Capítulo 4

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 —Y esto es todo.

—Pues era verdad: no había mucho que memorizar.

—Te lo dije.

—Y, ¿dónde vamos a montar mi cama?

—¿Tu cama? Tu cama es mi cama.

—¿Perdona?

Mi expresión de sorpresa y el calor que sentía en las orejas debían de ser muy evidentes incluso a la luz de las velas, porque no tardó mucho en echarse a reír.

—Yo dormiré en el establo con Sven, tranquila.

—Oh. Pero... yo no quiero echarte.

—No te preocupes por eso, estoy acostumbrado a dormir con Sven. Estaré a gusto.

—No me parece justo. Yo dormiré con Sven.

—Oye, eres una invitada en mi casa y dormirás dentro de la casa. No dudes en avisar si necesitas algo, ¿vale?

Posó castamente su mano sobre mi hombro y su dulce voz acarició mis oídos una vez más antes de cerrar la puerta tras de sí.

—Buenas noches, Anna.

—Buenas noches, Kristoff.

Me desplomé extenuada por la emoción del día en aquella cama que no me pertenecía y me encontré envuelta en un aroma que para nada era el hedor que había percibido durante toda la jornada. Sin embargo, tampoco me resultaba un olor del todo ajeno. Era su esencia. La que había detectado bajo aquel fuerte olor a reno y sudor. Era su olor de verdad.

Mil mariposas revolotearon por mis tripas ante aquel pensamiento y me dejé al placer. Me revolqué en aquellas sábanas ásperas mientras la madera de las paredes crujía presa del frío de la noche que ya reclamaba su lugar. El viento soplaba fuera y decenas de sonidos desconocidos invadían mis sentidos, pero, la invisible presencia de aquel cálido hombre al otro lado de la pared, me hacía sentir a salvo. En poco tiempo, un plácido sueño me había llevado a ese mundo en el que aún podía ver.

A la mañana siguiente, una dulce melodía me sacó de mi sueño. Me levanté deseosa de saber qué era aquella música. Aprovechando la sencillez de la pequeña cabaña, me desplacé hasta la puerta y la abrí lentamente. Lo que me llegó nada más asomarme hacia fuera, fue una experiencia casi extrasensorial. Había un instrumento de cuerda sonando, sin duda. No se trataba de un instrumento de música de cámara, pero no alcanzaba a reconocer qué era exactamente. Podía escuchar breves y graves gruñidos de Sven apreciando la música. Oía la suave brisa de la montaña entre las hojas de los árboles, y oía a los pajarillos trinar con energía. Pero, lo que me hizo viajar a otro mundo, fue su voz. Oía a Kristoff, a unos metros de mí, entonando una suave canción sobre renos y trolls de las montañas con aquella voz que me dejaba sin aliento. De repente, una grotesca voz sustituyo a la que me dejaba la mente en blanco y comenzó a cantar otra parte de la letra. Sí, estaba haciendo de Sven. Tuve que reír. Sabía que estaba invadiendo su intimidad, que era de mala educación y que le debía a aquel hombre que me estaba devolviendo la vida todo el respeto que pudiese hallar en mí, pero no pude soportarlo. Había roto todos mis esquemas.

—¡Anna!

—Bonito dueto —contesté recuperando la compostura.

—¿Así que las princesas se despiertan pasado el medio día?

Escuché cómo se acercaba a mí y pude apreciar un agradable cambio en su higiene corporal.

—Sólo las buenas. ¿Te has bañado?

—Y he lavado y tendido la ropa y preparado el desayuno. He tenido tiempo, ¿sabes?

—¡Así que, ¿hay donde bañarse?!

El amor es ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora