EPÍLOGO

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La noticia sobre la muerte de Frank corrió como pólvora, rápidamente a Elisa le empezaron a llegar cientos de tarjetas de personalidades importantes del país donde le expresaban sus condolencias por la irreparable pérdida.

Fue una noticia que tomó por sorpresa a todos, hasta a ella misma quien no terminaba de reponerse a esa sensación de libertad que gritaba dentro de su ser; sin embargo, una parte de ella sentía la muerte del que había sido su esposo y padre de su hijo.

Los niños no podían entender el significado de la partida definitiva del hombre que los había criado y le dolía tener que explicarles porque estaba segura que sufrirían.

—¿Y mi papi? —preguntó la pequeña Germaine cuando era su hora de dormir y Frank no había llegado a darle sus dos besos de buenas noches.

—Cariño, tu papi no puede venir, está ocupado —explicó Elisa acariciándole tiernamente una mejilla mientras batallaba con el nudo de lágrimas que se le formaba en la garganta. No solo sentía la pérdida de Frank, sino que también se sentía agotada por todo el proceso que conllevaba organizar un funeral. Aún no sabía si llevaría a los niños porque no quería que recordaran a su padre en un féretro.

—Quiero verlo mami —pidió haciendo un puchero.

—Lo sé, pero ahora no podemos verlo... —la barbilla empezó a temblarle y se hubiese echado a llorar si Jules no hubiese abierto la puerta en ese momento.

—Hola —saludó tratando de mostrarse entusiasmado.

—Hola... ¿Y Fred? —Elisa se volvió al hacer la pregunta.

—Se quedó dormido, vine para ofrecerte ayuda con esta hermosa pequeña —con cuidado se sentó al borde de la pequeña cama.

—Gracias, es necesario que lo hagas, voy a despedir a mi tío.

—Ya se ha ido, dijo que no te preocuparas. Daniel y Vanessa se han retirado a su habitación, creo que debemos reponer fuerzas para mañana.

—No será un día fácil, no sé qué hacer, no estaba preparada para que pasara esto —sentía que las lágrimas iban a ganarle la partida, pero sintió una reconfortarle caricia en su espalda.

—Sé que no será fácil, pero estoy aquí para ofrecerte todo mi apoyo.

—Gracias. ¿Le escribiste a tu familia?

—Sí, pero supongo que las noticias llegarán antes que mi carta. No podrán creer todo esto, ellos no están al tanto de lo sucedido, piensan que estoy en Australia, ni siquiera saben de Germaine.

—¿De mí? —intervino la niña que poco entendía de la conversación, solo reaccionó ante su nombre.

—Sí, de ti —le llevó la mano a la pequeña barriga haciéndole cosquilla. Ella se retorció en la cama mientras se carcajeaba.

Jules no se cansaba de admirarla, le parecía mentira; aún no lograba comprender que era padre de esa hermosa y tierna creatura. Había perdido tanto de ella, verla en el vientre de su madre, verla nacer, enamorarse de ese bebé.

Elisa vio en la mirada de Jules anhelo, deseaba otorgarle más tiempo con su hija, que la conociera y compartiera con ella.

—Mi vida —no pudo evitar sonreír al ver que había captado la atención de ambos—. ¿Quieres que el señor especial te duerma?

—Tengo algo especial que compartir contigo —dijo Jules para que accediera.

—¿Un besito? —le preguntó mirándolo con curiosidad.

POR ELISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora