Capítulo 8

71 9 0
                                    

La mujer del tercer 4° piso vio su cuadro caer al tiempo que el vidrio de la ventana vibraba. La mujer no le tomó mucha importancia, los temblores leves eran comunes.
La pequeña familia del piso 6 sintió el temblor cuando comenzaban a acomodarse para cenar, pero pensaron lo mismo. Un temblor, algo usual.
Nadie imaginó que entre estos dos pisos, estaba Ciempiés, que lanzó a los investigadores contra la pared. El limitado espacio no permitía que ellos maniobraran con soltura como era más conveniente para ellos, pero para Ciempiés fue fácil. Tantos años encerrado y con mucho tiempo libre, lo pasaba recordando algunos movimientos, ataques, las estrategias que planeó con Aogiri. Y sobre todo, usando su kagune para jugar con su hijo. Eso le ayudó en este momento, pues con facilidad golpeó a sus enemigos, dándose tiempo para, con su kagune, alcanzar a Sasaki, a tiempo de que tres cuchillos cayeran en su lugar. Juuzo se liberó con facilidad, y ahora corría hacia Ciempiés, lanzando más cuchillos, pero ninguno lo alcanzó, pues pudo poner un escudo, y de un salto, Ciempiés se creyó libre, recordando muy tarde a Shinohara. El alto investigador se lanzó al ataque, pero este fue evadido con facilidad; el ghoul no lo atacó, sólo lo esquivó, cayendo en el rincón frente a la puerta. Y se dio cuenta muy tarde que había sido a propósito; los investigadores lo habían arrinconado.
-Te tenemos, Ciempiés -se burló Juuzo-, ahora tú y tu comida van a morir.
Sasaki, en brazos de Kaneki, miró aterrado a los investigadores, que se acercaban a punto de matar a su madre. Él conocía el kagune que lo estaba protegiendo, pero nunca había visto de lo que era capaz. Pero eso no lo asustaba, ni siquiera la formación en el rostro de su madre. Les temía a esos hombres. Su manita se aferró al pecho protector que siempre que tenía una pesadilla siempre estaba allí.
Ciempiés lanzó un nuevo ataque, siendo recibido igualmente por los investigadores, pero sin lograr lastimarlo, incluso logró pasar entre ellos. Tenía que llevar a Sasaki hasta el pasillo, seguro de que en la habitación principal estaría a salvo.
Juuzo lo alcanzó cerca de la barra de la cocina, obligándolo a retroceder, pero antes de hacer algo más, saltó, y su kagune se asió del techo y la ventana. Shinohara le cubrió la otra salida. Estaba atrapado. Juuzo entonces sacó por fin a Jason, cuando la puerta se abrió de golpe. Shinohara fue tacleado, y el ataque de Juuzo interceptado por el escudo de Arima, que junto con Akira Madou, acababa de llegar.
-No se acerquen -advirtió Arima.
Al verlo, Ciempiés bajó lentamente, quedándose detrás de él.
-¡Es él! -gritó Shinohara- Ciempiés no está muerto, se esconde aquí.
-Arima lo guarda para él -rió Suzuya-, Arima tiene por mascota a un ghoul.
-Y ese niño... ¿quién...?
Ciempiés seguía detrás de Arima listo para atacar, mientras Sasaki seguía con el rostro escondido en el pecho de su madre.
-Basta -Arima levantó la voz-, alejen sus quinckes de él, es una orden.
Shinohara miró a Ciempiés, y, molesto, obedeció. Juuzo lo imitó con un gesto de enfado.
-Explícanos -exigió Shinohara-, ¿qué...?
Arima se volvió hacia Ciempiés.
-Ve a la habitación -dijo suavemente al muchacho-, relájate y ven después.
Ciempiés lo miró, sin hacer ni un movimiento que denotara sumisión. Usando su velocidad, y su kagune, huyó a la habitación, dejando a las palomas pasmadas en la sala.
-Anda -comenzó Akira Madou molesta-, explícale a Shinohara porqué has cambiado.
-Mis prioridades -respondió Arima- han cambiado, yo no; aun sé qué es lo que debo hacer, pero ahora peleo por alguien.
-Tú... -quiso decir Shinohara, pero Arima le interrumpió de nuevo:
-Ciempiés y yo vivimos juntos desde hace cuatro años.
-¿Qué?
-Lo oculto aquí para que no nos descubran.
-No desapareció, ¡tú lo estás protegiendo!
-Protejo a mi hijo; Ka... Ciempiés decidió por su cuenta dejar de pelear.
Shinohara miró al mejor investigador ghoul que podría existir en el mundo.
Arima lo observó unos segundos, hasta que bajó aun más la mirada y cerró los ojos.
-No se lo digas a nadie -finalizó Arima-, hazlo como un favor para mí.
Sasaki apareció en el pasillo, corriendo hacia Arima, abrazándose a su pierna, llamando la atención de todos.
-Papi -dijo, y Arima lo levantó en sus brazos. El niño se abrazó a su cuello.
Kaneki apareció también en el pasillo, pero no se acercó, se quedó de brazos cruzados, mirando con arrogancia a los invitados.
-Sasaki, -le dijo Arima- ellos también son investigadores como yo; -los presentó- él es Shinohara-san, y él Juuzo-kun, salúdalos.
Sasaki no pudo evitar esconderse en el hombro de su padre, recordando la forma en que atacaron a su madre.
-Tiene miedo -dijo Kaneki mirando sus uñas negras, y luego mirando a los investigadores-, es natural cuando dos extraños desean matarlo.
-Nadie iba a matarlo -aseguró con una sonrisa Shinohara-, no a él, Ciempiés.
-Me llamó Kaneki.
-Kaneki -dijo Arima-, haz el favor de preparar algo de café.
Los ojos negros de Kaneki miraron de soslayo a Arima, pero no se movió.
-Por favor.
Nada.
-Por cortesía, Kaneki.
Kaneki dio un respingo y entró a la cocina, poniendo agua a hervir mientras todos tomaban asiento en silencio. Juuzo miró a Sasaki.
-¿Tu mamá tiene dulces? -le preguntó. Sasaki miró a Arima, y respondió.
-Sí, papi los compra.
-¡Yo quiero dulces!
-Silencio, Juuzo -dijo Shinohara. Era obvio que todos estaban nerviosos, la pelea de hace un momento sólo había logrado tensar más el ambiente de por sí viciado de odio, lleno de miradas inquisidoras y desconfianza.
Kaneki llevó a la mesa una charola con cuatro tazas y un vaso pequeño, una tetera, y dos frascos a su lado: azúcar y leche. Sirvió cada taza con el cuidado de un mesero experto, y sirvió té con leche para Sasaki. Regresó a la cocina y volvió con una rosca con sabor a naranja y miel, y una taza de café. Se sentó al lado de Arima, que estaba en el puesto principal. Juuzo se apresuró a tomar dos pedazos de rosca, ignorando el té, y devoró ambos a grandes mordidas. Shinohara y Akira bebieron el té, aunque sólo ella disimuló al notar el dulce sabor de la bebida.
-Gracias -dijo Arima. Kaneki le sonrió, pero no dijo nada.
Todo pasó en silencio, hasta que al terminar, Arima tomó las tazas y junto con Akira, las lavó. Sasaki bostezó, y Kaneki lo tomó en brazos, acunándolo hasta que el niño con la calidez del abrazó materno se quedó dormido. Suzuya miraba con curiosidad al niño, pero al acercar su mano, el kagune de Kaneki lo alejó, mirándolo molesto con su ojo negro.
-Tranquilo -dijo Shinohara haciendo que Juuzo se sentara de nuevo-, no vamos a lastimarte...
-No ahora -reclamó entre dientes Kaneki, tratando de que su ira no despertara al niño-, no con Arima-san aquí, cierto?
-No, y ya; sólo tengo una duda, ¿qué planeas hacer?
-Hacer con qué.
-Con tu hijo, dime, ¿estudia?
-Yo le enseño todo lo que necesita.
-Sabes que crecerá, ¿qué harás entonces? No puedes educarlo aquí encerrado, eso no servirá de nada, supongo que tú querrías que él viviera su vida así como la viviste tú.
-Basta, Shinohara-san -dijo Arima volviendo a la mesa.
-Es verdad -interrumpió Akira, de pie al lado de Shinohara-, no puedes mantenerlo encerrado, él no tiene la culpa de que uno de sus padres sea una criatura asesina...
-Silencio, Madou-sama -interrumpió Arima.
Kaneki se levantó y fue a la habitación con su hijo en brazos.
-Será mejor que se vayan -se levantó Arima-, ya es tarde.
Los investigadores salieron sin decir más, pero Arima no necesitaba de palabras para saber lo que pensaban sobre él.
Cuando cerró la puerta, Arima apagó las luces y fue directo a la habitación. En la oscuridad, Kaneki estaba acostado en la cama, abrazado a Sasaki, que dormía aun con inocencia.
-Ellos -dijo Kaneki- tienen razón.
Arima se acostó frente a él, abrazándolo, sin lastimar a Sasaki.
-No pienses en eso.
-Sasaki tiene cuatro años, tiene que estudiar... Tiene que ir alguna vez fuera de este departamento.
-Pero...
-Él no puede vivir encerrado...no debe...
Arima se acercó a su rostro, besándolo, besando sus mejillas por donde las lágrimas habían corrido.
-No tienes que torturarte de esta manera...
-¿Y qué hago, Arima-san? ¿De qué le servirá estudiar tanto si no saldrá de este lugar? ¿Qué hará de su vida? Vivir encerrado no es vida.
Arima se puso de pie y se llevó a Sasaki a su habitación, volviendo enseguida, recostándose encima de Kaneki. Le pasó las manos por la espalda, abrió las piernas para atrapar las de su amante, y comenzó a besarlo, pero Kaneki comenzó a poner resistencia.
-Basta -le reclamó sin separarse.
-Quiero que te sientas mejor -respondió susurrando.
-Quiero pensar.
-Ahora no, ahora estás pensando en Shinohara, en Juuzo, en Madou-san; estás pensando en que casi matan a Sasaki, y nada de eso te va a ayudar, sólo te estresará más, -lo besó- quiero que te calmes... Quiero que pienses, sí, pero con la cabeza despejada... Debes alejar a las palomas...
Arima lo besó de nuevo, con pasión, casi con violencia. Kaneki lo separó de él tomándole el rostro por las sienes, mirándolo. Su ojo se pintó de negro.
-Te amo, Arima-san.
Arima le arrancó la camisa, besándolo, mordiéndolo, sintiendo el cuerpo de Kaneki erizarse con oleadas de placer que endurecieron su miembro. Arima lo sintió, así que se levantó, arrancándole el pantalón, bajándole la ropa interior. Le practicó sexo oral, y Kaneki gemía sin poder controlarse, sin querer controlarse porque el placer lo hacía sentir más vivo que nunca en su vida.
Al terminar, Arima se levantó, y Kaneki se giró, levantando las caderas, listo para recibir a Arima, quien no lo hizo esperara demasiado. La penetración fue salvaje, como siempre, agresiva. Kaneki siempre recordaba aquella primera vez que sintió que se rompería, hasta que lo sintió venirse, y eso pareció mejorarlo. Curarlo.
Fue igual en este momento. Sintió el cálido semen de Arima dentro de él, sintió su respiración en su cuello y cabello, y sintió su suave abrazo una vez que se salió de él. Se recostaron, uno frente al otro, abrazados.
-También te amo, Kaneki.
La noche se volvió más oscura cuando la luna se ocultó detrás de nubes de lluvia.
-Kaneki -le besó la frente, echándole el cabello hacia atrás-, pensaré en algo para Sasaki, sí? Para que vea el mundo como tú y como yo.
-¿De verdad? -lo miró feliz- Gracias, Arima-san.
Kaneki no se cansaba nunca de besar los finos labios de Arima.
Se quedaron dormidos lentamente, sin separarse.

El PuenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora