« Nico Robin »

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Nico Robin, conocida como "la niña demonio", a sus quince años, corría una vez más de los Marines. Había estado navegando con una banda de piratas, pero la vendieron al gobierno mundial, traicionada por un par de monedas, se encontró en una huida desesperada.

En medio de su escape, sin saber a dónde ir, algo llamó su atención. Un pequeño niño yacía inconsciente en el suelo. Con cautela, Robin se acercó y lo encontró herido e inconsciente. Le dio un vuelco el corazón. No podía dejarlo ahí, solo y herido, así que decidió llevarlo consigo, buscando refugio en una casa abandonada.

Lo recostó suavemente en el piso, cubriéndolo con una vieja manta que encontró. Se sentó a su lado, observándolo con preocupación. El niño tenía el pelo negro como la noche y estaba lleno de moretones, parecía haber sido golpeado. Robin reconoció las manchas de Plomo Ámbar de Flevance en su piel, recordando el trágico incidente de Ohara. Sentía una profunda pena al ver reflejada su propia historia en la del niño, víctimas de la misma crueldad, de la misma locura.

Dos días pasaron mientras Robin cuidaba del pequeño. Cada mañana, se aventuraba al pueblo cercano para conseguir comida. Al regresar, el niño seguía dormido. Robin acarició su cabeza con ternura, pensando que seguramente lo estarían buscando para matarlo. Le recordaba a ella misma, perseguida, con una sombra oscura sobre su cabeza.

Al tercer día, el niño comenzó a despertar. Sus ojos negros se abrieron lentamente, mirándola con confusión. El niño se sentó, aún aturdido.

-Buenos días - dijo el niño, frotándose los ojos y regalándole una sonrisa tan brillante que parecía el sol de la mañana.

La sonrisa del niño le llegó al alma a Robin, y no pudo evitar devolverle la sonrisa. Él intentó levantarse, pero un dolor punzante le recorrió el cuerpo. Robin, con cuidado, lo ayudó a recostarse de nuevo.

-Estás herido, te caíste de un lugar alto - dijo Robin, preocupada.

El niño ladeó la cabeza, sin entender.

-Yo no... - empezó a decir, pero un dolor de cabeza le cortó la frase. - No importa -

-¡Aaa! ¡Me duele! - gritó el niño, con la voz quebrada. - Y tengo hambre - su estómago rugió como un león hambriento.

-Toma - Robin le ofreció un pan.

-¡Gracias! - el niño tomó el pan con avidez y se lo comió en un santiamén.

-Por cierto, ¿Cómo te llamas? - preguntó el niño, con la curiosidad brillando en sus ojos.

Robin sintió un ligero escalofrío recorriéndole la espalda. Era un nombre que no podía usar, no en este momento.

-Me llamo... Olvia - dijo lentamente, intentando que su voz sonara natural.

El niño volvió la cabeza hacia Robin y le sonrió de nuevo.

-Mi nombre es Ann - dijo con una voz suave.

Y con esas palabras, el niño se quedó dormido, agotado por el dolor y el hambre.

« Príncipe D. »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora