Capítulo 7 parte A

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No hacía mucho que se habían instalado en Madison, capital de Wisconsin. Y en una tarde, en lo que visitaban sus alrededores, los ojos de Candy se posaron en una extensa llanura, agradándole inmensamente que de todo ese pedazo plano que se divisaba, había solamente un singular y frondoso árbol.

Por el grueso del tronco, ella podía deducir tenía bastantes años, sin embargo:

— ¿Qué fruto es?

Se lo preguntó a su acompañante que se inclinó para tomar uno que yacía en el suelo y decir ulteriormente de olerlo:

— Durazno

— ¿Durazno? — repitió una incrédula rubia; y miró hacia arriba diciendo: — ¿no te parece muy grande para serlo?

— Será porque nadie lo ha venido a molestar.

En jarras y con un fingido mohín molesto, la rubia se hubo girado hacia su interlocutor para reclamarle:

— ¿Qué estás insinuando, Doctor Lenard?

Éste sonriendo y adorando más sus característicos arranques diría:

— Que he tenido el tiempo suficiente para conocerte, señorita enfermera, y saber qué mueres por treparlo.

— Es que...

La pecosa traviesa de antaño se volvió al árbol argumentando:

— ... me recuerda tanto al del Hogar de Pony que...

Candy avanzó dos pasos para colocar la palma de su mano en el tronco y acariciarlo. Aunque de tan sólo pensar en su querido padre, una ya hermosa mujer, de simple toque, pasó a un abrazo, colocando su mejilla derecha en ello también y diciendo:

— Apenas dejé de verlo y ya lo extraño.

— Te prometo que si el próximo evento no hay el éxito que buscamos...

— No, no, no digas eso — ella liberó el árbol para ir a Tiberius y aseverárselo: — Debemos tenerlo.

— Sin embargo, tú quieres ir a casa...

— Creo que...

La chica levantó una mano; y lo que decoraba su dedo anular la hizo decir:

— Pronto tendremos una tú y yo.

Aprovechando la distancia, el galeno militar tomó esa mano; y en su palma dejó un beso. Sin soltarla y apretándola ligeramente, se oía de la voz masculina:

— No sabes cuánto deseo que ese día llegue.

— Yo también — confesó ella; y él...

— ¿Lo dices en serio?

— ¿Por qué bromearía?

— ¿Porque te gusta hacerlo?

— ¿De verdad?

Candy sonrió; y el dueño de los ojos color miel la abrazó posando su boca en la coronilla dorada de su prometida que decía:

— Se siente tan bien estar aquí.

— Sí.

— ¿Tiberius?

— Dime

— ¿Habrá modo de conseguir este lugar?

— Me imagino que sí

— Me gusta

— Sí, es muy lindo

FRENTE A FRENTE UNA VEZ MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora