CAPÍTULO 22

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Antón se hubiese alegrado de regresar a Úbeda, si las circunstancias hubiesen sido otras. En cambio, dolorido y ajeno a la algarabía de las calles por las que pasaban, dirigía su caballo hacia la casa donde vivía su hermano, con la única compañía de su padre y su hijo; faltándole lo más importante, su esposa.

Permanecería en la ciudad el tiempo justo de contarle a Juan lo ocurrido y tras ello, retomaría el viaje hacia Navarra. La ropa oscura que llevaba puesta disimulaba la sangre que emanaba cada vez que se le abría la herida. Su hijo Gabriel, traumatizado tras la desaparición de su madre y después de haber presenciado su intento de asesinato, había pretendido marchar con él pero le había tenido que confesar la verdad: con el dolor de las heridas no podía soportar el más mínimo roce en su cuerpo, aunque se tratase de sus brazos. Y con cara de pena, el pequeño se había conformado con la explicación sin replicar, haciendo el camino junto a su abuelo.

Mientras tanto, Juan permanecía callado y preocupado por Antón, sin saber cómo hacer para convencerlo de que le permitiera acompañarlo. No podía pretender realizar un viaje tan largo y arriesgado, estando herido como se encontraba.

—Ya hemos llegado, padre... —dijo Antón deteniendo el caballo sacando de sus elucubraciones a Juan. El anciano observó con interés la calle en la que se encontraba.

—No sé si mi hermano estará en su casa o se habrá ido con Diego.

Cogiendo las riendas del caballo y acercándose a la puerta, llamó con determinación. Mientras tanto, su padre y Gabriel descabalgaban.

—¿Tenéis ganas de ver a Juan, padre?

—Hubiese preferido ver a mi hijo mayor de otro modo. No así. Además, no me parece bien tener que quedarme con tu hermano...

—Ya hemos hablado de eso por el camino, padre. No insistáis más, estaréis mejor aquí.

Juan apretó los labios y las arrugas de su frente evidenciando su amargo malestar. En ese instante, la puerta se abrió y una joven hermosa apareció.

—¡Antón! —exclamó la mujer mirando sorprendida a su cuñado.

—¡Mencía! —saludó Antón sin mostrar ningún tipo de alegría.

Mencía supo al instante que algo sucedía. Su cuñado estaba mortalmente serio.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó la mujer—. No sabíamos que tenías pensado visitarnos.

—Y así era... pero ha surgido un contratiempo y necesito hablar con mi hermano.

—Por supuesto, pasad. Qué tonta soy... —dijo la mujer fijándose en ese instante en el anciano y en el niño.

Antón observó la mirada de curiosidad de su cuñada.

—Mencía, os presento a mi padre. Padre, esta es la mujer de Juan.

—¿Vuestro padre? —preguntó Mencía con sorpresa.

Mostrando la alegría que le producía la llegada de su suegro, Mencía se acercó y saludó al hombre que parecía algo turbado por el efusivo abrazo.

—¡Hola, hija! Tenía ganas de conoceros...

—Gracias, Juan —respondió la mujer con una sonrisa.

—¿Y este niño es...?

—Mi hijo, Gabriel. Gabriel, saludad a vuestra tía.

El pequeño adelantó un paso e inclinando la cabeza, como si hubiese sido un adulto, saludó a la mujer, hecho que hizo sonreír a la mujer, a pesar de la cara de circunstancia de las tres personas, hasta el niño estaba mortalmente serio. Así que, apresurándose, Mencía los indujo a entrar en la casa.

FALSO JURAMENTO DE AMOR # 3 SAGA MEDIEVAL (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora