Cap. IV.- Deriffaur y el Puente sobre el Lago

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Maldefoe despertó a Almight cuando ya se encontraban en Deriffaur. Se levantó sobresaltado; solo había dormido una hora y un poco más. Vio extrañas gentes con extraños atuendos (más no estrafalarios) pasar detrás de Maldefoe de un lado a otro.

—¿Dónde estamos? —preguntó, estaba algo dormido aún—. ¿Ya llegamos a Auberhalb?

Maldefoe rió.

—Solo ha pasado una hora. Estamos en Deriffaur —dijo el mago—. Debemos encontrarnos con los demás en la taberna.

—¿Taberna? Les tengo desprecio a las tabernas. Mucho griterío y gente loca bebiendo alcohol, cantando canciones sin sentido y todo eso.

—Eso es lo que hace únicas a las canciones de las tabernas —rió Maldefoe—, que no tienen sentido y si lo tienen, no has bebido.

A regañadientes Almight se encaminó junto con el mago hacia la taberna. Ya se acostumbraba a los grilletes de sus muñecas. Pronto llegaron a la taberna. Dejaron las carrozas al cuidado de alguien de confianza de Maldefoe. A su encuentro salió un hombre corpulento de barba naranja y muy crispada, de mirada seria y torva, y de tez parda.

—¡Sabía que la crecida del Meronto significaba buenas noticias! —dijo, y una sonrisa le brotó del rostro—. Mi buen amigo, Galfreil.

—¡Arreakken! —dijo el mago, y fue a saludar amistosamente al hombre—. Que el Meronto haya crecido no quiere decir precisamente que son buenas noticias.

El corpulento hombre vio dubitativamente y su sonrisa desapareció.

—Es posible, pero vaya que cuando me dijeron que acababas de llegar una alegría nubló todas mis preocupaciones. ¿Te quedarás por un buen tiempo?

—De eso no cabe duda: solo estamos de paso, querido amigo, pero prometo que luego de finalizada nuestra tarea vendré más seguido.

Vio, extrañado, a Almight.

—¿Y el chico? ¿Viene contigo, o solo lo llevas de custodia?

—Oh sí. No te preocupes. Almight, él es Arreakken, es un buen amigo, conocido desde hace mucho, sirviente de los Elfos, y los Silfos, contrario a muchas cosas pero no a nosotros.

Los dos, Arreakken y Almight, estrecharon sus manos. El corpulento hombre tenía la mano fuerte y Almight lo supo. Dejaron de estrechar las manos y los tres fueron hacia la taberna. Había hombres de toda tez, levantando espadas, martillos, hachas, escudos, canturreando y bebiendo toda clase de alcohol. También había tres señoras que llevaban las copas de madera vacías y volvían con las mismas llenas de un líquido dorado que a veces se desbordaba.

Almight pasó al lado de una mesa y aquellos hombres allí reunidos dejaron de cantar y tornaron a verle con miradas desafiantes. Si efectuaba un movimiento que resultase para ellos impropio, todos le caerían encima. Arreakken los llevó hacia una mesa donde estaban aguardando los demás de la Compañía. Se les había unido un cantinero que cantaba letras a toda voz. Arreakken quitó al cantinero de allí, regañándolo, y sentó al mago y al rubio en los puestos más lujosamente cómodos.

—Siéntanse como en casa —dijo—. ¿Desean algo para tomar? Lo que sea, la casa invita. No todos los días Galfreil viene a Deriffaur.

—Oh, gracias, Arreakken ­—dijo el mago—, nos contentaríamos con unas jarras de Gilgamiel, sino es mucha molestia.

—¡Enseguida, mi viejo amigo! No es molestia alguna —y se fue hacia la barra corriendo entre tanta gente.

—¿Galfreil? —inquirió Akemi.

Lucis Regis GigasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora