CAPÍTULO 2

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La tarde estaba bastante fresca, recién había llegado de la oficina; por fin era sábado y estaba completamente seguro de que sería su día perfecto si no hubiese ningún sirviente en la casa, pero le tocaba esperar hasta las nueve de la noche para poder tener a Elisa entre sus brazos.

Pero él no quería, necesitaba estar con ella mucho antes. Buscaba la manera de que ese momento se diera mientras el agua que salía de la regadera recorría los contornos de su cuerpo, cumpliendo con la función de relajar los músculos colmados de tensión por tanto trabajo.

Al terminar su baño ya tenía un plan trazado y más que decidido a cumplir, se vistió rápidamente usando la ropa apropiada, además de unos lentes oscuros para proteger su vista del brillante sol de la tarde.

Salió por la parte trasera de la casa y se dirigió a los establos, con la ayuda de Peter ensilló a Leviatán, un caballo Lipizzano blanco de un metro setenta aproximadamente, con un cuello poderoso y elegante, el pecho ancho y una espalda amplia y musculosa; contaba con unas extremidades perfectamente equilibradas. Sin duda era un hermoso ejemplar que Frank había mandado a traer directamente de su imperio Romano Germánico, con plena conciencia de lo que a Elisa le gustan los animales. En un movimiento rápido y seguro subió al animal.

—Hola muchacho, solo te pido que no vayas a lanzarme al suelo, así que pórtate bien —le habló al caballo al tiempo que le acariciaba el cuello, intentando ganarse la confianza del maravilloso ejemplar.

El sol estaba en lo alto y a pesar de que el viento refrescaba, haber estado en el establo lo había hecho sudar, golpeó con sus talones suavemente los costados de Leviatán, que ante el estímulo emprendió el paso y en poco tiempo lo hizo trotar, consiguiendo estar en menos de cinco minutos frente a la mansión, dirigiéndose hacia donde Elisa se encontraba jugando con Frederick.

Ella estaba concentrada en un juego de destreza mental junto a su hijo cuando su mirada fue atraída por Jules montando a Leviatán. Su corazón dio un vuelco al verlo, no se acostumbraba a admirar a un ser tan prefecto, era tan hermoso que dolía, la dejaba sin respiración y todo su ser temblaba. Al parecer ese día se había dispuesto a sorprenderla, los lentes se le veían magníficos, el color de la camisa le quedaba muy bien pero mejor se veía su pecho a través del espacio que la prenda brindaba, debido a sus tres botones libres.

Jules se acercó, deteniéndose delante de ella con esa alegre sonrisa, estaba sudado, con algunos cabellos pegados a su frente por la humedad y su mente le hizo una mala jugada al imaginarlo donde otras veces lo había visto sudar, haciendo que su vientre vibrara y desprendiera ese calor que se esparcía por todo su ser, le fue imposible no morder su labio inferior, intentado disimular esas ganas que llevaba desatada.

—Buenas tardes señora —saludó y su corazón se desestabilizó al ver cómo ella se aprisionaba el labio con los dientes, muriéndose de ganas por ser él quien lo mordiera.

—Señor Le Blanc, es una verdadera sorpresa verlo cabalgar —confesó con una disimulada sonrisa mientras Frederick trataba de soltarse de los brazos de su madre.

—Es que odio la rutina señora y aunque poco me gusten los caballos, prefiero hacerlo con tal de romperla, haría cualquier cosa para que la rutina no me absorba.

—Tiene toda la razón señor, odio hacer todos los días lo mismo, pero no tengo otra opción, no hay nada más que pueda hacer —contestó manteniendo el respeto en la conversación porque Dennis estaba cerca al igual que Irene, quien arrancaba unas rosas rojas para reemplazar la de los jarrones de la casa.

—Con todo respeto, la reto a una carrera para que rompamos la rutina —propuso con una sonrisa mesurada.

—Señor... realmente me encantaría aceptar su propuesta, pero no estoy vestida adecuadamente —respondió echándole un vistazo a su vestido.

POR ELISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora