde está el capitán de la embarcación, y los pasajeros?

—¡Lossad! —exclamó Lenden, y Wünn croajó.

Luego de pasados unos instantes todos decidieron explorar la zona. Prácticamente estaban a ciegas. Unos tendrían aquella tarea mientras que otros, junto a Lenden, se abrirían paso hacia el interior del Pymlocke. El islote era de una extensión pequeña, pero tenía mucha masa territorial hacia sus cimientos, es decir, probablemente, en otros tiempos, aquel islote era una empinada montaña que ahora yacía sumergida en el fondo del Mar Ebúrneo.

Bludvorne dio una primera vuelta alrededor del Pymlocke y no halló cómo subir, pero después se percató de que con unos golpes a un madero roto que colgaba, podía hacer que una cuerda —o un extremo de ella— que estaba allí, cayese. Maldefoe fue hacia allí y con su báculo dio unos pocos golpes al madero y la cuerda cayó. El primero en subir fue Lenden. Wünn aleteaba y daba vueltas alrededor del barco, pero no entraba.

Luego de Ebbard Lenden, fue Maldefoe, y luego de él, Bludvorne, Almight, Ulcerth, y Mortimer. Abajo quedaron Akemi, Emberthal, Fyljarn (quien lucía preocupado), Haris, y Vaigelllon. Se hizo una rápida inspección del interior del Pymlocke. Había cuatro cuerpos en dos camarotes (tres en uno y uno en otro). Los tres habían muerto asfixiados, y el otro había muerto de un tiro a la cabeza. La pistola yacía en su mano izquierda.

¿Tres muertos por asfixia? ¿Era eso posible? No había causa alguna para que eso pasase. ¿Qué habría pasado en realidad? Las muertes de estas personas eran realmente desconcertantes, pero más desconcertante resultó ser que ninguno de aquellos cuerpos era Lossad.

Volvieron a hacer una segunda revisión y no encontraron nada más, pero se pudieron dar cuenta que la popa estaba completamente deshecha. De repente escucharon un grito afuera. Corrieron hacia cubierta y se percataron de que los que estaban ahí miraban atónitos algo en el cielo.

Luces entre rojizas y anaranjadas bailaban arriba. En la bruma solo podía distinguirse las luces, pero había algo más. Eran ocho pequeños puntos distantes que poco a poco se iban agrandando y acercando hacia el islote. De la fosca surgieron cuatro Silfos y se posaron cerca de los de la Compañía. Batían bellas alas de plumas plateadas. Aquellos que los que en el islote estaban distinguían como luces eran en realidad dos antorchas que asían; una en cada mano. Haris los contempló y dijo:

—Oh, viejos Silfos de Fondeadero Wormarin, bienaventurados somos al poder contemplarles. Han bajado del reino de la princesa Ailann y han parado en éste islote con quién sabe qué propósito. ¿Debemos sentirnos congratulados de ésta acción, señores?

Uno de ellos se acercó.

—Preguntáis si deben sentiros congratulados —dijo—, y yo os digo: somos los Silfos de Fondeadero de Wormarin, regidos por la princesa Ailann, hermana de Aramir, Ireana, y Raimar, todos hijos e hijas del rey Berort el Indomable, y Angid la Honrada. Venimos ésta noche tan trémula a vosotros, a llevarles a Fondeadero Wormarin. Venimos en vuestro rescate.

Lucis Regis GigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora