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El tiempo solía ser una excusa esos días en la vida de Louis

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El tiempo solía ser una excusa esos días en la vida de Louis.

Por supuesto, Louis necesitaba tiempo para pensar, para replantearse cada una de las decisiones que había tomado a través de los largos meses de verano. Pero a la vez, el tiempo se le iba de las manos, y el Sol de verano que antes no quería dormirse, ahora desaparecía en la oscuridad cada vez más rápido.

Ahora, Louis esperaba frente a la casa de Augustus, con un cigarrillo entre los labios, hábito que había adquirido en las noches despiertas, y su patineta descansando en el pavimento. El otoño comenzaba a sentirse en las entrañas, y se arrepentía de no haber agarrado una campera antes de salir de su casa. Louis contemplaba el mar rabioso cuando la puerta se abrió.



Había decidido mandarle el mensaje el día antes de abandonar Bournemouth, para siempre.

Más que nada, él lo necesitaba. Necesitaba cerrar ese capítulo en el que su corazón se había abierto de par en par, y nadie estuvo para él para cerrar la herida. Anhelaba con dejar atrás el silencio temeroso, la pena con la que los ojos fastidiosos lo miraban cada vez que salía a caminar por las calles de este infierno.

Augustus necesitaba sentirse él por un breve momento, por una caricia del viento. Augustus necesitaba dejar atrás todo lo que encontró en su corta estadía allí: a Louis, al fuego que quemó su casa, y un poco de su alma también, pero por sobre todo, a su padre, que había corrompido su vida, de principio a fin.

Abrió la puerta de su casa con cautela, temiendo que todo su trabajo se eche a perder con solo un batir de las pestañas de Louis. Allí estaba él, con su patineta y sus ojos cansados. La mayoría de días se preguntaba cuánto dormía Louis estas noches, calculaba que muy poco. A pesar del cansancio notorio, Louis le regaló una sonrisa de lado.

-"Hola", dijo mientras levantaba su mano tímidamente.

-"¿Eso es algo nuevo?", Augustus preguntó, señalando al cigarrillo.

La única respuesta de Louis fue encogerse de hombros.

-"Louis", buscó un poco de aire para sumergirlo en sus pulmones, "sé que necesitas esto tanto como yo, buscar la forma de cerrar esto", una vez más tuvo que parar y mirar a los ojos a Louis, que se mantenía en silencio, ahora apagando su cigarrillo contra la arena. "No puedo ser tu amigo, Louis, y lo sabes. Este verano pudo no haber significado nada para tí, pero a mi me hizo descubrir quién era, y por eso te estaré toda mi vida agradecido. Quiero irme de aquí y dejar todo atrás, y perdón si eso te lastima y te duele, pero sé que es para algún día, cuando vuelva a Bournemouth, a buscar un verano como el que tuvimos, sea para conocerte de cero, para conocer a un amigo."

Augustus creyó abandonar el plano terrenal por un minuto, pero cuando sintió los brazos de Louis envolviendolo, cálido como lo recordaba. Louis susurró en su oído un pequeño -"gracias", y así sin más, tomó su patineta, y se fundió en la oscuridad de la noche.

Esa fue la última vez que se vieron.





Por las noches, el ardor era peor, como si alguien tirara sal en sus heridas mientras estaba descuidado, cuando por fin podía cerrar los ojos.

El acantilado estaba ahí, observando callado. Y Harry se sentaba en el precipicio, admirando el abismo. Ya no tenía ninguna razón por la cual temer, y Harry estaba preparado para el impacto.

Uno, dos, tres...

Así fue como se levantó con un grito sordo. Con el corazón entre sus manos. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, a mojarse la cara. Las ojeras se marcaban directo en su pálida piel.

Cuando volvió a su habitación, decidió que no podía seguir durmiendo con el Sol despertando encima de su pueblo. Tomó sus llaves, su cárdigan y caminó hasta el único lugar que sentía seguro ahora mismo. Lejos de los precipicios, lejos del mal que empezaba a carcomer su carne, lejos de lo que alguna vez creyó cálido, y que ahora lo congelaba. Lejos.





Luego de su conversación con Augustus, supo que el tiempo una vez más lo estaba probando. El tic tac resonando en sus oídos. La arena bajando grano por grano, segundo a segundo.

Cuando llegó a su casa, luego de escaparse hasta la nueva residencia de los Harkness, mucho más pequeña y no tan tenebrosa como la gran mansión que dormía junto al mar, ahora hecha cenizas, lo supo. Le cayó del cielo, como si alguien allí arriba lo estaba iluminando, como sí la realización de que tenía que hacerlo de inmediato le haya dado una bofetada en la cara.

Demasiado sobresaltado para dormir, tomó su pequeño cuaderno, el cofre de todos sus secretos, y escribió lo que debería haber escrito desde que su madre se lo había obsequiado. En el papel dejó lo que siempre se había guardado por el miedo de perder a Harry por hablar de más, por las voces diciendo que todavía eran unos niños para sentirse así. En las hojas plasmó las mil y una veces que le probó al mundo que Harry era la persona adecuada para él, la mitad correcta que encajaba en su corazón.

Ahora por fin, con todo volcado en algún lado que no sea su corazón, el sueño comenzó a azotar a Louis, dejando de lado la ansiedad que carcomía los huesos en sus propios sueños. Cuando miró por la ventana el Sol se asomaba a saludarlo con una sonrisa, por primera vez en meses.

Esta vez, un Louis más sabio tomó un abrigo, y se escondió bajo su capucha. Abrió la puerta de su casa, y se dirigió al único lugar en el que podía idear su plan, bajo la sombra de los viejos sauces.

Cuando llegó a su destino y lo encontró reposando detrás de los médanos, donde el ruido de la muchedumbre se comenzaba a disipar, y los sauces lo escondían en su sombra, su corazón gritaba con fiereza. Viendo su silueta, supo que estaba haciendo lo correcto.

El cárdigan acariciaba sus hombros. Esa misma prenda de ropa que meses antes, Harry le había confesado que le recordaba a casa. Con un poco más de esperanza, su alma comenzaba a sanar.

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