Capítulo 3 parte B

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Frente a los ojos azules de un ser, una orden se dio, acatándose ello en un instante y no sabiendo el rubio qué hacer.

La actitud de Candy lo había sacado de balance; y aunque eso no iba a intervenir en sus decisiones...

— Ya sabe dónde encontrarme cuando tenga una respuesta — hubo dicho el galeno militar; quien después de haber deseado — buen día —, buscó una salida; yendo detrás suyo los demás.

No obstante, al divisarse solos y percibiendo en su interior lo erróneo de su comportamiento, Candy se giró y detrás de aquél fue, gritándole a metros de distancia:

— ¡Doctor Lenard, espere, por favor!

A pesar de la molestia que le hubo causado su "egoísmo", el solicitado se detuvo, viendo pasar uno a uno de sus compañeros y quedándose él para aguardar por ella.

Frente a frente, Candy le diría:

— Lo siento. De verdad, lo siento mucho. Fue muy infantil de mi parte haber actuado como lo hice allá —, su pulgar apuntó hacia atrás.

— Quisiera encontrarle razón a su actitud, pero...

— No me justifico; y tampoco, es fácil decirle adiós a los amigos. El Doctor Martin es uno y...

— Eso, señorita Andrew, lo sé más que ningún otro. Estando en la guerra, uno está en un momento, y en el otro ya no.

— Es cierto; y lo siento nuevamente.

— Está bien. Y para que vea que efectivamente lo está, no vuelva a repetir 'lo siento' y olvidémonos del incidente. Tiberius Lenard, a sus órdenes, señorita Andrew.

Ella divisó la mano que se extendía a su persona, la cual aceptó diciendo:

— Candy, Doctor Lenard. Enfermera titulada.

— ¿En serio? — un rostro se mostró sorprendido; y en el momento de soltarse las manos...

— Sí — ella corroboró su profesión. También: — sólo que en estos momentos... me encuentro desempleada; y honestamente me interesa su noble proyecto.

— Siendo así, vayamos a tomar un café y hablemos de ello. Esto, le aseguro, es sólo el principio de una cadena de logros por alcanzar.

— Entonces, no se diga más. Sólo permítame avisarle a...

— No te preocupes, Candy — dijo Albert a dos pasos de distancia y divertidamente; — ya estoy enterado de tu salida.

— No tardo, ¿de acuerdo?

— Entendido, pequeña.

La rubia sonrió y se giró para irse increíblemente con el galeno militar. Hecho que el rubio no quiso deducir por su cuenta, ya que...

— ¿Todo bien, William? —, George apareció por el lugar.

— Honestamente... no lo sé —, y enterarían al secretario: — Candy se ha ido con el doctor Lenard.

— Y... ¿hay problema con eso?

¿Qué si lo había? Ya lo creía; sobre todo, porque iban a ser ¡horas! las cuales la querida hija de Pony pasaría a lado de aquel joven doctor. Uno que, ya ocupando una mesa de cafetería, le contaría a ella desde su modo de vivir familiar, su deseo de ser doctor y no tanto por ser la misma profesión de su padre, sino el procurar por los demás. Gesto que: lo llevó a la guerra al conocer de antemano la ayuda que allá se iba a necesitar; lo mantuvo vivo entre bombas y balas; y lo trajo de regreso a casa para continuar con su labor.

— ¿Y no es más fácil colaborar con su padre?

— No. Él y yo... —, además de no parecerse mucho, — nunca hemos podido ser amigos. Es muy...

— Sí — Candy lo interrumpió; — creo que no necesita decírmelo.

— ¿Acaso lo conoce?

— Por supuesto. Un tiempo trabajé en el hospital que él preside. Pero, por problemas familiares... lo dejé; ocupándome en la Clínica Feliz con el Doctor Martin y...

— Ahora entiendo

— Y yo también, le aseguro. Además, hace algunos ayeres conocí a alguien, que quiero pensar ya es un médico militar.

— ¿En serio?

— Sí, Michael es su nombre

— Michael, ¿acaso... su novio?

— No — contestó ella; y debido a que escuchó su tono entristecido, corregía rápidamente: — ¡no, no! Él... sólo... Era un oficial francés y...

— Está bien — dijo Tiberius disimulando una sonrisa debajo de la servilleta que se llevó a la boca para limpiársela.

— Según, se me enteró estaba preparándose para ser cirujano.

— Michael — alguien volvió a repetirlo; — conocí tantos con ese nombre que... ¡espere! —, un ceño se frunció. — No — dijo, — no puede ser posible que esté frente a... Candy, es su nombre ¿cierto?

— Sí.

— Además, una Andrew. También enfermera y...

— ¿Qué pasa, doctor?

— ¿De casualidad conoce a Elisa y a Neil?

— Sí... por supuesto

— Entonces... es usted

— ¿Cómo?

— Sí, Michael el del batallón 486. Sí, tiene que ser él

— Doctor, no lo entiendo

— Verá... mi unidad militar, una noche, recibió al remanente de aquel grupo. De 1,250 hombres sólo 43 regresaron. Michael, el cirujano, iba entre ellos. Después y mientras cenaban, aquellos hombres para no sentir la dureza del evento y la lejanía que los separaba de sus familias, comenzaron a relatar de ellas. Michael, y como otros tantos, nos declaramos solteros; pero, no por eso se pudo evitar recordar a personas especiales. Él nos platicó de una divertida y a la vez preocupante situación. Se trataba de dos hermanos perversos que le pusieron una trampa a una chica muy valiente y futura enfermera que había arriesgado su vida al estar descendiendo por fuera de una torre y todo por un pequeño maletín de ropa.

— Dios — Candy se tapó el rostro. — Era él.

— Y que como muchos perdieron la vida estando al frente; pero, por los que todavía siguen heridos es que he prometido...

— Por favor, no me avergüence más.

Y él efectivamente ya no lo hizo, sino mirarla y sonreírle cuando ella le dedicó una mirada que la hizo decir después de pasados algunos segundos:

— Así como Michael, usted y yo no sólo compartimos la medicina, sino el pensar en los otros.

— Así parece

— Entonces... me gustaría participar con usted.

— Señorita Andrew, no será fácil al principio. Nuestra sociedad está demasiado golpeada y...

— No importa. Confío que un día vamos a encontrar un alma noble y generosa que nos ayudará a realizar nuestros propósitos: ayudar a quienes lo necesitan.

FRENTE A FRENTE UNA VEZ MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora