Recuerdos del pasado que llevaron a la felicidad en su último momento de vida. Pues así es que se le permitió recordar una vez más a su amor. Recordando su aroma, sin saber que el recuerdo de una vieja promesa traería a su muerte el mejor de los del...
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Grande es el dolor. "El fuego y dolor nos consumió."
Una mañana de sol naciente la joven pareja se encontraba en las colinas de Dorthonion admirando lo que los rodeaba, a orillas de un brazo de río que los acompañaba en su contemplación de las maravillas de Erú. Fue entonces cuando el elda, de rubios cabellos, llamó la atención de una joven de cabellos castaños que yacía solitaria. Fue entonces que la sonrisa que cambió su destino lo recibió como el encuentro de su familia en tiempos remotos. "-¿En qué pensamientos se pierde, mi señor?" Nada más que silencio. Por un instante Andreth quiso decir más, pero supo que sería inútil pues Aegnor guardaría silencio, llamando a esos silencios como su eterna admiración. Algo de lo cual se mantuvo en silencio, escuchando las aguas, hasta que el elda se echó a su lado, deleitándose con la melodía de las aguas de Ulmo.
"-Andreth, ¿crees qué el sol nos ilumine hasta la llamada del único?" Pero ella no respondió al instante, pensando en cuál sería la mejor respuesta, hasta que dijo: "-Sea lo que sea, prometamos que estaremos juntos." Un sonrojo se asomó en las mejillas de tan dulce mujer. Un exquisito recuerdo más para el cálido corazón del elda. "-Lo prometo."
¿Qué fue de aquella promesa? "¿Por qué me dejaste?"
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Un dolor genuino, no de la guerra. "Aun así, mi corazón te pertenece."
