CAPITULO 7

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<<Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo.>>

(1452-1519) Pintor, escultor e inventor italiano.


—Padre, se os ve cansado. ¿Por qué no os acostáis un rato?

     —No voy a poder dormirme, hijo mío.

     —Aun así, insisto. Con vuestra edad, no podéis estar toda la noche despierto. Mañana os encontraréis cansado y tendréis que estar en pie al rayar el alba. Es mejor que descanséis en vuestro lecho, que estar en una silla...

     —¿Y si necesitase algo?

     —No podemos hacer más por ella, padre —aseguró Antón.

—¿Y si empeora?

      —Yo me quedaré para vigilarla y si le sube la fiebre, intentaré bajársela —aseguró Antón, incapaz de separarse de su lado.

     —¿Y qué hacemos con el pequeño? Se ha quedado dormido.

     Sentado sobre el banco y con la cabeza y los brazos apoyados sobre la mesa, Gabriel había terminado por caer rendido del agotamiento. Sus ojos, con la huella del llanto, no había podido aguantar más tiempo despierto.

     —Si se mueve, podría darle sin querer a Elvira. Creo que lo mejor, sería que lo acostase con usted... —aconsejó Antón.

     —Me parece bien. El muchacho dormirá toda la noche —aseguró el anciano.

      Antón se levantó de la silla y con pena miró a su hijo. Cogiéndolo con cuidado para no despertarlo, lo levantó del banco. El peso del pequeño cuerpo dormido, cayó sobre su pecho y Antón sintió una enorme ternura por ser la primera vez que llevaba a su hijo en brazos. Sabiendo que su sueño era profundo y que el pequeño no despertaría, depositó un beso en su frente y otro en la mejilla.

     Cuando su propio padre abrió las ropas de la cama, Antón lo depositó en el lecho y lo tapó con las cobijas. Era noche cerrada y había una fuerte tormenta fuera. La misma que atormentaba su alma, en ese momento en que todo su mundo se tambaleaba. Quería a su hijo, y algo más... esos sentimientos que había enterrado por años en lo más profundo de su corazón, ahora emergían más fuertes que nunca por Elvira. Era la esposa de otro hombre pero le daba igual, la seguía amando como el primer día que posó sus ojos en ella. La quería tanto que el temor de perderla, lo mataba. Necesitaba a Elvira en su vida como fuese, aunque tuviese que mantenerse a la distancia. Contemplarla desde lejos sin que ella se percatara, era necesario para su tranquilidad y paz mental. Podría controlar su pasión y su deseo, pero no soportaba la posibilidad de perderla y de no volverla a ver.

     Juan esperó a que su hijo Antón se moviese, pero cuando lo contempló de pie y observó la melancolía con que miraba al pequeño, le preguntó:

—Antón, hijo mío, ¿os encontráis bien?

—Si, padre. Solo pensaba...

     Y seguidamente, Antón salió y cerró la puerta dejando en el interior de la alcoba a su padre con su hijo. Sin darse cuenta y arrastrando los pies, cogió el sillón que había en la pequeña sala y se encaminó hacia la alcoba donde reposaba Elvira. No se separaría de su lado en toda la noche.


Varias horas después, Antón se despertó agitado, un ruido no habitual hizo que saliera del letargo del sueño en el que se había sumido. A duermevela, había pasado la noche observando a Elvira, que inquieta se agitaba en el lecho, molesta por la herida y la fiebre. Como pudo, le refrescó la frente y la cara, y de vez en cuando, la destapaba para observar la herida del muslo.

FALSO JURAMENTO DE AMOR # 3 SAGA MEDIEVAL (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora