Capítulo 2

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Hace unos años, había un niño un poco rebelde que decidió salir a caminar en una noche oscura por su reino, la Riviera Francesa

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Hace unos años, había un niño un poco rebelde que decidió salir a caminar en una noche oscura por su reino, la Riviera Francesa.

Él solía escuchar a sus espaldas como los adultos discutían respecto a ocultarle y prohibirle ciertas cosas que "aún no iba a lograr entender". Esa prohibición solo lograba que el príncipe tuviera cada vez más ganas de hacerlas. Así que, salió del castillo, caminó hacia la catedral con miedo y consciente de que no debía estar allí. Pero quería averiguar lo que tanto decían.

No quiso esperar a tener dieciocho para recién averiguarlo, prefirió hacerlo en ese momento para entender por qué tanto le prohibían ir a ese lugar. Se dijo que ocho años era la edad suficiente para entender todas las cosas que pasaban en el mundo.

Al llegar, vio una luz salir de la catedral, la gran puerta principal frente a él estaba cerrada. Caminó rodeando la misma, se encontró con una puerta semiabierta por donde salía un poco de luz.

Abrió la puerta, sus manos temblaban.

Ya antes de entrar había escuchado gritos provenientes de allí, estaba indefenso y con ganas de llorar por el temor. Los gritos de dolor eran más sonoros mientras más se adentraba. Sus piernas se empezaron a mover solas, obligándolo a seguir adelante con su plan. Caminaba por un túnel hecho de piedra. El techo era muy bajo, no lo suficiente para que no permitiese que el bajase parado y sin problema. Aunque el único problema era la falta de luz.

Sollozos de un hombre mayor resonaban en eco por el túnel, como también el golpe del cuero con la piel. Los látigos parecían no parar, al contrario, iban en aumento junto a la cantidad de golpes que era contado por alguien.

Llegó al final del túnel, Taehyung vio a un hombre en el piso que se apoyaba de sus codos y rodillas para mantener su espalda erguida ante el entonces mayor sacerdote de la iglesia. No evitó soltar un grito ahogado por la grotesca imagen. La sangre se derramaba por su espalda y goteaba hacia el piso de piedra, las velas iluminaban lo suficiente para notar como había muchos arañazos en su espalda baja y cerca de su nuca, además de dichosos moretones, nunca había visto algo así en toda su vida.

—¿Qué-qué pasó? —dijo el hombre en el suelo—. ¿Padre?

Tae corrió a la salida del túnel, sintió que se ahogaba en ese ambiente tan pequeño, su vista se oscureció, pero eso no lo detuvo a ir al exterior que parecía nunca llegar.

—¡Príncipe! —gritó el sacerdote.

Tae cayó en el piso de piedra, se arrastró hasta la reja, se paró con torpeza y trató de correr de nuevo. Sintió una mano apretar su muñeca, volteó a encarar al sacerdote.

—Príncipe, déjeme explicarle.

—¡No me diga nada! ¡Usted lo golpeaba hasta sangrar! ¡Está herido! ¡Debe llevarlo a un médico!

—No, es lo que él quiere.

—¿Quién quiere que lo golpeen?

El sacerdote vio las lágrimas caer de las mejillas de Tae, acarició su mejilla con su mano, el príncipe alejó su mano de un golpe. Lo primero que se le vino a la mente fue que esa era la misma mano con la que sujetaba el látigo, incluso podía ver algunas gotas de sangre en ella.

El Príncipe Perdido | TaeKook/KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora