Capítulo 1. Es mejor huir.

117 8 0
                                    

Toda la vida me la había pasado huyendo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Toda la vida me la había pasado huyendo.

Y es que el vivir en orfanatos en dónde monjas abusaban de su poder, no estaba en mi lista de la mejor vida planeada por mí.

Sin embargo, así había estado desde que tenía memoria.
Y cuándo cumplí catorce me resigné a que jamás sería adoptada.

Por lo que un día, cuando una monja me castigó metiéndome en el sótano por defender a otro niño que estaban golpeando, decidí que escaparía de ese infierno.
Cuando recién cumplía diecisiete, reuní el valor y me fui.

Un hombre me encontró una semana después, hurgando en la basura afuera de un restaurante.
Me dijo que era su basura, y después de querer golpearlo me dijo que le gustaba mi valor y decidió que me fuera a vivir con él.

Como yo no tenía a dónde más ir, accedí. Error.

Patrick al principio era amable con todos para ganárselos y luego los usaba, les brindaba asilo y comida a cambio de hacer sus fechorías. Cómo conmigo.
Tenía un refugio de indigentes en una bodega abandonada, usaba a los niños para que pidieran dinero y a los mayores para asaltar a la gente por las noches.

¿Y yo? Bueno, había aprendido a robar cosas en las tiendas o a las personas muy distraídas.

Todo lo que conseguíamos se lo dábamos a él y solo así nos daba un plato de comida, medicinas o cosas que necesitáramos.

Ese día, me encontraba sentada afuera de su "oficina" —un cuartucho pequeño con un escritorio y tres sillas. Siempre tenía sobre él un mapa y anotaba las direcciones de las familias más ricas, cajeros automáticos y calles poco transitadas para mandar a hacer los robos—, me había llamado y la verdad es que me encontraba nerviosa. Patrick casi nunca pedía ver a alguien con anticipación.

Así que ahí estaba yo, sin saber lo que quería pero conociéndolo, no auguraba a nada bueno.

Pateé una bola de papel que estaba cerca de mi pie y suspiré con impaciencia. Llevaba más de una hora esperándolo.

De repente la puerta se abrió y salió Ana, una mujer que vivía con todos nosotros, no tenía familia ni casa. Adiviné que se la había cojido porque Patrick se estaba subiendo la bragueta. Me miró: —Pasa niña.

Si pudiera describirlo en pocas palabras, serían: obeso y desagradable. No tenía empatía por nadie, —aunque fingiera que sí— yo ya me había dado cuenta.

—¿Para qué me necesitas? —quise saber ya al borde de la desesperación.

—Estaba revisando la lista de robos y me di cuenta que no llegaste a la cuota esta semana —contestó con seriedad mientras releía su hoja de papel, como para dejármelo más claro.

—No salí diario porque como deber obligatorio, me tocaba ayudar en la cocina cuatro días —me defendí.

—Esa no es excusa para que no traigas toda la suma de dinero que te corresponde —me regañó, abrí la boca para seguir hablando y explicarle que no me podía partir en dos. Pero él no había terminado de lanzarme mierda—, estamos en una asociación dónde cada quien tiene trabajos que realizar, tú fallaste y no hay otra manera de verlo.

Mentiras I: Secreto MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora