Capítulo 4.

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Estaba recostada en mi cama mientras revisaba mi celular, cuando de la nada chillido me hizo alzar la cabeza. Any venía corriendo en dirección a mi cama y se dejó caer.

—¿Dónde estabas?

—En pruebas, como ustedes —le contesté dejando el celular a un lado—. ¿Por qué?

—Es que no comiste con nosotras —señaló a su novia y luego a ella—, pensé que aún estabas en entrenamiento.

—No, acabe hace un par de horas pero comí con alguien más, no te preocupes.

Ella asintió, iba a contarle un par de cosas del entrenamiento pero fue interrumpida ya que Adel gritó para que fuéramos a la mini sala de estar.

—¡Llegó un paquete!

Any y yo nos miramos con duda, quizás a alguna de nosotras se nos había olvidado algo. Vimos como el portal s cerraba justo en el instante en que llegamos a la sala y Adel lo recogió.

—Es para Any.

La chica a mi lado tomó el paquete que acababa de llegar, era una pequeña mochila negra. Saco una bolsa enorme de dulces mientras recibía una llamada.

—Es mamá, voy a contestar.

Le hice un gesto con la mano restandole importancia y Adel hizo lo mismo, mientras ella estaba en llamada nosotras abrimos la bolsa con dulces.

—Ten una picafresa —me arrojó el dulce la rubia—. Te la mereces por ser muy buena ligadora.

Deje que el dulce cayera en mis piernas y después lo abrí para comerlo.

—¿Ligadora? ¿De qué hablas? —cuestioné confundida.

Ella sacó los demás dulces que contenía la bolsa, luego me miró divertida.

—Te ví en la cafetería con dos chicos, uno rubio y...

La interrumpí, ya sabía con quien me había visto.

—No andaba de ligadora, el pelinegro fue el mentor de mi prueba de hoy —le hice saber— y el rubio también es primerizo como nosotras, un nuevo amigo.

Ella asintió sin dejar de tener esa sonrisa pícara, me fui a mi habitación para tomar un cojín y lanzarcelo a la cara. Pronto iniciamos una pelea por ver quién terminaba más despeinada hasta que Any entró a la sala mostrando una sonrisa.

—Dice mi mamá que mando dulces para todas, los ma...

Pero se quedó callada cuando vio todo el desastre que había en la sala.

—Ustedes dos —nos señaló con un dedo de manera amenazante—. Van a limpiar todo esto sin excusas.

Yo detestaba la limpieza, no era excusa pero me estresaba demás en ellos. O sea, imagínense vivir con una madre afrodita que quiere todo en su lugar y que todo este limpio. Hasta a los dioses les parecería una exageración.

Pero para mi mala suerte, Any era extremadamente limpia y Adel era un punto medio entre ambas, así que no pude repelar ni decir absolutamente nada.

—Yo ya distraigo y tú haces el hechizo —me murmuró la rubia mientras recogía un cojín.

Asentí sin pensarlos dos veces. Ví como la chica se acercaba a mi mejor amiga mientras le daba pequeños besos, la otra ni siquiera se percató de esa estrategia. Crucé los dedos indicando el lugar y después murmuré.

με τη φωνή μου και τη βοήθειά σας, ο καθαρός χώρος θα παρέμενε.

Las cosas se levantaron y se movieron a su lugar indicado pero de la nada volvieron al piso.

Epifanía | La Descendencia OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora