°El Detective: Capítulo 5°

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El segundo día en la guarida de Lina. Y para Jules, no había comenzado de la mejor manera posible.

Un sonido interrumpió el sueño de Jules, al revisar con la mirada todo el cuarto se ha encontrado con la propia Lina desenredando su cabello negro mientras miraba a Jules por el espejo del tocador; ella seguía en su pijama, un camisón rosado hecho de algodón. Al momento en que ella se percató de que Jules ya la había visto es cuando ella guarda su cepillo en su bolsito y se acerca a Jules con sus pies descalzos haciendo ruido sobre la madera.

—Escucha, Jules, no sé por qué, pero desde ayer tengo la sensación de que tú y yo quizás no empezamos con el pie correcto— mencionó ella —Es por ello que vengo a ofrecerte una pequeña ofrenda de paz, para que tú y yo nos llevemos bien.

En su mano la joven hada hace aparecer una de sus paletas de corazón, esta vez con el color del que es el propio traje de caballero que le había dado a Jules.

—Desde ayer veo que las miras raro, tranquilo no son nada malo. Son solo caramelos de sal marina— dijo en el momento en que Jules tomó la paleta

—¿Qué? — contestó Jules sorprendido; un caramelo de sal marina sinceramente soñaba asqueroso, ¿Por qué el resto de jóvenes se emocionan tanto por tener uno de ellos en sus manos?

—Soy un hada pastelera, pero conozco esa sensación de tener demasiada azúcar en la boca. Es por eso que trabajé en estas para contrarrestar esa sensación y que pudieran seguir disfrutando de mis dulces sin preocupaciones

Jules miró el caramelo de color azul que tenía en su mano y miro de regreso a la niña. Sabía que debía de quitar las sospechas que ella seguramente tenía encima suyo, así que sólo le da la razón en lo que dice.

—Gracias, en ese caso la guardaré para cuando lo necesite— mencioné, haciendo que ella me mirara con alegría

—Entonces, ¿Tomamos la paz? — me dijo extendiendo su mano pequeña

Jules miró a Lina y aunque sabe que lo que diría podría desatar su irá, también sentía que no se iba a arrepentir de ser valiente.

—Tú... Tú sabes quién soy, sabes lo que he estado haciendo estos días, ¿Por qué haces esto? — dijo Jules

—Te veías estresado en tu trabajo de humano, supuse que una estadía en mi hogar te podría hacer sentir mejor.

Finalmente, Jules tomó la mano de la niña y la sacudió de manera delicada pero firme, era su manera de formar paz.

Ella sólo mencionó que era momento de comenzar a prepararse ya que faltaba poco para comenzar la fiesta antes de desaparecer en una nube de polvillo, aunque ese era un comportamiento al que Jules ya se había acostumbrado con la cantidad de veces que lo había hecho en su cara y dejado algunas partículas de su polvillo en su ropa.

El joven pelinegro volvió a mirar la paleta de corazón que la niña le había entregado. Siendo sólo un día apenas el que había pasado, por su mente pasó la reacción de esos jóvenes al ver esas paletas con sus respectivos colores y sólo volvía la imagen de los adictos a sustancias ilícitas que había visto en las películas. Y Lina entregando esas paletas sólo le daba el aire de una entrenadora de perros cuyo método se basaba en premiación porque los cachorros hicieran algo bien como lo era contestar a su manera o hacerle favores. Sal marina, algún tipo de colorante para darle ese tono tan característico y quizás algo de magia eran lo que Jules podía definir como los componentes de aquello que tenía en las manos. Pero era ese último ingrediente era lo que hacía a Jules dudar sobre si comerla o no. El querer guardarla no había sido más que una excusa por no comerla en el momento.

El orgullo detectivesco de Jules se sentía herido; siempre había sido él quien buscaba personas para resolver un caso, ahora pensaba si había alguien buscándolo luego de su desaparición y por primera vez sabía lo que era ser el que estaba desaparecido en circunstancias extrañas.

Una Magica Fiesta de TéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora