Capítulo 7. Postal Place (segunda parte)

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Todo estaba tan oscuro como la boca de un lobo. Lo único que alumbraba era la barra iluminada por tres débiles focos tintineantes, al final del lugar. En la barra, de plástico negro barato, había un par de vasos de plástico también, inmaculadamente limpios. Había sillas altas y unos cuantos sillones bajos descosidos. Pero lo que más se destacaba de todo, lo único que captaba la atención era que las paredes estaban tapizadas de sellos.

De todos colores, los sellos polvorientos y con las esquinas dobladas los miraban desde todos lugares. Rostros de la Reina, de flores y plantas, de rostros de ministros de Irlanda y de las maravillas del mundo. De la puerta de Alcalá, de semillas de ajonjolí, de las pirámides de México, de las estaciones, de diversas comidas y, sobre todo, conmemorativos de las olimpiadas de Seúl.

Los sellos estaban en cada lugar, alineados como un Tetris por tamaño en la pared de la derecha, pintada de índigo, y las líneas purpuras perfilaban los dientes de los sellos, magníficamente cuidados. En cambio, en la pared de la izquierda, los sellos se sobreponían con ningún orden, mesclando sellos de 1945, que mostraban una esvástica nazi roja casi fosforescente, y sellos del mes pasado, que decían con grandes letras "Celebración de Cristo Rey". El conjunto resultaba un poco raro, un poco collage, y las esquinas de los sellos estaban bastante descuidadas y pegajosas por la cola. Los dibujos de los sellos eran bastante difíciles de distinguir por la oscuridad del amanecer y por lo polvorientos que estaba, y ambos les hicieron toser un poquito. A pesar de todo, a Levi el conjunto de las dos paredes le resulto curiosamente armónico.

Alaska le guiñó un ojo, divertida por su cara de pasmo, y aun de la mano, lo llevo y lo sentó en un sillón del extremo izquierdo, de frente al collage de sellos.

-¿Entiendes ya porque es mi segundo lugar favorito? -le pregunto, mirándolo a sus ojos azules de niño pequeño. El chico aun escudriñaba la pared ansiosamente, como un niño curioso al que se le hubiera perdido algo. Alaska pensó que se veía extrañamente sexy, con su camiseta de franela bajo esa chaqueta de cuero negro que no le sentaba para nada y sus labios rojos por el frio.

Es decir, los otros chicos que ella consideraba sexys (que no eran pocos) llevaban a menudo poca ropa en el torso, eran morenos y musculosos y sus facciones eran duras. Sus ojos eran graves, oscuros y reflejaban fuerza, fuego. Sus manos eran posesivas y hábiles, y su cuello era corto y musculoso, y a menudo enrojecido por los besuqueos apasionados.

En cambio, Levi era delgado, larguirucho, usaba ropa que no le iba, y era pálido y rosado. Sus labios eran delgados y femeninos y sus manos también. Su cuello era largo como el de un cisne y no tenía nada de violento, ni fogoso, ni posesivo ni hábil. Sus mejillas se sonrojaban con demasiada frecuencia, sus ojos eran azules y todo él era dulzón, como si fuera un niño pequeño.

Pero Alaska no podría resistirse cuando no le rebatía, le abría las puertas de cafeterías oscuras, o cuando lo encontraba en parques al anochecer. Quería besarlo, abrazarlo, sujetarlo, fundirse sobre de sus hombros.

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Este cap va dedicado a Rosario118, por sus hermosos comentarios.

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Lo que pasó con Alaska Young. Parte 1. La llovizna y el huracánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora