Te encantaba demasiado el cabello de Baji, siempre que le veías le recordabas la envidia que le tenías a su preciosa melena.
Cada vez que te visitaba o tenían un tiempo a solas siempre aprovechabas para acariciar su suave melena y hacerle diferentes peinados. Él no te reprochaba, de hecho, cuando parabas te decía que siguieras.
Cuando se hacía una cola alta para pelear o hacer cualquier otra cosa pensabas que se veía demasiado sexy, y a veces te aventabas a su cuerpo sin ninguna razón aparente, simplemente te atraía demasiado como se veía.
– Mhm, _____ como sigas así me voy a quedar dormido en tus piernas.
Ahora mismo te encontrabas en la sala de tu apartamento, viendo una película con la cabeza de Baji posada en tus piernas mientras le hacías un masaje a su cuero cabelludo.
– Bueno, te mereces dormir, con la pelea que acabas de tener estarás muy cansado – dijiste mientras no despegabas tu mirada de sus ojos que cada vez se iban cerrando más.
– Si, pero no quiero dormirme en este preciso momento. Quiero pasar tiempo contigo y si me duermo cuando me levante me tendré que ir ya y no podremos hacer nada.
– Bueno, pues nos veremos en otro momento.
– No quiero – dijo haciendo reproche.
Te reiste por su comportamiento y dejaste de acariciarle su cabello, él se levantó y te sonrió calidamente.
– Me gusta que seas obediente, pequeña princesita – comenzó a pasear su gran mano por tus muslos.
Te pusiste sonrojada.
– Ahora no te pongas como un tomate, es tu culpa haberte puesto este pijama que tanto sabes que me provoca – empezó a juguetear con el borde de tu short y tú intentabas no mantener contacto visual porque te iba a poner más nerviosa de lo que estabas.
– Para.
– Mm...? Pasa algo?
– Mis padres vendrán pronto, les prometi que hoy íbamos a tener una cena familiar – dije intentando volver a colocarme el pijama como estaba.
– Joder... bueno podemos hacer un rapidin – sonrió inocente.
– No Baji – no dejaba de reír porque esa sonrisa suya me embobaba.
– Está bien, pero que sepas que la próxima vez lo haremos y me da igual la excusa que pongas.
– Lo que tú digas – saqué la lengua y él se vengó haciéndome cosquillas.
Hasta que el timbre confirmando que mis padres habían llegado nos interrumpió.
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