mad woman

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No hay nada como una mujer demente

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No hay nada como una mujer demente.

La madera crepitando. Solo sus propias lágrimas podrían apagar el fuego.

Solo una mujer demente podría derrumbar a pedazos el imperio que ella misma levantó del polvo.

Rebekah veía como todo se tornaba del color de su cabello. El cigarrillo en su boca mitad consumido, mitad vivo entre sus labios rojos vino.

En sus ojos verdes, se reflejaban las llamas que se alzaban frente a ella. No había ninguna lágrima, no había tristeza, no dolor. No había alma alguna. Solo fuego. En su mano izquierda el cigarrillo todavía prendido, en su mano derecha un bidón de gasolina.

Ya no había nada más que mirar, ya todo era cenizas. Descartó el cigarro y el bidón cerca de las flamas, marchándose por la calle. Lo único que se escuchaba, además del incendio, eran sus tacones resonando contra el asfalto.

Una mujer demente. Dispuesta a perderlo todo.

Nunca has visto una mujer demente, hasta que tambaleando sus caderas, deja atrás el único amor que tuvo en su vida. Nunca has visto a una mujer demente, hasta que incendia lo que alguna vez tú llamaste hogar, y tú mismo lo convertiste en el infierno más abrumador.

Nunca has visto una mujer demente hasta que la llamas "loca", y sonríe y asiente a su llamado. Porque no tiene miedo de estar loca, tiene miedo de creerte una vez más. Tiene miedo de caer en tus garras que la atan de la libertad de ser una mujer demente.

No hay nada como una mujer demente.


Londres, meses antes.

-"¡Amor, llegué a casa!" Rebekah gritó desde su inmaculada mansión blanca mientras se despojaba de sus tacos altos y armaba un moño con su cabello rojizo.

No hubo respuesta alguna. Antes de ir hasta su acogedora alcoba, se dirigió hasta su cocina por un vaso de agua. El verano estaba llegando, y se podía notar en la sequedad de su garganta.

Cuando el agua pasó por su garganta, en ese preciso momento lo supo. Dejó caer el vaso, y los cristales de este se hicieron añicos. Su sexto sentido fue el que caminó arriba de estos con la planta de sus pies desnuda.

El piso blanco de su gran hogar, se manchaba de rojo sangre a casa paso que daba, mientras subía escalón por escalón las escaleras caracol.

No hay nada como una mujer demente. Se dijo así misma.

En esa misma cama donde dormían, donde ese bastardo le había jurado amor eterno, donde Augustus descansaba cuando las recurrentes pesadillas lo azotaban a la madrugada. En esa misma cama donde él le hacía el amor a ella, no a otra.

Fue allí, en ese momento, donde con sus propios ojos, su máscara corrida por las lágrimas que caían gota a gota, y la sangre en sus huellas, donde el grito creció desde su pecho e impactó contra las cuatro paredes de su habitación.

Londres siempre fue una ciudad ruidosa, pero ese día se volvió muda. Todo el mundo se volvió mudo. Menos Rebekah. Menos la mujer más demente que esa ciudad había visto.

Lo tomó por sus hombros, y con un solo empujón lo sacó de su cama. Con solo su mirada, la muchacha desnuda tomó sus cosas y salió corriendo. En cada palabra que disparaba contra su marido, inhalaba humo, y exhalaba fuego.

En ese momento, se sintió tan poderosa. Teniéndolo en sus rodillas, rogándole por favor que no lo dejase solo, que él no era nada sin ella. Y Rebekah lo sabía, claro que esa rata no era nada sin ella, claro que solo se pudriría en su propia miseria en cuestión de días. Sin embargo, cuando el enojo cesó y la tristeza se hizo presente mientras la lluvia de la ducha pegaba contra su columna, se sintió tan necia, tan desamparada. Solo una mujer demente podría haber hecho lo que ella había hecho, pensaba mientras limpiaba las, ahora, cicatrices de los cristales que se incrustaron en ella. Ahora, cada vez que las mirara, recordaría a su sexto sentido expresarse, a la furia eterna que reservaba en cada una de ellas, al dolor inmenso que le trajo sentirse reemplazada de tal manera, pero por sobre todo, a la primera vez, que dudo de la mujer que era.

Harry se encontraba en la sala de estar. Sus piernas largas desparramadas por todo el sillón. Todavía no había respuesta alguna del "urgente" mensaje que Inez le había mandado. La televisión sonaba detrás, y Harry, sin prestar atención alguna, jugaba entrelazando sus dedos entre sus rulos.

"Una antigua casa en Bournemouth se ha prendido fuego. Los bomberos investigan la causa del incendio. Todo indica que fue intencional, alguien muy cercano que vivía allí mismo. Estaremos atentos a nueva información". Finaliza por decir un periodista.

Bournemouth. Antigua Casa. Fuego. Son las palabras que despiertan a Harry de su sueño despierto, y se endereza en el sillón, para subir el volumen de la televisión. En la pantalla, mostraban como la gran mansión se caía a pedazos, y las llamas la consumían por completo. Le fue imposible no reconocer esa casa. Los Harkness.



No hay nada como una mujer demente. Pero tú la obligaste a ser así.

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