Capítulo 10 parte A

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Debido a los nervios, en su habitación y todavía en su vestido de gala, Candy nunca pudo ni dejaba de estar en paz.

Por horas, estuvo practicando lo que iba a decir y de frente a Tiberius. Además, estaba esa bendita fotografía que le tomaron junto a Terry; y de sólo pensar en lo que dirían futuramente las notas periodísticas de ella, de ellos, lo ensayado se le olvidaba y...

De tanto tronarse los dedos de las manos, éstas, en un último apretón, le dolieron. Los pies igual, por seguir en ellos sus lindas zapatillas, las cuales iban acorde a su vestimenta que finalmente decidieron quitar. Actividad que la distraería por segundos, porque llegados los siguientes, su angustia sería peor al no aparecer Tiberius, sino Paul con la claridad del día.

. . .

Habiéndosele dicho llevar el reporte hasta su habitación, porque nadie le respondiera, se dirigieron a la prometida del fundador Lenard, quien desde una puerta...

— ¿Dice... que no está?

— A no ser que siga durmiendo, pero...

— ¿Qué? — Candy se mortificó.

— Yo lo vi salir y partir a lado del señor Granchester

— ¿Q-quién... dijo? — su voz había temblado, aunque toda ella ya lo hacía; y mayormente al revelársele:

— Al estar aquí hospedado, pues...

— ¿A-aquí?

— Sí.

— ¿Y-y cree...?

— ¿Que pudieran seguir juntos?

— ¡No, por favor! — gritó el interior de la rubia; y debido al temor que se le reflejara en la mirada, se quiso saber:

— Candy, ¿pasa algo?

— No, no —; se evadió la consternación; y la que en ella vivía la hizo ordenar: — Paul, ¿por qué no baja a la recepción? Quizá ahí...

— Pudiera haber algún recado, ¿verdad?

— O... saber el paradero de... el señor Granchester

— Lo más probable. Este mismo día iba a dejar la ciudad y...

Con mayor razón, se diría:

— Entonces, vaya a informarse y vuelva para decirme, por favor

— Claro — dijo el mensajero.

Mirándolo partir, ella aprovechó para adivinar un número de habitación. Sin embargo, por haberlo hecho, asustada, la rubia ingresó a su pieza y cerró para volver a la histeria y cuestionarse ahora:

— ¿Se atrevería a hablar con él? ¿acaso... se confrontaron y por eso no llega? ¡No, no, no! — la rubia negaba también con la cabeza. — Hace tiempo lo conozco agresivo, pero... Terry, ¿qué has hecho? ¿dónde está Tiberius? — porque el actor por un pasillo se veía ir en dirección a...

— ¿Señor Granchester?

— Señor Darlington

— Qué bueno que lo alcanzo.

Terry asintió con la cabeza y respondería a los buenos días de su interlocutor.

— Buenos días.

— Tal parece que viene llegando — su vestimenta era otra, pero...

— Así es

— ¿Puedo preguntarle... de dónde?

— Puede — dijo un bromista; en cambio, a quien tenía un serio semblante le diría: — fui a atender un asunto.

— Y... ¿lo ha atendido bien?

— ¡Perfecto! — exclamó el interrogado que interrogaría: — ¿pasa algo?

— Sí. Tiberius no está; y según sé... después del evento los dos venían acompañándose

— En efecto

— ¿Sabe... dónde está ahora?

— Me imagino que... con su prometida. Habíamos quedado de desayunar juntos y...

— No está en el hotel ni con ella

— ¿No? — se indagó.

— No —; y porque un rostro se desmejoraba: — ¿qué sucedió cuando llegaron aquí?

— Bueno —, Terry no estaba acostumbrado a dar cuenta de sus actos, empero: — él y yo atendimos un asunto muy personal y... después cada uno se condujo a su habitación.

— ¿Y fue todo?

— Todo. Ahora si me disculpa...

— Me gustaría que viniera adonde la señorita Candy. Ha estado muy nerviosa y...

— Está bien – aceptó el actor y también el paso hacia el reservado de la rubia curiosamente ubicado no muy lejos donde se hallaba el de él.

FRENTE A FRENTE UNA VEZ MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora