Cap. VI.- La Narrativa del de Vangelis

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—¿Qué ha sucedido, Emberthal? —preguntó Hombaj, con voz gruesa y lastimada, inclinando su grisáceo cuerpo hacia Emberthal—. ¿Por qué has dejado que Golanbelamdre haya muerto así? Allí estaban Orond, Lamdur, Galem, Legadur, todos mis hermanos, y ahora, oigo, escucho sus sollozos y en mi corazón se incrusta una espina más hiriente que cualquier fuego que cruzase el mar y quemase mi corteza. Y con qué gentes vienes, ¿han sido ellos? ¿Ellos son los culpables de tal infamia? Tendrán el peor castigo de todos —fue hacia los demás de la Compañía.

—Calma —dijo Emberthal, y el Treänt se detuvo—. Ellos vienen conmigo. Buscamos el Castillo del Oeste, el albo Auberhalb, y hemos seguido el correcto camino, no trates de guiarnos, te lo pido. Por favor, te ruego que dejes que nosotros continuemos nuestro camino por entre los lares de tu bosque, Naravin.

Hombaj royó sus propios dientes vio las caras de todos y luego volvió a Emberthal.

—Todas las razas son libres de pasar por mi reino. Los Hombres, los Elfos, los Silfos, los Enanos, los Duendes, los otros Treänts y los Dregargos. ¡Pero los Trolls, los Orcos, los Ogros, y todos esos monstruos que osan cortar madera de estos árboles, no, a ellos no! Veo a un Enano, veo a un Hombre, otro, a otro extraño Hombre —y Akemi solo atinó a menear la cabeza—, otro Hombre más joven, un Elfo, un Silfo, y... —entrecerró sus ojos y luego los abrió, sorprendido, como aquel que encuentra oro—. ¡Maldefoe! ¡Viejo mago! —y el Treänt se enderezó—. Hace mucho tiempo que no te veía por aquí.

—No he tenido oportunidad de venir, Hombaj —dijo Maldefoe—. Desde hace mucho tiempo.

—Desde que la Anodar Aimar'am cumplió su empresa, porque siempre es así, te veo a ti en las empresas más relevantes para toda la Tierra, y créanme cuando digo que he visto empresas y cosas que nunca verían o querrían ver —se inclinó hacia el mago—. ¿Qué te mueve a ti ésta vez? Estás ya anciano, un viento apacible podría tumbarte, bueno, así dicen, pero sé que eres como yo: envejeces, pero tu corteza sigue dura, como un roble, en éste caso, un fresno.

Maldefoe sonrió.

—Estás en lo correcto, Hombaj. Mi empresa ésta vez, como bien... dijo Emberthal, es ir a Auberhalb. Pero, amigo, creo que detalles puedo contarte en un lugar seco y confortable, ¿no te parece?

—Oh, cierto, a veces se me olvida que no todas las razas son Treänts —volteó a ver hacia la arboleda chamuscada—. Mañana al despunte del Sol, iré. ¿Esa carroza puede continuar?

—No lo creo —dijo Cabas—, pero intentaré seguir el ritmo.

—Esperen —dijo Almight—. A él yo lo he visto en alguna parte.

Todos vieron al chico que ahora no tenía capucha.

—Sí —dijo Maldefoe—. Lo habrás visto, es la viva imagen del padre, claro, sin contar la cabellera, pero también lo habrás podido ver en... —recordó que Almight era de Troncoeste—, este... bueno. Es Bludvorne Morgaras, y me debe una muy buena explicación, al igual que Emberthal.

—La tendrás —dijo Bludvorne.

—Igual —dijo Emberthal.

Comenzaron a andar por entre el camino labrado por el mismo Hombaj. Estaba protegido por una verja enredadera, misma que apartó el Treänt. El camino era ancho, terroso, y la lluvia estaba creando pequeños pozos de agua enrojecida, y las ramas de los árboles se movían pesadamente con el viento que cambiaba de velocidad. El camino era recto. Bajaba y subía sin mucha pronunciación, y así llegaron hasta una especie de "templo" de colosales proporciones, con un porche y unas escaleras (de pocos escalones) que llevaban hacia una sala forrada de verde; justo cuando el camino se partía en dos y otro continuaba hacia el suroeste. El "templo" tenía como vigas a varios inmensos robles poblados de un verdor que ante la oscuridad eran tan pardos como la noche. Más allá había un inmenso trono de roca donde Hombaj se aposentó.

Lucis Regis GigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora