Capítulo 7 parte B

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Un llamado urgente a la puerta de esa habitación se dio.

El ocupante que revisaba unas confirmaciones dadas en la recepción de ese hotel, con ellas en la mano, de una recámara salió para atender.

Divisada y reconocida la humanidad solicitante, se le dio acceso diciendo:

— ¿Alguna novedad, Darlington? —: encargado de cerrar y de informar:

— Una que estoy seguro va a cubrirnos todas nuestras necesidades.

— ¿De qué se trata? — preguntó interesado Lenard quien vio a su compañero ir a la mesa más cercana para servirse y beber agua.

Saciada la sed, se diría:

— He conseguido a alguien que fácilmente nos ayudará con nuestros propósitos.

— ¿Quién?

— Terry Granchester

— ¿Quién? — se volvió a indagar debido a la sorpresa.

— El favorito de Broadway

— ¿Dónde?

— De casualidad visitaba Chicago. Allá, lo abordé, le planteé el proyecto y lo llevé adonde nuestro primer logro: la construcción del hospital y el asilo militar

— ¿Y qué dijo?

— Bueno —, el hombre contrariado se rascó la nuca; y conforme lo hacía: — no entendí mucho por qué le molestó no haber visto más ¿la Clínica Feliz?

— Sí, antes de, eso había ahí. Pero, ¿por qué dices que se molestó?

— Porque lo hizo; y apenas arribado a la colina, por las escaleras se echó a correr preguntando... "¿adónde se fue ella?"

— ¿Ella? ¿Quién?

— Doctor, le doy mi palabra que no le pregunté. Después de alcanzarlo, me fue muy difícil volver a convencerlo de venir.

— ¿Y dónde está?

— Se registraba en la recepción mientras yo venía hacia acá.

— Bien. ¿Le hablaste entonces de lo que pretendemos aquí?

— Sí, y para serle franco no pareció muy entusiasta.

— Eso es lo menos que a mí me importa, sino su contribución.

— Una que también podríamos aprovechar, ¿quizá con una función de teatro?

— ¿Qué te dijo?

— Que tendría que ser algo improvisado y pronto porque tiene que volver a Nueva York.

— ¿Sabes si hay alguna compañía teatral aquí?

— Tendría que averiguar

— Entonces, hazlo; y de paso dile que me gustaría platicar con él.

— Entendido, Doctor Lenard

Éste, golpeando las tarjetas que sostenía en la mano contra su palma, miraba salir a su visitante y también pensaba en reservarse el dato como sorpresa para su prometida, mujercita que coqueta en su habitación modelaba su vestido a lucir para ese tan mentado evento y recordaba los consejos de su amiga Annie.

— Annie.

Candy bajó la prenda; y un tanto apagada se volvió a la cama para dejarlo ahí.

Y en lo que lo hacía, decía:

— Desde el colegio que tú y yo no discutíamos ni aún cuando me dijiste que te habías enamorado del doctor de tu mamá. Pobre Archie. La sorpresa que se llevó cuando se lo confesaste. Pero, decirme a mí que me estaba engañando con Tiberius...

La rubia calló su pensamiento y se sentó en el colchón para acariciar lentamente la suave y fina tela de su vestido. Objeto en el cual posó sus ojos y se perdió, sacándola de su cavilación un ruido que provino de afuera.

Alarmada, Candy miró en dirección a la puerta. Y porque a ella llegaban murmullos, curiosa se acercó con la finalidad de abrir y saber qué sucedía.

Asomando la cabeza, la rubia se percató de la presencia de un trío de mujeres. Entre ellas comentaban algarabíamente algo.

¿Qué?

Las tres hablaban al mismo tiempo que era imposible entenderlo. Entonces, frustrada la pecosa enfermera se metió a su habitación no sabiendo que por el pasillo contrario...

— Es aquí, caballero.

Los ojos de Terry se fijaron en el número: 1004, consiguientemente...

— Muy bien — dijo y pidió la llave de la mano del empleado que lo acompañara hasta allá.

Entregada la llave y también un maletín de viaje, se dieron las gracias por la propina proporcionada, una que sería doble al peticionar:

— Cerciórese de que no vengan a molestar.

... las mujeres anteriores, que en cuanto lo vieron en la recepción no dudaron en abordarlo y, bueno, ser famoso tenía sus inconvenientes.

— Por supuesto, señor Gra...

— ¡Shh! — él indicó.

Y el empleado divertido se cubrió la boca viendo el acceso del huésped y posteriormente el cerrar de la puerta.

A solas, Terry fue un poco rudo con sus pertenencias que a la cama se aventaron, buscando él inmediatamente el cuarto privado para quitarse de encima un estrés. Una pesada tensión que increíblemente se había apoderado de todo su ser durante un viaje en auto y de estar escuchando a su acompañante que sólo maravillas salieron de su boca alabando a Tiberius Lenard. Un héroe no sólo de guerra, sino de los desamparados, creciendo con ello... ¿el interés de conocerlo? ¡Sí! aunque interiormente no entendía ¡¿por qué demonios?!

— ¡Bah! — espetó molesto el actor que para serenarse tomaría un baño de agua fría.

Ya más tranquilo y varios minutos después, Terry salió para atender un mensaje. Tiberius Lenard lo esperaba en el restaurante del hotel para de ahí llevarlo al hall del Capitolio Citadino 

FRENTE A FRENTE UNA VEZ MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora