Capítulo 7

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Capítulo siete. | Dudas

"Creo que las personas que han experimentado las mayores tristezas son las que siempre se esfuerzan más en hacer a otros FELICES. Porque ellos saben lo que es sentirse desolados y abatidos y no quieren que nadie más se sienta así". Robin Williams

Me desperté y como mi rutina de siempre lo primero que hice fue ir a la balanza. Tomé mi celular y bajé a la cocina, opte por una manzana para mi desayuno y busque en mi celular, cuantas calorías tenía. El resultado no me convenció, así que al final opté por solo tomar una taza de café mientras veía el jardín.

-¿Dónde está mi madre? -Indague al ver a Fred regando las flores del jardín.

-Su madre se ha ido de viaje señorita Hazen, usted ya entiende como es el trabajo de ella. -Respondió aquel hombre mayor del cual unas canas ya podían ser notorias en su cabellera negra.

-Gracias Fred.

-Por lo que veo, no asistirá a la escuela el día de hoy. -Proclamo él, dejando a un lado la regadera.

-No puedo ir cuando estos golpes no los puede cubrir ni el maquillaje. -Comente dejando la taza de café a un lado para fijar mi atención en Fred.

-Señorita Hazen, sabe que si usted nos deja ayudarla lo haremos, ¿verdad?

-Lo sé, pero también sé de la amenaza que mi madre y mi padre le colocó a cada uno de ustedes para que no digan nada de lo que pasa en esta casa.

-Sus padres son un poco complicados, y su obsesión por la perfección los va a terminar destruyendo algún día. -Hizo una pausa, para luego proseguir. - El hombre todo lo perfecciona en torno suyo; lo que no hace es perfeccionarse a sí mismo.

-¿Citando a Alphonse Karr?

-Sí, sus novelas son mis favoritas. Tiene que ponerle un alto a todo esto señorita Hazen, sabe que nosotros siempre la apoyaremos en la decisión que decida, pero no deje que los mandatos de su madre la terminen carcomiendo, ha esta edad. -Se señalo a si mismo. -Hay cosas de las cuales nos arrepentimos por no haber hecho en nuestra juventud. -Me dedicó una sonrisa la cual me dejaba ver esas arrugas que eran palpables en su rostro.

Él miedo que tengo es el que no me deja avanzar.

Busqué en mi celular unas fotos viejas de un viaje a Acapulco, y las subí a mis redes sociales aparentando que estaba con mi familia en un hermoso viaje.

Subí a mi habitación y busqué bajo mi cama aquel violín que tenía escondido, solo quería entonar unas cuantas melodías para ver si podía tranquilizarme un poco.

Las notificaciones no tardaron en llegar, mensajes positivos y mensajes negativos iban a la par.

Su peso hace que se vea rara en la foto.

Mi frustración era máxima, hacía ejercicio, probaba nuevas dietas e incluso vomitaba cuando creía haber comido demás. ¿Acaso ellos no notaban mis sacrificios? ¿Por qué no podía ser como aquellas chicas que observaba en internet, con cuerpos perfectos y con esas vidas perfectas?

Me mire una vez más en el espejo y mis ganas de llorar, aumentaban. Yo no era la hija que mi madre quería, no era esa hija que ella tanto deseaba. No era la mejor novia, ni la mejor amiga. Nadie podía hablarme de dolor si nunca se miraron al espejo y odiaron aquello que reflejaba.

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Las siguientes dos semanas, fueron exactamente iguales, mis ganas de seguir intentando estaban por los subsuelos. Todo lo que hacía era por rutina y aunque realizaba algunas actividades, era como si mi cuerpo estuviera en automático.

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