Capítulo I

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Viernes 12 de noviembre de 1999.
-Todo comenzó la noche antes de mudarnos -le dije a mi psiquiatra tratando de evadir su mirada. Mientras tanto él me observaba tranquilamente con sus lentes grises y una pequeña libreta de apuntes que sostenía en su mano izquierda.

-Era de noche y estaba corriendo desesperadamente mientras me perseguían por el bosque. No sabía dónde estaba ni porqué me perseguían, pero eso no me detuvo para seguir corriendo. Mi rasguñado rostro golpeaba fuertemente contra las ramas de los árboles mientras que con las manos trataba de quitármelas de encima en la oscuridad. Miré hacia atrás y los arbustos se sacudían ferozmente hacia mí, sentía una terrorífica presencia que me asediaba en cada paso que daba. No dejé de correr y aún más espantado me apresuré a esconderme a mediación de una pendiente que vi a lo lejos.

Escuchaba pasos que se hacían cada vez más y más fuertes. Di un tropezón y caí fuertemente al suelo. Arrastré mi cuerpo poco a poco con mucho cuidado de no hacer mucho ruido hasta esconderme en el hueco de un viejo y enorme tronco de árbol.

Mi pobre corazón golpeaba tan fuerte que coloqué mis manos en el pecho para intentar retenerlo. Miré mis sucias y raspadas manos, toqué suavemente mi cara, y dolía, todo dolía. De repente se escuchó un crujir como de ramas secas, y unos zapatos negros se detuvieron junto a la entrada del tronco. Los miré entumecido del miedo. Eran zapatos elegantes, de esos caros que solo usan los ricos, aunque estaban llenos de lodo y su suela estaba un poco gastada. Recogí mis piernas cuidadosamente y las abracé con una mano mientras que con la otra me tapaba la boca para no soltar el grito que tantas ganas tenía de salir. En ese instante retumbó una voz oscura y siniestra.

-¿Dónde estás chico? No me hagas esto más difícil. ¡No demores más lo inevitable! Es fácil, tú sales y yo te mato. ¡Ves! No hay que complicar tanto las cosas.

Pude sentir como reía al hablar, se escuchaba tan cínico.
Contuve la respiración de golpe, y sentí mi cuerpo helarse como nunca. Comenzó por la punta de mis pies y me recorrió todo el cuerpo desapareciendo en mis hombros, y de buenas a primeras comencé a temblar descontroladamente.

-Cálmate un poco, -me sugirió el psiquiatra amablemente y me brindó un vaso con agua. Yo me detuve, suspiré y me puse cómodo en el sofá donde estaba sentado. Tomé el vaso en mis manos. Bebí un sorbo del agua y reparé al hombre que tenía frente a mí con la mirada. Estaba sentado en su silla escribiendo, con las piernas cruzadas y apoyando su libreta en uno de sus muslos. Su pelo era tan gris como la camisa que llevaba puesta, Sus ojos, claros pero con una mirada firme y segura, transmitía confianza. Parecía tener entre 50 y 60 años no obstante se le veía bastante fuerte, parecía alguien amable.

Le acerqué el vaso con agua -Gracias. ¿Sr...?

-Corden, -contestó. Agarró el vaso y lo puso sobre la mesita q había a su lado ¿Ya estás más tranquilo? -me preguntó sonriendo.

-Sí, lo estoy -como pensaba era un buen hombre, después de todo me lo había recomendado Carol, una compañera de trabajo que vive frente a mi apartamento.

-¿Puedes continuar? -preguntó el sr. Corden, me detuve a pensar por donde me había quedado, a lo cual respondió: Escuchaste una voz que decía que quería matarte -retomé la idea y seguí con mi historia.

-La persona que calzaba esos zapatos negros y llenos de lodo no se movió ni emitió ningún sonido por un buen rato. Aquella tranquilidad me aterraba aún más todavía.

No sabía lo que me iba a ocurrir y estaba espantado.
Me abracé más fuerte para intentar retener los temblores de mi cuerpo mientras que mis ojos vidriosos no apartaban la mirada de los zapatos. Vi como dieron un paso, al que le siguió otro y así se apartaron de mi vista. El sonido de sus pasos alejándose me hizo recuperar el control de mi cuerpo. Un suspiro y el relajante silencio que lo acompañó me hicieron sentir a salvo.

InsomnioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora