Capitulo 5

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Cuando Arima volvió a casa la mañana después de la batalla, encontró la casa diferente. El refrigerador estaba abierto, había envoltorios de carne en el piso, la ventana estaba rota, y el piso lleno de vidrios. Siguió el rastro de sangre hasta ver en el pasillo, sobre las marcas de las puertas, las marcas de Ciempiés, entrando a la habitación principal. La sangre fresca era la evidencia que más lo alteró, sobre todo al entrar y pisar al lado de la cuna, donde había más sangre.
La leve luz del día que traspasaba las ligeras cortinas sólo le mostraba siluetas, sobre todo una sobre la cama. Sin dejar de mirarlo, metió la mano a la cuna, y el corazón le dio un vuelco al darse cuenta del vacío. Encendió la luz.
Sobre la cama estaba Kaneki, su cintura tenía un halo rojo ya seco. Arima se acercó, rozando con las yemas de los dedos la silueta fina con el traje entallado, cuando se dio cuenta que entre sus brazos dormía el nene, también con su ropa y carita manchada.
Se acercó más, intentando tomarlo, pero al intentarlo, Kaneki despertó. Se impulsó hacia la pared, y su kagune apareció listo para el ataque, pero el quinque del investigador lo detuvo.
-¡Kaneki, soy yo, Arima!
Ciempiés, cargaba al niño con un brazo, cuando la voz hizo que su ojo volviera a la normalidad. El kagune volvió a su espalda, Kaneki cayó de rodillas. Arima se acercó, hincándose frente a él, abrazando a ambos.

El departamento se iluminó poco a poco. La poca luz mostraba aun los rastros de la madrugada inusual para la pequeña familia. En la habitación principal, Sasaki dormía ya, con ropa limpia, y alimentado. Y en la bañera estaba Kaneki, sentado, abrazando sus rodillas, a llanto abierto. Arima, hincado fuera de la bañera, pasándole la mano por el cabello.
-No sé porqué... -lloraba Kaneki- No quería lastimarlo... Pero tenía hambre... No quería lastimarlo, pero no pude evitarlo... Perdóname, Arima-san, perdóname...
-El instinto es algo contra lo que no se puede luchar... No te culpo, cuando te vi con Sasaki quise arrancarte la cabeza... Es instinto.
Kaneki miró a Arima.
-Ya no quiero pelear... La herida... La cicatriz se abrió... Creí que iba a morir, moriría sin escuchar la voz de Sasaki, sin verte de nuevo a ti... No quería, te amo...
-Yo también.
-Ya no quiero pelear... No quiero, no quiero, ya no...
Arima lo miró unos segundos.
-El instinto es algo contra lo que no podemos luchar; si te uniste a Aogiri es por parte de tu instinto de supervivencia, porque crees en sus ideales; obligarte a dejar lo...
-Es por Sasaki... No puedo volver a separarme de él... ¿Y si vuelvo a atacarlo? ¿Qué pasa si se vuelve un intento siempre que sea "Ciempiés"? Me moriría si yo... Si llegara a lastimarlo...
Arima le tomó el mentón y se miraron a los ojos.
-Yo aceptaré tu decisión, hagas lo que hagas, excepto si nos daña de algún modo.
Kaneki se lanzó a sus brazos, aun llorando. Arima le acarició y besó el cabello.
-Deja de llorar -dijo Arima-, eso es una de las cosas que odio.
-¿Qué alguien llore? -dijo mirándolo. Arima lo besó.
-Que tú llores.
Arima lo levantó en brazos, y lo llevó a la cama. Sasaki dormía en su habitación.
Arima se hincó ante Kaneki, mirando la herida, ya cicatrizada, besándola, subiendo lentamente por el cuerpo de su amante, recostándolo, acariciando el talle hasta llegar más abajo, donde sus manos se quedaron, haciendo círculos en la piel de Kaneki, que lo tenía abrazado por el cuello, y de la cintura con sus piernas.
-Te amo..., Arima-san...
Arima lo besó aun más, metiendo su lengua tan profundo que estuvo por ahogarlo, sobre todo porque en ese momento lo penetró con violencia. Kaneki ni siquiera sintió cuando se desnudó, pero sentirlo dentro, tan cerca, su aroma sobre su cuerpo aun resintiendo la paliza que le habían dado, su respiración, su rostro tan cerca.
Al sentir como se venía, gimió feliz, sin soltarlo. No quería separarse nunca de él.
-Creo que debo ducharme otra vez -susurró Kaneki.
-Ven -lo besó-, yo me encargo.

-¿Cómo tomó Tatara tu retiro?
Kaneki daba el biberón a su hijo mientras hablaba con Hide.
-Mal, -le respondió Kaneki- Eto me está siguiendo; no se deja ver, pero la siento, no importa en qué habitación esté.
-¿Ellos saben...?
-Sólo Noro y Eto saben dónde vivo... Han sido amables al no decírselo a alguien más.
-¿Ya lo pensaste bien? ¿De verdad dejarás Aogiri?
-Ya te lo dije, no quiero que nada le suceda a Sasaki... Recordar ese día...su voz diciendo "mamá"... Si no hubiese hablado, lo habría... -se interrumpió, no quería decir lo que era obvio.
-Confío en que hayas tomado la mejor decisión, porque, quizá sólo sea mi pensar, pero es como si te estuvieses encerrando... Ya ni siquiera vas a la librería...
-Tome la mejor decisión -miró a su hijo- para Sasaki.

Kaneki cumplió su palabra, no volvió a la batalla, aun cuando sus compañeros lo visitaban, intentando convencerlo, pero Kaneki no cambió de idea. Ya había tomado su decisión.
Cuando Arima iba a las misiones, Kaneki pasaba la noche en vela mirando las noticias, u otro programa, esperando que volviera pronto, recibiéndolo con besos y abrazos.
Aogiri dejó de insistir semanas después de que Sasaki cumpliera un año.
Fue entonces que la vida de Kaneki se volvió más pacífica, más tranquila, ocupándose sólo del departamento, de su marido que lo besaba y tomaba cada noche o día que podía, y de su nene, que en un abrir y cerrar de ojos aprendió a hablar, a caminar, a leer, y a escribir.
Demasiado para un niño de sólo cuatro años.

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