this is me trying

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De alguna u otra forma, el cigarro entre sus labios calmaba al agua que poco a poco llegaba a cubrirlo por completo

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De alguna u otra forma, el cigarro entre sus labios calmaba al agua que poco a poco llegaba a cubrirlo por completo. Algo en el ruido de la ceniza consumiéndose, en el humo negro que inflamaba su pulmones, ayudaba a mantenerlo a flote. Este era el último que consumía en el día, se prometió a sí mismo. Cuando no quedó más que colilla, se dio cuenta donde estaba parado: en frente de la casa de Harry.

Hace días no escuchaba su voz, y las esperanzas en ellos cesaban con el correr de las horas; cada vez que Harry no contestaba las llamadas, o en cada ocasión que el día se transformaba en noche. Cada vez que la noche amanecía, y el sol lo alumbraba

En su mente, la última conversación con Harry permanecía fresca, repitiendose una y otra vez cuando Louis intentaba cerrar los ojos y descansar.

Louis no sólo debía preocuparse por mantenerse cuerdo el mismo, sino que también, debía lidiar con las preguntas, los ojos curiosos y la incertidumbre de la gente cada vez que salía de su habitación, el lugar donde se escondía de todas aquellas criaturas, y daba un paso hacia la vida real.

Por supuesto, las primeras en romper su burbuja de ensoñamiento fueron las gemelas, que preguntaban sobre el paradero de Harry desde que se levantaban hasta que anochecía. Louis no respondía, jugaba con la comida de su plato, mirando a la nada, tratando de que por lo menos, las de mayor edad, entendieran el por qué de su silencio. Louis no trataba de ocultarlo, mucho menos trataba de subestimar a su familia; sólo no estaba dispuesto a hablar con nadie del tema, porque eso significaba aceptar que esa página en su vida se había terminado, y él todavía creía en su cuento de hadas junto a Harry. 

Una noche, cuando ni el humo del tabaco logró calmarlo, y sus sollozos eran tan fuertes que ni su almohada pudo taparlos, su madre, como el ángel que era, atrapó a Louis entre sus brazos y mientras cantaba canciones de cunas a su oído y acariciaba su cabello, Louis llegó a creer que nada ni nadie podría lastimarlo desde el nido que ella había construido en segundos. Por fín, en su arrorró, pudo conciliar el sueño luego de tantas noches en vela.

A la mañana siguiente, su mamá lo enfrentó en el comedor familiar, antes de que todo el mundo despertara. Lo esperó con una taza de té, preparada de la única manera que su madre sabía hacerla. Un hilo de leche, nada de azúcar. Perfecta.

Su estómago gruñía, enfadado con Louis por no alimentarlo de la forma que debía últimamente. En cuanto sumergió sus labios en el líquido caliente, su mamá exclamó: -"Sea lo que sea, todo estará bien, Louis", y depositó un beso sobre su cabeza.

Louis permaneció quieto, contemplando si responder o no. Realmente quería explicarle, quería contarle que no era así, que su hijo, ese que ella gritaba a los cuatro vientos cuan orgullosa estaba de lo que se había convertido, había arruinado un corazón perfectamente sano, carente de dolencias, por unos simples encuentros de verano. Las palabras no salían y su madre ya lo había dejado solo en el comedor, subiendo las escaleras, para despertar al resto de la familia.


Ese mismo día, cuando llegó de la escuela más abrumado de lo que se había ido, lo encontró arriba de su cama, junto con una lapicera negra.

Cuando era niño, su madre solía decirle que escribir sus problemas ayudaba a descargar su corazón de ellos. Hoy día, creía que necesitaría hojas y hojas y hojas para descargar todo lo que había allí dentro, que día tras día se transformaba en una masa densa y oscura que le dificultaba la respiración.

Al principio, Louis lo miraba con desconfianza, temiendo que de alguna manera u otra, cobre vida y lo muerda. Debían disculparlo, hace días no podía pegar un ojo, exceptuando por ayer. Pero cuando abrió la primera página en blanco, y con delicadeza retiró el capuchón de la lapicera, las palabras, esas que tanto se retraían cada vez que abría su boca, brotaron de repente.

Desde ese momento, lo único que podía hacer era escribir: la mayoría de veces sólo llenaba las páginas del nombre de Harry hasta que su letra se veía afectada por el cansancio de su mano. Otras tantas, rememoraba los besos de Harry, esos que añoraba con lujo de detalle en la materia gris, y los sumergía en el papel, para convertirlos en eternos.

Pero cuando realmente podía mirarse al espejo, y enfrentarse a su propio reflejo, Louis escribía desde el corazón: no quería ser más el niño de diecisiete años al que el tiempo se le escapó como arena en sus manos. No quería ser más el niño que perdió a la persona adecuada, a su chico,  por una noche de pasión en un verano solitario. Louis no quería ser recordado por lo malo, quería ser recordado por las sonrisas, por los besos debajo de la sombra del Sauce, por cómo sus mentes volaban cada noche donde el insomnio era más fuerte que el cansancio, y soñaban con una vida lejos de Bournemouth. Y Louis escribió sobre eso, sobre cada una de sus inseguridades, de los miedos que le atormentaban el alma por las noches.

Volcando su corazón hacía el papel, Louis supo de inmediato lo que debía hacer si quería recuperar a Harry: necesitaba mostrarse vulnerable, necesitaba levantarse y armarse de nuevo. Necesitaba demostrarle a Harry que se necesitaban el uno al otro, pero también contarle que hay un mundo afuera, que ambos necesitan tocar con las propias palmas de sus manos.

Sabía que en algún momento llegaría, que de pronto, el motivo de su escritura se traduciría y cobraría vida, y que para ese entonces, tendría las palabras indicadas para decirle a Harry lo fuerte que era su amor.

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