Capítulo 3

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Sus manitas eran pequeñas, pequeñas y delicadas que el mayor tenía miedo de romperlas con un sólo toque. Se veían suaves, con un lindo color pálido, aunque no tan pálido como lo era la piel de Hoseok, sino que preservaba una dulce tez avainillada. El pelinegro juraba que Kihyun olía a vainilla, a fresas o cerezas silvestres, ¿Pero cómo si al parecer el más pequeño no habia salido jamás de aquel aterrador lugar?

Aunque claro, su percepción acerca de la piel de Kihyun era sólo su imaginación deambulando sin paradero mientras veía al pequeño nene haciendo nudos con un par de telas viejas, ya sea de uniformes o sábanas que las enfermeras le habían proporcionado.
¿Por qué le dan eso si es un delincuente? Pensó Hoseok, observandolo con atención desde la otra orilla de aquella cancha de basquetbol. Era hora libre, en dónde los delincuentes ahí podrían salir a convivir un poco, claro, dentro de las instalaciones de la grande prisión, ya sea en el comedor, las diferentes canchas de deportes, etc.

El pequeño intruso se veía tan diminuto, tan malditamente adorable para Hoseok.
Absurdo. Volvió a pensar, chasqueando su lengua, metiendo las manos a los bolsillos de aquel grueso pantalón de color verde opaco, caminando casi pegado a la pared, apartando la mirada de Kihyun, aunque no pasaba desapercibida, mirandolo de reojo de vez en cuando, con la curiosidad a tope acerca de qué era lo que ese niño estaba haciendo.

¿Una trampa para sus cómplices? ¿Un objeto para escapar? ¿Incluso para... Ahorcarse a sí mismo en la celda? ¡Imposible!
Al tener en mente cada una de esas posibilidades no dudó ni un segundo en acelerar sus pasos, rodeando toda aquella cancha con suelo desgastado hasta llegar a donde el diminuto intruso se encontraba; sentado en el duro y frío concreto, con sus piernitas abiertas y entre ellas aquellos pedazos de tela; sobre sus regordetas manitas, un manojo, o mejor dicho, una bola deforme de tela. Hoseok hizo una mueca de desagrado. ¿Se podía escapar con eso?

—Niño, ¿Qué haces?

Preguntó el pelinegro, tratando de no mostrar demasiado interés, ocultando su curiosidad por molestia, tratando de hacerle ver al menor que todo lo que hiciera estaba mal. Sin embargo, una vez más, aquella jodida y asquerosa (tierna) inocencia apareció en modo de sonrisa sobre los delgados pero rosados labios del ratoncillo debajo de él. El más alto maldijo en voz baja al ver aquella dulce sonrisa, reemplazando las dulces palabras por desagradables.

—¿Me ayuda, señor? No puedo hacer las orejitas.

El menor frunció el ceño, vocalizando aquellas tiernas frases que ablandaron el duro corazón de Hoseok, no sólo porque su percepción había sido completamente diferente a lo que en realidad estaba haciendo Kihyun, sino por esa acaramelada vocecilla tan irritante (dulce).
¿Trampa? ¿Escape? ¿Suicidio? ¡Dios, Hoseok estaba tan equivocado! ¡Apenas el ser diminuto era un niño! ¿Cómo iba a pensar en esas cosas tan horripilantes si Ki pensaba que ésta enorme jaula era su casita, que no había nada más allá fuera de esto?
¡Qué idiota, Hoseok!. Se dijo a sí mismo, aunque se avergonzaba por no poder tener la razón. Siempre debía tener la razón, como su padre.

—Te pregunté que qué haces.

Volvió a repetir su cuestión, relamiendo sus labios para poder volver a poner su atención al rostro del pequeño, le daba incluso miedo hacer contacto visual con esa bolita porque sabía que podría tocar algo que alguien jamás pudo tocar, o bueno, sólo su difunta madre. Chasqueó su lengua ante aquel pensamiento; jamás alguien podría tocar su corazón como lo hizo su madre, mucho menos un niño desagradable, delincuente... Bonito, tierno, inocente y dulce. Vaya que no.

Little Prisoner ; kiho/wonkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora